domingo, 13 de julio de 2008

Subjetividad e historia moderna

Comparados con el resto de animales, los seres humanos resultaríamos para un observador extraterrestre, cuando menos, raros. Tal es así que el padre de la historia, cual selenita equivocado venido a este mundo, pretendiera en sus historias preservar del paso del tiempo cuantos hechos, de griegos y de bárbaros, conociese y que mereciesen tal honor: la inmortalidad. Un hombre pretendiendo mantener impoluta las heroicidades de otros seres humanos a través de los siglos, convirtiéndolas en glorias. He aquí el milagro, lo extraño, lo raro, lo difícil. ¿Pero esto que Heródoto pretendía para la historia, lo pretenden los historiadores de hoy? ¿Glorificar? ¿Inmortalizar?
Claro que Heródoto lo tenía más fácil que los historiadores de hoy. Para él, como para todos los griegos o no griegos antiguos, todo en el cosmos poseía el carácter de la inmortalidad, todo salvo el ser humano. Y la historia sólo podía tener como objetivo único devolver al cosmos el equilibrio perdido en débito del ser humano. El cosmos griego era simétrico y así es fácil pretender que la justicia no fuera más que el restablecimiento en el dominio del ser de aquello que debió ser y nunca fue.
No obstante, ni Heródoto podía de hecho otorgarle inmortalidad a quien no la tiene, máxime cuando este rasgo, la mortalidad, es el distintivo específico de la humanidad, que no sólo es mortal, sino que así se sabe desde el mismo instante en que nace para la vida en sociedad. Y es que la mortalidad del ser humano arranca desde la vida social individual -de cada ser humano-, que se sabe singular e irrepetible precisamente porque vive en comunidad componiendo igualmente un sistema social irrepetible y singular. Mientras que en el cosmos todo parece moverse en un equilibrio cíclico de fuerzas antagónicas, el ser humano parece hacerlo en línea recta, en caída vertical desde el límbico vientre materno hasta las agudas peñas del cementerio. El trazado de una nave sobre los lomos del mar deja una efímera línea recta que corta inevitablemente a los recurrentes e incesantes movimientos de sus aguas. Las caprichosas acciones de los seres humanos violentan la naturaleza eterna. El alzado de un hotel de lujo de más de un centenar de plantas en medio de un desierto de arena es el deseo, no confesado siempre, de todo ser humano auténtico. Mas no nos engañemos, también el ser humano se impone a otros seres humanos: el tacón metálico de su bota clavado entre los dientes de otro desemejante es también el deseo, apenas confesado nunca, de todo auténtico ser humano. La historia pone su atención en los gestos y en las acciones singulares, su único tema es lo extraordinario.
Todo cuanto el ser humano hace lleva inoculado el virus de la mortalidad. No obstante, a veces puede ocurrir, extraordinariamente, que una palabra, un gesto, una acción alcancen cierto grado de perdurabilidad. En este momento, y mientras tanto, el ser humano parece reconciliarse con la naturaleza. La característica que esto permite es la memoria, la musa de la historia y de todas las artes. El rescate del olvido, el disfraz, la máscara de lo humano que lo devuelve al seno de la naturaleza, falsamente reconciliado con ella.
Mas esto fue en tiempos de Heródoto. ¿Y ahora? ¿Acaso es posible encontrar hoy a un sólo ser humano occidental que no se sepa inmortal? ¿Cuál es hoy el sentido de la memoria y de la historia? ¿Acaso alguien duda ya de que las montañas, los océanos sean menos perdurables que las palabras, que los gestos, que las ideas? Una sola caricia guarda más eternidad que luz contiene el Sol. O, también, la energía de las estrellas se agota al mismo ritmo vertiginoso en que el viento borra las sonrisas. La eternidad es el resultado lógico de la imperdurabilidad. Sólo puedo recordar aquello que ya no existe.
¿Qué es lo que evita el aburrimiento en alguien que escucha el relato de su propia acción? ¿El rigor? No. ¿La diversión? No. ¿El ritmo? No. ¡El asombro! El asombro ante la distancia que separa el relato narrado de aquello que se vivió; la falta de reconocimiento. Héctor se hubiese sorprendido y asombrado con los cantos de Homero. “¿Y quién es ese que dicen que murió, con muerte anunciada, a manos de Aquiles por mor de salvar su nombre, su estigma?” -hubiera proclamado.
No se le puede culpar a Platón de este hallazgo: la inmortalidad humana, pero, no obstante, sí que se le puede citar como al primer gran filósofo que configuró toda su filosofía a partir de esta idea dado que en ella se establece la búsqueda de la fama y la procreación como formas -disfrazadas o, si se quiere, bastardas- de lograr la ansiada inmortalidad de la que carece el individuo humano. La historia sería la encargada de perpetuar esta fama, como los hijos son los encargados de honrar la memoria del padre. Con ello, a partir de la reflexión y del relato históricos, a los seres humanos se les permitía competir con la naturaleza.
Para Tucídides ya parece claro que el objetivo de todo ser humano es lograr la inmortalidad, sin ella, la vida humana individual carecería totalmente de sentido. Y la inmortalidad sólo podía lograrse a través de la grandeza en las palabras, en los gestos y en las acciones.
Y ¿qué ocurre con la historia moderna? Parece que debemos atender al acontecimiento más crucial de la modernidad para aclarar este entuerto: el desarrollo espectacular de las ciencias naturales a partir del siglo XVI. ¿Qué le ocurre a las ciencias naturales cuando aparece entre sus procedimientos el experimento? ¿Se objetiviza o se subjetiviza? Aparentemente parece que lo primero: el experimento es la objetivación de una naturaleza controlada. Pero este control de la naturaleza, este diseño preconcebido de lo que ocurrirá, ¿no contiene un elemento subjetivo difícil de eludir? Ocurre que a través de un experimento los científicos sólo responden y sólo pueden responder a las preguntas que previamente se han formulado. De aquí a aceptar que la ciencia moderna sólo se pregunta aquello a lo que puede responder, sólo hay un fácil trecho. ¿Y no es esto subjetivismo puro? Parece, por tanto, que el gran avance de las ciencias naturales modernas se debe a su subjetivización. ¿Y la historia? ¿Quedó anclada en un pasado trasnochado, buscando una objetividad imposible, una imparcialidad inútil, una pretendida eficacia impotente? ¿Cómo debería entenderse la objetividad en la historia si queremos que ésta, en palabras de Droysen, no sea “eunuca”?
Parece que los historiadores antiguos resolvían el problema aplicando la doble vía de la no interferencia y de la no discriminación. Esta segunda parece relativamente fácil, basta con no criticar nunca y despreciar los halagos por muy mojigatos que puedan resultar; pero la primera, la de no interferir, parece algo más complicado. Igual que en un experimento científico, la selección de hechos puede ser interpretada como una manipulación intencionada. Heródoto parece que resolvió la cuestión a través de la imparcialidad: los hechos heroicos lo eran fuesen cuales fuesen sus orígenes, sus autores y sus desenlaces. Tucídides añadió a su criterio de no interferir, lo que creo, uno de los hallazgos más inteligentes de la historia de la humanidad: la comprensión del otro, es decir, entre él y los suyos, y el resto de pueblos, había unos límites claros, pero límites flexibles visto desde el punto más general de la naturaleza humana común: por muy distantes y raros que lleguen a resultarnos nuestros vecinos, siempre podemos hacer el intento de comprender los porqués de sus actos, de sus gestos, de sus palabras.
La objetividad en la historia antigua parece, pues, girar en torno a la no discriminación (lograda por la ausencia de críticas y de halagos) y a la no interferencia (lograda tras la búsqueda de la imparcialidad y de la comprensión del otro). ¿Pero qué le ocurre a la historia moderna? ¿No le bastan estos ejes? ¿Acaso busca otra cosa? Veamos.
La imparcialidad antigua venía dada por la claridad, por la evidencia, con que se presentan los grandes hechos o gestos para todos, mas hoy parece inalcanzable llegar a un acuerdo unánime o a un consenso mayoritario siquiera en torno a ningún asunto. Y si esto resulta así, entonces qué sentido tiene mostrar ningún intento de comprender al otro, ¿por qué?, ¿que sentido tiene? Parece claro, pues, que el objetivo de la no interferencia no se logra hoy día y, lo que parece más característico de nuestra época, no aparece ningún indicio que nos haga pensar que puede lograrse o que alguien intente lograrlo. El descaro subjetivo crece a un ritmo diabólico, imparable. La degradación relativista (la del todo vale) es elocuente en cualquier afirmación de cualquier historiador desde el siglo XIX hasta hoy. La historia se ha vulgarizado absolutamente. ¿O no es vulgarización el que los problemas metodológicos empantanen los discursos y los debates ocultando los asuntos de fondo?, ¿o el que cualquier historiador se sitúe incómodamente en una única convicción: la duda de todo (ojo, quiero decir que los historiadores actuales dudan de todo, que no es lo mismo que situarse en la duda, en la crítica)?, ¿o el que se nieguen sistemáticamente las capacidades humanas para descubrir lo que ocurrió olvidando que el único interés real de la historia es el de la interpretación de los hechos? Porque de qué me sirve conocer el pasado si no es para interpretar el presente y avanzar, aunque mínimamente, el futuro. Como escribiera Croce, “toda historia es historia contemporánea”, ¿pero acaso alguien creyó alguna vez que esto podría ser de alguna otra manera? Claro que toda historia es historia contemporánea, e historia personal incluso, pero si no fuese así, ¿serviría de algo la historia?

