viernes, 31 de julio de 2009

Recomendación y cita:



¿Un neurólogo haciendo filosofía o un filósofo que, a fuerza de buscar, acaba penetrando en la naturaleza de las emociones y de los sentimientos? Tal vez estemos en los comienzos de la “neurofilosofía”:

“Llegados a este punto, debo añadir otra importante limitación a esta explicación. Cuando decimos que la mente está construida a base de ideas que son, de una manera u otra, representaciones cerebrales del cuerpo, es fácil concebir el cerebro como una pizarra en blanco que empieza el día limpia, dispuesta a que se le inscriban señales procedentes del cuerpo. Pero nada podría hallarse más alejado de la verdad. El cerebro no comienza su día como una tabula rasa. El cerebro está imbuido al principio de la vida y el conocimiento relacionado con la manera en que debe gestionarse el organismo, es decir, cómo tienen que funcionar los procesos vitales y cómo tienen que tratarse diversos acontecimientos del ambiente externo. Muchos lugares de cartografía y conexiones están presentes al nacer; por ejemplo, sabemos que los monos recién nacidos poseen neuronas en su corteza cerebral listas para detectar líneas en una determinada orientación. En resumen, el cerebro aporta conocimiento innato y experiencia automatizada, predeterminando así muchas ideas del cuerpo. La consecuencia de este conocimiento y esta experiencia es que muchas de las señales corporales destinadas a convertirse en ideas, de la manera que hemos comentado hasta aquí, resulta que han sido engendradas por el cerebro. Este ordena al cuerpo que asuma un determinado estado y que se comporte de una determinada manera, y las ideas se basan en esos estados y comportamientos corporales. El ejemplo más claro de esta disposición se refiere a los instintos y las emociones; tal como hemos visto, no hay nada libre ni aleatorio acerca de ambos. Son repertorios de comportamientos muy específicos y conservados a lo largo de la evolución a los que el cerebro, en determinadas circunstancias, llama fielmente para que actúen. Cuando las fuentes de energía en el cerebro se hallan bajas, éste detecta la reducción y desencadena un estado de hambre, el instinto que llevará a la corrección del desequilibrio. La idea del hambre surge de la representación de los cambios corporales inducidos por el despliegue de dicho instinto.
”Decir que muchas ideas del cuerpo son consecuencia de que el cerebro haya situado a éste en un determinado estado significa que algunas de las ideas del cuerpo que acaban constituyendo el fundamento de la mente se hallan muy limitadas por el diseño previo del cerebro y de las necesidades generales del organismo. Son ideas de acciones corporales, pero dichas acciones corporales fueron soñadas primero por un cerebro que les ordenó que tuvieran lugar en el cuerpo correspondiente.” (Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurología de la emoción y los sentimientos. Editorial Crítica, Barcelona, 2005. Traducción de Joandomènec Ros. Cap. 5: “Cuerpo, cerebro y mente”, pp. 195-196)