Dedicado a la escritora mejicana Daniela Tarazona.
Mientras masticaba un trozo de manzana, pensaba que esta mañana no había querido salir a caminar cuando el timbre de la puerta sonó crispando o escindiendo el silencio del apartamento y no solo de éste.
Ni demasiado agudo ni con demasiado volumen, el dingdong era un prolongado "Diiingdooooonnnggg". La "ong" final se expandía por el espacio del apartamento y lentamente, prolongadamente, iba apagándose hasta desaparecer y dejar en su lugar un vacío más que un silencio que lograba prolongarse aún más en la conciencia de Ismael.
Lo primero era ducharse, pensaba. La caminata había sido larga y dura. Diez kilómetros en una hora y veinte minutos. No obstante no sentía quemazón alguna en los pies. Había una mañana espléndida cuando salió de casa, recordaba, cuando Eos, la de dedos rosados, se dejó contemplar.
Recordó el timbre y se preguntó: "¿Quién será ahora?". Se acercó a la mirilla y pudo comprobar que al otro lado de la puerta, en el rellano, en había nadie. Se veía al través de la lente la puerta oblonga de los vecinos al frente, la del ascensor a la derecha y el pasamanos de la escalera a la izquierda. Abrió la puerta del apartamento y, efectivamente, comprobó que no había nadie en el rellano.
Antes de darse una ducha recogió unos papeles arrugados de la mesa del salón y fue a tirarlos a la papelera. Cuando abrió la tapa pudo observar los restos de piel y del corazón de una manzana. No recordaba haber comido nada antes de salir a caminar y nunca desayunaba antes de ducharse. No obstante, conservaba en la boca, creía, un ligero sabor a manzana, y en los dedos su leve y dulce olor.
Intentó comprender a qué se debía su actual estado de desasosiego, cuando le llamó la atención el que las paredes del baño estaban húmedas. El agua caliente de la ducha cayendo sobre su cabeza le hacía ensimismarse. Bajo el agua tan caliente, que le ponía la piel roja, surgían sus más íntimas y profundas reflexiones. Pensó que su cuerpo ya estaba limpio. No sólo no había sudor en su piel, sino que estaba incluso perfumado. Cuando salió de la ducha y se secó el cuerpo con una toalla húmeda, se puso desodorante y agarró el bote de colonia para comprobar que estaba vacío. Lo depositó en la repisa junto a decenas de otros jabones y lociones.
En la cocina, se preparó un abundante desayuno mientras pensaba que no tenía muchas ganas de comer. En un bol fue echando un par de yogures, una cucharada de sésamo molido, otra de lino, tres de avena, un puñado de nueces, otro de pipas de calabaza, unos arándanos, una pera y una manzana. Mientras troceaba ésta última volvió a tomar conciencia del sabor a manzana de su boca. No le prestó demasiada atención. Siguió preparando el desayuno y se sentó en el salón a comérselo, aunque no tenía nada de hambre.
Más tarde, una vez vestido, salió del apartamento con una bolsa para ir a hacer la compra.
Una hora después volvió al apartamento. Con dificultad abrió la cerradura, pasó al interior, cerró la puerta y cuando se dirigía a la cocina volvió a sonar, en el silencio, el "Diiingdooooonnnggg" del timbre.
Ismael, dejando la bolsa sobre la mesa de la cocina y con los ojos cerrados, volvió a preguntarse "¿Quién será ahora?". Cuando el silencio invadió su conciencia, se dirigió a la puerta de entrada y miró por la mirilla. No se veía a nadie al otro lado de la puerta: la misma puerta oblonga de los vecinos al frente, la misma puerta del ascensor a la derecha y el mismo pasamanos a la izquierda. Con sigilo, abrió la puerta del apartamento y comprobó que no había nadie en el rellano. Se giró sobre sí mismo y observó la mirilla de la puerta desde fuera. Pensó: ¿Y si igual que sirve para mirar de dentro a fuera, también sirviera para ser mirado de fuera a dentro? Cerró su ojo derecho y acercó el izquierdo a la mirilla por su cara externa. Pudo comprobar que, efectivamente, a través de la lente podía ver el interior del piso. Pudo comprobar también que el piso, visto así, no parecía el mismo. Parecía que era otro distinto o de otra persona. Al fondo estaba la puerta del salón. En un extremo del mismo se veía la mesa con varios papeles arrugados encima. A la izquierda estaba la puerta de la cocina y sobre su mesa se podía distinguir perfectamente la bolsa de compra llena. Pero qué hace ahí esa bolsa. Él no había querido salir esta mañana a caminar y tampoco había salido a comprar nada. Acababa de ducharse y de comer algo ligero, una manzana, recordaba, pero no había salido aún a comprar nada. Tal vez sea la compra de ayer, que se me olvidó guardarla, pensó sabiendo que esto no podía ser. Volvió a entrar en su apartamento, tiró los papeles arrugados en la papelera, comprobó que estaban los restos de la piel y del corazón de una manzana en su interior. Se dirigió a la cocina y cogió la bolsa de la compra que se encontraba colgada detrás de la puerta. Se dijo: "Ismael, aunque hoy estés un poco desasosegado, tienes que salir a hacer la compra. No tardarás mucho, no necesitas muchas cosas". Antes de salir del piso fue repasando lo que tenía que comprar: avíos para una ensalada, unas patatas, una pechuga de pollo y un frasco de colonia de baño, pensó.
Cuando volvía de la calle, justo antes de salir del ascensor en su planta, volvió a sonar el "Diiingdooooonnnggg" de su apartamento. Esperó a que el sonido se fuese apagando. Abrió la puerta del ascensor y salió al rellano. Se colocó frente a su puerta de entrada y acercó su ojo izquierdo a la mirilla. Pudo comprobar, una vez más, que desde fuera se veía casi todo su apartamento: la mesa del salón, la ventana que daba a la calle, la puerta de la cocina, la bolsa de la compra sobre la mesa. No sabe por qué se estaba contemplando las manos vacías antes de decidir abrir la puerta y entrar al interior. En ese instante sintió nuevamente un extraño desasosiego, náuseas más bien. Comprobó también que estaba sudando. Se sentía sucio y con hambre. Lo primero era la ducha, con el agua muy caliente, como a él le gustaba.