Algo de política: Thomas Hobbes y Hanna Arendt

Thomas Hobbes cometió uno de los más recurrentes errores de la historia de la teoría política al pretender justificar sus tesis a partir de sí mismas. Esto se hace especialmente patente cuando describe cómo el poder político surge con el fin de hacer que los seres humanos abandonáramos el estado de naturaleza. En primer lugar, el poder político sólo sirve como sustituto perverso de la política bajo una concepción en la que los seres humanos son por naturaleza lobos para nosotros mismos. Lo que hace que los seres humanos abandonemos el estado de naturaleza no es el poder político, sino la política. Claro que la política debe concretarse en instituciones reales. El hecho de que éstas se constituyan en elementos al servicio del poder o en agentes del poder es un mero accidente más o menos difícil de evitar, pero en cualquier caso condenable por detestable, detestable por demencial y deshonesto. En este primer error de Hobbes se encuentra el germen del segundo, tan grave como el primero, pero más difícil de eliminar porque es más difícil de observar. Quien mejor nos advirtió de su omnipresencia fue Hanna Arendt en sus escritos sobre política. Desde la Antigüedad griega viene gestándose lenta, pero tozudamente, una interpretación pervertida del término “libertad” que finalmente ha ido imponiéndose, particularmente desde la modernidad y con fuerza devastadora en el último siglo. Según esta interpretación, “libertad” es sinónimo de “libre albedrío”; es decir, los seres humanos particulares hemos acabado por conceder a los poderes establecidos que la libertad es el hecho de poder elegir entre dos opciones. Mas qué, cómo y por qué se nos ofrecen esas dos opciones, si es que realmente se nos ofrecen. La “libertad”, en su origen, no tenía nada que ver con esta ingenua y falsa posibilidad de elección, sino, antes bien, el hecho de poder hacer que las cosas sean como uno quiere que sean. Es decir, dos o más seres humanos, reunidos en un espacio común y en un plano de igualdad (donde todos tienen el derecho de hablar y de ser escuchados, el deber de escuchar y de hablar, y donde la palabra es una forma de la acción) deciden cómo ha de ser la realidad común a ellos. El espacio abierto entre ellos, “la mesa de diálogo” o el “ágora”, es la política. Esto es, y volviendo a Hobbes, su segundo error está en decir que el “poder político” surge. No, “la política” no surge. Lo estadísticamente normal es que no surja entre los seres humanos nada parecido a una “mesa de diálogo”, a un “ágora”. “La política” requiere el esfuerzo continuo de su recreación y su mantenimiento. Si la política genera ventajas particulares -sea del tipo que éstas sean-, ya no es política. En “la política” todos deben ser igualmente aventajados, porque la única ventaja posible es la que genera la propia existencia del “ágora”. El ejercicio de la política es el signo claro que nos indica que estamos ante seres humanos libres.
La forma de gobierno que hoy pretende justificar de más cerca este sentido de la política es la democracia. Ésta se fundamenta no sobre sólidos pilares, sino sobre hilos muy finos y sutiles, ciertamente elásticos, pero fácilmente corruptibles. Apenas el desequilibrio entre ellos mismos se produce o apenas las instituciones que sobre ellos se sustentan comienzan a pesar más de la cuenta, los hilillos se quiebran o se enredan, y reconstruirlos o desenredarlos lleva tiempo y, sobre todo, esfuerzo, mucho más esfuerzo que el necesario para su complicado mantenimiento. Los cuatro fundamentos de las democracias actuales son los cuatro poderes (los tres clásicos: legislativo, ejecutivo y judicial, más un cuarto poder compartido entre los mass media, los reglamentos de las gestiones democráticas -como los períodos de las legislaturas, o los sistemas de la elección de magistrados de los grandes tribunales, o los reglamentos que regulan los funcionamientos de los parlamentos,...-), sus independencias y los ejercicios de control sobre el resto de ellos.

