domingo, 15 de septiembre de 2019

La sesión:



«Ponte a salvo; por tu vida, no mires atrás ni te detengas en la vega».
(Génesis, cap. 19, versículo 17.)

Cuando Magdalena hizo sonar los crótalos, todos cerraron sus ojos mientras el cliiiiinnnnng se extendía por la amplia sala. Todos menos Charlotte Sodom, escultora, cincuenta años y propietaria del taller blanco en que se encontraban, quien dejó que sus ojos fueran poco a poco acomodándose a las colinas que podían distinguirse a través del gran ventanal que se abría frente al numeroso grupo que comenzaba la sesión de mindfulness. La seductora voz de Magdalena comenzó a abrirse paso hacia los oídos de todos los reunidos:

Imagínate un paseo. Hoy has salido de casa y has visto los alcorques del camino repletos de agua. Has deducido: “esta noche debe haber llovido, pero la acera está seca, luego debe haber dejado de llover hace ya unas horas...”. Imagina tu vida como un camino y como un paseo. Ahora puedes ir recorriendo los años pasados como plazas visitadas, como capítulos leídos o como plantas de un edificio alto. Vas reencontrándote con rostros que pertenecen a gentes a las que ya no recuerdas, pero que alguna vez te fueron cercanas, amigas incluso. Tú misma en otros momentos, en otras plazas, reales o imaginadas, es lo mismo. Todo es lo mismo, porque todo es único: un solo haz de sensaciones. Imagínate ahora que vas recorriendo esas plazas, ascendiendo y descendiendo por esos pisos en una espiral de altitudes cambiantes. Ya no distingues el pasado -que sabes que vas recorriendo- del presente o del futuro que apenas puedes vislumbrar. Imagínate también ahora que el suelo que pisas se vuelve transparente. No te caes, es sólido o eso parece, pero su transparencia, insegura, te permite ver las estancias ya pasadas como si estuvieran delante aunque más bajas o más altas. A veces también de frente. El pasado se vuelve futuro, y lo no vivido es un mero recuerdo. Imagina también la nostalgia que sientes por lo que aún no viviste o la indiferencia ante lo que te afectó poderosamente en alguna revuelta de tu pasado más íntimo. Imagina que fueras caminando hacia él o que volvieras de tu futuro. Ninguno existen aquí y ahora, solo hay presente. Todas las escenas que vas viendo van cruzándose unas con otras con independencia del momento en que hubiesen transcurrido o aún no. Presente presente: aquel en el que el tiempo no existe, aquel que te invade siempre que cierras los ojos y recuerdas los ojos cerrados de tu primer hijo recién nacido, de tu primer marido muerto, sus manos grandes, venosas, inútiles, la voz de un amor no olvidado o tu olor de mujer de ahora.”

La voz de Magdalena va alejándose y perdiéndose entre las estatuas y bustos del taller, las colinas y el cielo comienzan a fundirse en una pasta de cárdeno monocolor, el tiempo que avanza y la mente de Charlotte que lucha inútilmente sin lograr vencer las distracciones, sin dejarse caer en la nada prometida y reparadora. Las curvas de las esculturas tal vez demasiado poderosas como para ser ignoradas. Recordaba cada preciso golpe de cincel, porque cada golpe era una excusa para olvidar su presente, un refugio para ocultar cada uno de sus pensamientos.

De niña vivías más allá de las fronteras del tiempo -seguía Magdalena-. Ahora comprendes que siempre pudo haber sido así. No sabes cuándo ingresaste en la corriente lineal del tiempo, pero debió ser cuando tenías siete, tal vez ocho años. Todos te hablaban de cuando seas mayor esto o lo otro, o te decían que aún eras menor y por eso aquello o lo demás. Hasta que un día te lo creíste y diste por buena la existencia del tiempo. Nunca nadie te enseñó que si te pones unas gafas verdes el mundo se vuelve verde, pero no es que se haga verde, sino que tú lo ves verde. Nunca comprendiste que el tiempo es una suerte de gafas que aprendes a utilizar para conocer la realidad, pero que verdaderamente no son la realidad. Hoy vamos a aprender que no hay tiempo, que el tiempo es una invención y que bien haríamos en renunciar a él. Vive el presente”, terminó Magdalena. Los cliiiinnnnnng de los crótalos volvieron a dilatarse por la amplia estancia. La sesión había terminado. Todos salieron del taller, todos menos Charlotte, en el centro, convertida en estatua de sal. Tal vez ella no supiese o no necesitase o, simplemente, no quisiese renunciar a su pasado, a su futuro. Quizá sólo aspirase a lograr su última escultura.