Cinco aforismos para una política de izquierdas

1
Ya no sirven los clichés políticos: la izquierda defiende un intervencionismo económico y un liberalismo político y cultural; la derecha defiende un intervencionismo político y cultural y un liberalismo económico. Esto es así porque la necesidad del intervencionismo económico y del liberalismo cultural se ha hecho evidente incluso para la derecha y el intervencionismo político se ha hecho evidente para la izquierda:
1º: Intervencionismo económico, porque ni siquiera considerando el gobierno como un órgano exclusivamente gestor, la economía nacional e internacional en manos de empresas transnacionales, sin bocado ni freno alguno, cabalgaría, como a veces las vemos cabalgar, como dicen los historiadores que cabalgaba el caballo de Atila.
2º: Liberalismo cultural, porque cultura puede serlo todo y nada, todos y nadie. La cultura y el arte hoy día no son otra cosa que un producto de consumo y allá cada cual con lo que compra o vende. Personalmente aconsejo seguir las recomendaciones de los críticos, pero que el santo Pedro bendiga como le plazca lo que le plazca.
3º: Intervencionismo político, porque es necesario ir recuperando el perdido y original sentido de la política, el espacio creado por los iguales entre sí. Sólo apostando por él fuertemente, este puede abrirse, originarse. Su existencia no es natural ni espontánea, es un artificio extraordinario y maravilloso, específicamente humano. Esto último, no porque lo logren todos los grupos humanos, sino porque únicamente los grupos humanos lo pueden lograr: logro difícil, raro, escaso, pero logro feliz. Preocuparse por la creación de la política evitaría el desarrollo de los dos grandes problemas de las democracias actuales:
1º: La falta de ideas de los partidos de izquierda y de derecha en torno a problemas tales como mantener el estado de bienestar disminuyendo y eliminando la fractura entre ricos y pobres, y
2º: El desinterés creciente de los ciudadanos por la política, su indiferencia y su versión más extrema, el cinismo.

2
- Presupuesto inicial de toda política: igualdad de todos.
- Objetivos de todo intervencionismo político:
- Solidaridad y pluralismo político, social y cultural.
- Responsabilidad individual.
- Austeridad.
- Civismo.
- Resultado final: Aumento global del estado de bienestar social y cívico.

3
El subsuelo de la política es la moral cívica (fundamentada en la igualdad de derechos y deberes). Si ésta falla, aquélla no puede subsistir; si ésta no existe, aquélla no llega a nacer.
La única ventaja con que contamos es que los seres humanos no podemos ser amorales (aunque ocasionalmente podamos amoralizarnos, desmoralizarnos). El inconveniente es que las morales son tan diversas como diversos somos los seres humanos.
Lograr la igualdad fundacional es la primera de las virtudes. Este logro requiere como paso previo el “esfuerzo” y su consecuente “valor”.
El esfuerzo inicial y su resultado, el valor, pueden verse frenados, incluso contradichos. Esto es terrible y esto puede acaecerle a cualquier ser humano y a cualquier sociedad. Es el peor de los desenlaces: el descubrimiento del mal en uno mismo y sentir que se puede seguir viviendo felizmente. Es una eufórica felicidad aparente resultado del vértigo que sentimos al reconocernos injustos, mejores, insolidarios, irresponsables, desmedidos, egoístas.

4
La mejor forma de vivir es aquella que se preocupa por los que viven peor.
Este es un maravilloso principio moral. Pero, entonces, ¿por qué no lo cumplimos? Tal vez porque hemos sido invitados a vivir bien sin preocuparnos de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y hemos descubierto que es posible vivir así y vivir felizmente. En definitiva, hemos descubierto nuestra propia maldad, en forma de indiferencia.
Soy malo, y aunque sé que esto debería importarme y molestarme, lo cierto es que no lo hace. Soy malo, lo sé, no me importa y sigo viviendo y sintiéndome feliz. ¿Hay algo más terrible? No. ¿Más miserable? Sí. Seguir así con la excusa de pensar que los tratados indignamente harían lo mismo de trocar su situación por la nuestra.

5
Servir al Otro para beneficiar a la postre al propio Yo. Esta es la tesis básica de nuestra tradición, al menos en teoría. En la práctica esta tesis tiene demasiados enemigos para salir adelante.
El liberalismo es el espejo en el que hemos descubierto nuestro verdadero y oculto rostro: la indiferencia frente al mal ajeno. Ir contra ella, pasa por renunciar a muchas comodidades, a muchos logros, incluso, a veces, renunciar a la propia salud y a la propia vida. Esto requiere esfuerzos que hay que cultivar y alimentar durante años y generaciones. Este es el dogma oculto de nuestra tradición bipolar, que también tiene otro dogma siniestro y hoy día patente.

Apostillas a "¿Qué es política?" de Hanna Arendt

11
El vértigo: la conciencia produce vértigos. Todo lo que la conciencia produce nos acerca al borde de un abismo. Todos los días, todos los momentos suponen un comienzo. La conciencia de ello, de que algo comienza, nos abruma y nos seduce. Pero que todo comienzo consciente nos abrume y nos seduzca no es más que una reacción que nos pone en alerta. Nos alerta del peligro emocionante, de la belleza divina del ejercicio de la libertad. Este vértigo primero nos lo describió Pedro Salinas: “El hombre, en la orilla, tiembla.”

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Mientras planificamos lo que vamos a hacer, ello nos pertenece. Pero una vez comenzado ya forma parte de lo que pertenece a todos. A todos los que puedan contribuir a su desarrollo; de ahí que una vez que algo comienza, ya no sabremos jamás lo que de ello nos vendrá, lo que de ello surgirá, lo que de ello resultará. Esto también genera vértigo. Otro poeta, León Felipe, nos legó: “Oh, pobres versos míos,/hijos de mi corazón,/...”
Nada genera más vértigo ni más placer que el ejercicio de la libertad.

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La mejor imagen para explicar la naturaleza humana es la fábula del barón de Munchausen: “Otra vez quise saltar un pantano, y cuando me hallaba en mitad del camino, noté que era demasiado grande, o más de lo que yo había creído. Sin perder tiempo, volví grupa en medio de mi arranque, y caí en la misma orilla que acababa de dejar para tomar más distancia. Pero me engañé también esta vez y caí al lago, en que me hundí hasta el cuello. Allí habría perecido infaliblemente, si con la fuerza de mi propio brazo no hubiera tirado de mi coleta, sacándome a mí y a mi caballo, al que estrechaba fuertemente entre mis piernas”.
Los hombres son un producto de sí mismos: somos lo que decidimos hacer y esto es lo que más vértigo genera.
Aquél explorador que adentrándose en una isla desierta descubre, para su sorpresa, una huella humana. Esta sorpresa ya tiene como ingrediente fundamental el vértigo. Pero aún lo inesperado le aguarda: tras varios días de inspección por toda la isla, vuelve a la huella inicial y descubre, ahora para su admiración, que la huella era la de su propia pisada. Todo es lo que siempre fue, salvo que se opere el milagro, el milagro único de la libertad, el milagro único de lo original.
El hombre no existe. Existen los hombres. Los hombres inventamos el concepto “el hombre” y después establecimos que “el hombre” era y existía. Pero la invención de este concepto no es más que la ineficaz e impotente excusa para evitar el vértigo. “El hombre” nos tranquiliza, porque nos sacude responsabilidad, nos ciega y alimenta nuestras pesadillas transformándolas en sueños agradables. Pero ningún hombre puede engañarse a sí mismo a sabiendas. Finalmente, “el hombre” nunca cumple lo que promete: no nos sirve ni como refugio ni como consuelo. “El hombre” es la religión de los ilustrados desde la antigua Grecia y, como toda religión, sólo persigue subsistir recurriendo a sus magos, a sus taumaturgos, a sus supersticiones.

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La política es el hecho de lo diverso, el triunfo de los hombres frente a todos los dioses.
La familia es la primera invención que tiene por objetivo uniformar lo diverso, reducirlo en elementos menos numerosos, pero (magnífico encantamiento, embrujo y engaño) manteniendo la estructura de lo individual, del individuo humano, es decir, una familia funciona como si fuese un solo individuo, aunque realmente es un grupo de ellos. Para mantener la estructura algunos individuos miembros de la familia debieron ser aniquilados: las mujeres y los hijos. Ellos son las primeras víctimas del miedo al vértigo.

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La familia es el primer síntoma de la ruina y de la perversión de la política. Con la invención de la familia comienza la perversa aventura de “el hombre”. Por fortuna, los hombres no pueden ser destruidos por “el hombre” (que no es más que un flatus vocis). Los hombres sólo pueden ser destruidos por otros hombres –además, claro está, de por accidentes indeseados: por causas naturales o por sí mismos–. Aquí sobresalen las puntitas de las orejas de ese animal verísimo que es el vértigo que todos sentimos ante la aventura de comenzar y de no tener el control absoluto de lo que comenzamos.
Acostumbrarse a convivir con el vértigo es lo propio del héroe político. Mas probablemente el héroe político no sea recomendable ni para el mundo ni para sí mismo. Los héroes políticos generan líderes y esta es una de las fuentes de las que manan los totalitarismos.

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A pesar de su perversión la familia arraiga y crece, porque el mundo (algo creado por los hombres) no reserva ningún espacio para el individuo realmente diverso. El extraño, en su alteridad ajena a todos, nos amenaza, pero –y aquí está el mejor valor de Nietzsche– también nos seduce, porque es el requisito necesario para el ensanchamiento del mundo: los extraños obligan a crear en libertad, además de hacer salir el pus antipolítico cuando este se acumula bajo la piel del mundo. Así, todos los hombres desean establecer parentescos para no ser ajenos a todos: la familia nos fortifica, arraiga y crece siempre a costa de l’étranger. La política, el hecho de lo diverso, se traiciona a sí misma, se pervierte, crea la peor ficción de todas: en lugar de ser el hecho de la libertad, la política se convierte en la persecución del logro de la libertad, como si ésta no fuese ya, de hecho y de suyo, algo propio de todo individuo.

27
Otra ficción: los teólogos y los filósofos que promueven “el hombre” hacen creer a los hombres que le deben a aquél el origen y la aplicación de la igualdad jurídica, cuando realmente ésta es el resultado necesario de la diversidad de individuos. Si lo que domina es “el hombre”, la igualdad jurídica no es un deseo, dado que ya existe la uniformidad real. Sólo cuando ésta no existe, es necesario aquélla.

28
Que “el hombre” sea zóon politikón no significa otra cosa que los seres humanos somos quienes tenemos la posibilidad de vivir políticamente, en libertad, en diversidad compartida. En la esencia de “el hombre” no hay nada político, porque la esencia de lo político es el hecho de lo diverso, el vivir o convivir entre los hombres.

29
Las religiones monoteístas fortificaron y formaron a “el hombre” a imagen y semejanza de su dios.

210
Además de la familia, la otra monstruosa invención al servicio de “el hombre” es la historia universal y su eje central el concepto “humanidad”. La “humanidad” no existe como no existe “el hombre”, por tanto, ni hace, ni desarrolla, ni logra nada. Quienes hacen, desarrollan, crean, destruyen y fracasan o logran son los seres humanos individuales. Magnífico error sustituir la política por la historia universal.

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Para muchos la historia universal está esencialmente caracterizada por la necesidad. No puede ser de otra forma dado que la política está esencialmente caracterizada, es, de hecho, libertad. La única historia con sentido es la “historia de los seres humanos”, y, si es posible, contada por ellos mismos: nunca son suficientemente valoradas las autobiografías.

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La igualdad política es relativa, porque relativamente diversos son los seres humanos individuales. Para ganarse el estatus de ser humano libre es necesario actuar y hablar en libertad.

313
Los asuntos políticos tienen lugar únicamente en el espacio que se abre entre dos o más seres humanos. A ese espacio es al que llamamos “mundo”.
En las salas de reuniones no cabe ningún ídolo, dado que ello acotaría la libertad, impidiendo su eclosión o tutelándola maliciosamente. El único coto posible a la libertad es el punto central original, el foco de la reunión: bien valdría una lámpara.

314
El mundo y las cosas del mundo son lo creado, lo producido por los hombres, lo proyectado por los hombres, lo elaborado para cobijarlos, para darles sentido a sus vidas. El mundo y las cosas del mundo nos condicionan, nos afectan alegrándonos o entristeciéndonos, haciéndonos gozar o padecer. Los seres humanos tenemos el poder de destruir el mundo, de aniquilarlo y ello nos reduciría a la animalidad. Pero, en cualquier caso, no serían los hombres quienes destruirían el mundo –esto no es posible–, sino el propio curso del mundo, porque nadie conoce los derroteros que puede seguir algo una vez puesto en marcha.

315
El mundo es el espacio de la libertad.

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Hoy día la pregunta por el sentido de la política tiene sentido desde que la escisión entre libertad y política es ancha (sobre todo evidente en los estados totalitarios). En la Antigüedad “libertad” y “política” eran términos sinónimos.

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El desarrollo tecnológico alcanzado hace que los hombres tengamos la preocupación de la responsabilidad, el vértigo que nos impone el sabernos poderosos hasta extremos insostenibles. Mas la política actual engendra diablos mucho más poderosos que los que pintaba Hans Memling y ya nadie cree en ningún Miguel Arcángel salvador de almas.

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Este mundo es nuestro.

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En la Antigüedad, lo político era lo creado en libertad. A partir de la Modernidad lo político ha pasado a significar y a parecer otra cosa. La política tiene ahora como cometido sostener a la sociedad, proteger su subsistencia y su libre desarrollo. La sociedad se ha terminado comiendo al pueblo, a la tribu, a la aldea, a la familia y ha devorado al mismo individuo. Por un extraordinario juego de analogías, la sociedad se ha convertido en el único individuo libre: he aquí la más temible perversión de la política: su suicidio.
El único desenlace posible es el siguiente: si finalmente la política no puede garantizar la vida, entonces no tiene sentido mantenernos con vida. Mas la situación es mucho más trágica de lo hasta aquí descrito, puesto que la marcha atrás no tiene cabida en la política: el mundo está hecho de tiempo, no de espacio.

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Todo esto es fácilmente pronosticable y visible simplemente haciendo los dos siguientes ejercicios: leer cualquier periódico e intentar buscar soluciones (a cualquier problema de calado internacional o nacional) diferentes de las practicadas de hecho. Ahora el vértigo se transforma en abatimiento. Mas un ser humano abatido no es un ser humano derrotado

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Sólo un milagro puede salvarnos, un milagro equivalente al de la existencia de la Tierra, al del origen de la vida, al de la aparición de la conciencia o al de la génesis de la autoconciencia. Los milagros son ocurrencias inesperadas, imprevisibles e inexplicables causalmente. De hecho, cada ampliación del mundo, cada sencillo ejercicio en libertad, cada acto político, cada nuevo comienzo, cada nacimiento es un milagro. Todo milagro que eclosiona interrumpe algo.

322
Sólo los individuos somos capaces de obrar milagros, sólo nosotros tenemos este maravilloso y extraordinario don: la acción, comenzar por uno mismo una cadena. Así, el mero hecho del nacimiento de un individuo es ya, de por sí, un comienzo.

323
Nos resulta incomprensible la definición de “libertad” como comienzo y ello porque nuestra tradición nos ha enseñado a pensar la libertad como sinónima del libre albedrío (el poder elegir entre dos opciones) renunciando perversamente a enseñarnos el auténtico sentido de la libertad, que no es otro que el hacer que las cosas sean de una determinada manera o de otra.

324
En griego “archein” significa “comenzar” y “dominar”, “ser libre”. En latín “agere” significa “poner algo en marcha”, “desencadenar un proceso”.

325
En el mundo de la libertad política es en el único en el que realmente podemos esperar un milagro.

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¿Cuál es el fin último que persigue hoy la política? Asegurarnos la vida.
Dado que los individuos no somos autárquicos, la política es necesaria en la medida en que es necesario diseñar el marco de convivencia.
Los individuos, en el ejercicio de nuestra libertad, perseguimos fines. La política es la que nos permite que persigamos estos fines en paz, y con tranquilidad y seguridad. El estado es quien tiene que posibilitar que esto ocurra y esto pretende llevarlo a cabo monopolizando la violencia, evitando así la guerra de todos contra todos.

427
Aristóteles, con su definición del hombre como animal político, se refería a que el ser humano es el único ser que puede crear un mundo, un espacio político definido por la libertad de los miembros que lo delimitan. Sólo los seres humanos tenemos la posibilidad de hacerlo, lo que no quiere decir que tengamos que hacerlo necesariamente. De hecho, en la historia de los seres humanos lo que destaca es la escasa creación de espacios políticos, lo inusual de la política, su rareza.
La política tuvo lugar por primera vez en la pólis.

428
No es que la “política” posibilite la “libertad”, es que “política” y “libertad” son lo mismo. En la antigua Grecia fue el ocio lo que permitió la pólis: sin el ocio que procuraban los esclavos y los laborantes no hubiera existido la pólis o, lo que es lo mismo, los griegos no hubieran dejado de ser bárbaros. La coacción y la violencia que los hombres libres oponían a los esclavos y los laborantes es lo que provocó la génesis de la política, aunque estas actitudes en sí mismas no eran propiamente políticas, dado que no eran actitudes libres.

429
La “libertad” tiene un doble sentido:
- Negativo: no ser dominado y no dominar.
- Positivo: Un espacio constituido entre iguales. Por ello, los poderosos y ricos del mundo tal vez sean felices y envidiados, pero no libres.

430
El reverso equivalente de la libertad es la igualdad. Igualdad-libertad, que no igualdad-justicia. En la antigua Grecia la constitución libre era llamada isonomía, que nosotros solemos traducir por “igualdad ante la ley”. Mejor que esto, isonomía significa que todos tienen el mismo derecho a la actividad política y, preferentemente, a hablar unos con los otros (hablar y ser escuchado, hablar y escuchar). Polibio identificó isonomía con isegoría (“libertad de la palabra”) y las denominó a ambas isología (“libertad entre iguales”). Si alguien habla para ordenar y alguien escucha para obedecer, realmente ni se habla ni se escucha: estos actos no están dominados por el hablar, sino por el hacer. Los esclavos y los bárbaros eran aneu logou, no poseían la palabra, no hablaban libremente.
Con un tirano razonable, tal vez la ciudad mejore en muchos sentidos, pero el ágora queda desierta, los hombres libres son devueltos a sus hogares.

4301
Esto ultimo es válido más allá de la pólis. Las salas de reuniones pierden su sentido si quien detenta el poder es un tirano. Hoy día, tirano o tirana puede ser cualquiera, la ley también. ¡Cuántas salas de reuniones aparecen hoy vacías, sin sentido! Llenarlas obligatoriamente para nada (porque no hay nada de que hablar, porque sólo hay espacio para la queja o el pataleo) es la más humillante de las hipocresías.

431
La política no es necesaria, en el sentido de que pueden existir estados antipolíticos, es decir, no libres. De hecho la política ha sido durante la historia de los hombres algo raro.
La política empieza sólo donde terminan las necesidades materiales y la violencia física.

432
La política es sustituida por la historia universal. Cuanto menos espacio de libertad, más se engrandece la historia.

433
La historia puede verificar distintos significados de “ser libre”.

4331
Primer significado de “ser libre”: poder ir adonde se quiera. Primero, porque nadie te lo impide ni te lo puede impedir; y, segundo, porque puedes alejarte de tu familia, abandonarla.

43311
Si imaginamos una tribu prehistórica, no creo difícil concluir que sólo algunos podían disponer (disfrutar y sufrir) de este sentido de libertad. El resto de la tribu no sería libre y esto les evitaría padeceres, les cobijaría, porque dentro de la tribu uno está siempre amparado. Los libres serían los pocos audaces y valientes de la tribu. Tal vez los viejos, llegados a cierta edad o a determinado estado de incapacidad, también perderían este derecho.
La philopsychia es el amor a la vida propio de los sirvientes, de los esclavos, de los cobardes: el hombre libre se arriesga abandonando el hogar.

434
Sólo es libre quien está dispuesto a arriesgar la vida. El espacio político se caracteriza por el atrevimiento y el peligro. La valentía es la primera de las virtudes políticas. Cuando nos adentramos en el espacio político, abandonamos nuestra existencia privada y dejamos de pertenecer a nuestra familia,

4341
La lógica política es la de la participación, la lógica privada la de la pertenencia. El dintel de hogar es la frontera que separa ambas lógicas.
Traspasar una frontera conlleva siempre un riesgo. El problema radica en aquellas fronteras que son invisibles: su invisibilidad no significa que no existan, sino sólo que muchos ingenuos o inocentes no las ven.

4332
Segundo significado de “ser libre”: poder hablar lo que se quiera con la garantía de ser escuchado por todos los iguales. Pero hablar todavía es hacer, hablar todavía es un acto.
“Habla para que sepamos que eres humano”.

435
Las grandes palabras contrarrestan las grandes derrotas.

4333
Tercer significado de “ser libre”: poder expresar las opiniones, poder escuchar las opiniones de los demás y poder ser escuchado. Mas hablar, escuchar y ser escuchado ya no son actos, son sólo hablar y escuchar o ser escuchado. Ésta es la libertad del espontáneo, que con sus ocurrencias comienza una nueva serie, pero mucho más superficial, en principio, que la serie surgida en la fase anterior.

436
Lo imprevisible y nuevo es lo político.

437
El tercer sentido de “ser libre” tiene un inconveniente: necesita en mucha mayor medida que los dos sentidos anteriores, sobre todo que el primero, la presencia de los otros iguales: el acto que comienza es visible temprano o tarde, pero la palabra o la sugerencia no oída o no recordada realmente nunca se pronunciaron.

438
Lo más destacable del tercer sentido de “ser libre” es la importancia de los otros, porque el diálogo inter pares es lo que hace que quien expone se esfuerce por defenderse de las objeciones, comprendiendo así mejor la exposición de su interlocutor y de sí mismo. En el diálogo inter pares nos salimos de nosotros mismos, dejamos de ser quien fuimos y más nos alejamos de él cuanto más hablamos. Igual que en la acción como comienzo: una vez comenzado algo, perdemos el control sobre ello, vemos cómo se va alejando de nosotros como se aleja de la costa un navío que hace sólo unos instantes estaba atracado en el muelle, junto a nosotros, con uno de nuestros pies apoyados en la pasarela: en él navega y se aleja, pues, parte de nuestro yo que ya no nos pertenece, que nunca, de hecho, nos perteneció, porque participaba del espacio político, del espacio compartido en libertad.

439
El mundo sólo puede ser comprensible cuando intercambiamos nuestras perspectivas sobre él entre nosotros, los iguales. Hablar sobre el mundo es vivir en el mundo real. Hablar de la vida privada es una idiotez.

440
Los tres sentidos de “ser libre” son los tres sentidos de la política, porque libertad y política son dos términos diferentes que hacen referencia a lo mismo. La auténtica política no persigue el logro o la conquista de la libertad, sino que es el continuo ejercicio de ella.

441
“Política exterior” son dos términos que no pueden aparecer juntos. La política sólo puede ocurrir en el mundo, en el espacio abierto y libre generado por los iguales.

442
Sólo quienes prefieren el trato con pocos al trato con muchos (Parménides o Platón) o quienes consideran que dialogar no genera verdad, sino sólo mentira (los sofistas) son quienes realmente cuestionan el espacio político.

4334
Cuarto significado de “ser libre”: poder expresar lo que se quiera ante un reducido grupo de iguales al margen del resto, de la “masa ignorante”. Esta es la libertad de los pocos: Platón funda la Academia –un territorio acotado– con este fin: crea un espacio político elitista; dentro, pero separado del gran espacio político del estado.
Los libres de la pólis se liberaban del trabajo para ser libres, los libres de la Academia se liberaban del ágora para ser libres en su nuevo y reducido mundo.

443
Cuando la vida corre peligro, la política y la libertad se escinden dejando de significar lo mismo, porque la política comienza a defender la vida, recurriendo a la coacción, al dominio, a la violencia. Después de esto, reconquistar la libertad pasa a ser el objetivo de la política. Hoy entendemos así la política: el logro de la libertad. Esto es la degradación de la política.

4335
Quinto significado de “ser libre”: poder producir libremente en sociedad y sentirse seguro en el ámbito privado. Libertad y política se separan definitivamente. La libertad se reserva para lo privado y para la producción pública.

4336
Sexto significado de “ser libre”: poder tener participación en el gobierno. La política se ha convertido en el medio para alcanzar el fin último, la libertad.

4337
Séptimo significado de “ser libre”: sobrevivir. Éste último significado amenaza con suprimir la política.

444
Significados de “no-ser-libre”:
- Primero: estar sometidos a la cruda necesidad de la vida.
- Segundo: estar sometidos a la violencia de otro.

445
En la Antigüedad, para ser libre uno tenía que ejercer violencia y coacción sobre otro u otros. Ahora el laborante no está sometido por la violencia o la coacción, sino por la necesidad de procurar conservar su vida. Esta necesidad ha suprimido y sustituido a la violencia. Pero, ¿qué es más soportable, la coacción y la violencia sobre el laborante o la necesidad de trabajar para conservar la vida?

446
El mundo político abierto entre los individuos de ahora no es el mundo de la libertad, sino el de la necesidad.

447
El ideal marxista del fin del estado o de la política no es una utopía, es algo escalofriantemente perverso.

El Eco de D. Umberto o el camello que convirtiose en dromedario

"En efecto, es siempre arriesgado sostener que la metáfora o el símbolo poético, la realidad sonora o la forma plástica, constituyan instrumentos de conocimiento de lo real más profundos que los instrumentos que presta la lógica. El conocimiento del mundo tiene en la ciencia su canal autorizado, y toda aspiración del artista a ser vidente, aun cuando poéticamente productiva, tiene en sí misma algo de equívoco. El arte, más que conocer el mundo, produce complementos del mundo, formas autónomas que se añaden a las existentes exhibiendo leyes propias y vida personal. No obstante, toda forma artística puede muy bien verse, si no como sustituto del conocimiento científico, como metáfora epistemológica; es decir, en cada siglo, el modo de estructurar las formas del arte refleja -a guisa de semejanza, de metaforización, de apunte de resolución del concepto en figura- el modo como la ciencia o, sin más, la cultura de la época ven la realidad." (UMBERTO ECO: Obra abierta.)

Se cuentan y se encuentran entre las leyendas sobre filosofía antigua anécdotas que narran cómo Platón era poeta antes de conocer -o recordar- a Sócrates. Igual que Kafka, que Gogol y que tantos otros, la verdad (ese dragón que el arcángel Miguel nunca llegó a matar definitivamente) le hizo destruir (siempre escogieron los artistas para ello el elemento más fugaz, sutil y mágico: el fuego) sus creaciones.
Esta leyenda pretende enfrentar la producción filosófica de Platón con la actividad poética de los trágicos, los líricos o los más antiguos épicos griegos. Desde siempre poesía y filosofía estuvieron separadas como las dos jorobas de un camello. Pero toda leyenda supone en su interior otras lecturas interminables, contradictorias, que -como matrioshkas rusas- se encierran y se necesitan unas a otras.
Ha sido necesario que Umberto Eco nos recordase, hace ya casi cuatro décadas, que, aunque muy parecidas, la actividad poética -artística- y la científica han sido de hecho radicalmente opuestas. El fundamento y la motivación últimas que han incitado sus desarrollos es lo que las escinde, como si fuesen dos mundos opuestos, enfrentados por un chorismos invadeable: el basamento y el logro final de toda actividad científica (empírica) fue siempre el descubrimiento de alguna nueva realidad o de alguna nueva explicación de alguna vieja realidad; en cambio, el basamento y el logro final de toda actividad artística fue la creación (la recreación) y su goce.
También le debemos a Eco el que nos diseccionase el término creación y le quitara el disfraz que lo enmascara: toda creación no es sino recuerdo, anámnesis. Crear es rememorar. Todo el placer que produce la creación artística se condensa en el regodeo de la memoria, en el sueño -rumiante- que se sueña a sí mismo, en el ser disfrazado de pareceres múltiples y cambiantes y que se pierde a sí mismo en sí mismo.
De aquí sólo un paso a la interpretación que propongo de la leyenda platónica: Platón nunca dejó de ser poeta o al menos nunca olvidó su talante poético; es más, lo que en realidad hizo fue extender los límites de la poesía, de la creación artística, más allá de lo que hasta entonces y después de entonces nunca nadie osó hacer. Para el genio poético -artístico- de Platón todo era poesía, incluso el conocimiento epistémico era poesía: todo conocer es recordar, todo explorador experto sabe que los senderos de sus aventuras son sus propios senderos, y que la huella que descubre en un desierto inexplorado lo es de su propia pisada.
La anécdota de Platón rompiendo sus poemas encierra con bella emoción la leyenda de que recordar y recordarse eterna e incesantemente a sí mismo en sí mismo es lo más distintivo y específico de nuestra humanidad. Por ello tuvo luego que expulsar, sin el menor decoro ni remordimiento, a todos los poetas y artistas de su República: sólo uno mismo puede ser el centro de sus memorias. Incluso inventando otros personajes con otros discursos el poeta sólo consigue reflejarse a sí mismo en múltiples, variados y cambiantes espejos. Todos los personajes platónicos son espejismos más o menos falsos -siempre auténticos (bellos y verdaderos, realmente reales, majestuosamente reales)-, que muestran -a veces turbia, a veces límpidamente- al propio autor regodeándose en la contemplación de su propia huella en su propio y solitario desierto.
Debemos a Eco -qué ironía del destino o de la suerte llamarse Eco quien rescata del estanque a Narciso, quien induce a pensar que conocer es crear y que crear es escuchar nuestra propia voz repetida incesantemente en nuestra conciencia- que nos haya recordado que hoy día -cuando el arte es inevitable y fundamentalmente abierto; cuando el lector, espectador o usuario de obras de arte es inevitable y fundamentalmente libre- es posible y quizá conveniente interpretar que el conocimiento científico ha dejado de descubrir realidades, incluso de inventarlas, y ha pasado a crear símbolos, imágenes, conceptos, ..., a recordar recordándose, a abrirse a espectáculos humanos -demasiado libres necesariamente-, a acostarse en el mismo lecho en el que la creación artística lleva soñando desde los albores de su humana existencia.
Lo que de lejos parecía un camello con dos gibas; de cerca, desde dentro, aparece como un dromedario con una sola joroba: la de la inteligencia. Tal vez sólo era un error de percepción, y tal vez nunca hubo conversión.

A C. P.

Somormujose y desapareciose bajo una gran burbuja para siempre.

El arcángel San Miguel matando a la belleza (Opiniones estéticas)






1.
La edición castellana de la extraordinaria y maravillosa novela del polaco Pawel Huelle, ¿Quién es Weiser Dawidek? -una de las mejores novelas escritas en Europa en la década de los ochenta- tiene en la portada un detalle del magnífico tríptico de Hans Memling, El Juicio universal, que puede observar el lector encima de estos renglones. Este cuadro fue pintado por el autor flamenco entre los años 1.466 y 1.473 por encargo del florentino Angelo di Jacopo Tani, director de las bancas de los Medici en la región Hanseática. Desde que lo secuestraran los piratas de Gdansk en el año de 1.473, hasta el año de 1.956, en que los soviéticos devolvieron el cuadro a Polonia, y a la ciudad y al museo donde hoy se encuentra, este tríptico aventurero ha estado en distintas manos famosas. La tabla central representa al Arcángel San Miguel pesando en una balanza un par de almas. A su alrededor una multitud de almas se debate entre ángeles y demonios negros para conseguir el cielo y evitar el fuego eterno. A las espaldas mismas del Arcángel un ángel alado y un igualmente alado demonio luchan por conseguir una de estas pobres almas. El Arcángel San Miguel es un guerrero incansable con cara de niño impasible que destruye a los demonios, al Demonio sin más. El ala derecha del tríptico representa la caída al Infierno y la izquierda la entrada al Paraíso. Si cerramos el ala derecha, podemos ver la pintura que queda detrás y que el lector de estos párrafos puede observar encima y a la derecha de estos renglones: nuevamente San Miguel Arcángel, espada en mano, luchando desapasionadamente contra un par de demonios que van surgiendo desde detrás y desde debajo de sus vestidos. El frío e insensible rostro de este Arcángel siempre me incitó a que interpretara a los demonios que lo rodean como representaciones no sólo del mal, sino también de lo falso, de lo inauténtico. Cuando San Miguel destruye a los demonios, al mismo tiempo destruye sus falsedades: la serpiente bíblica no era el demonio transmutado por ser mala, sino por ser embaucadora. Pero al destruir la mentira -que bien pudiera ser la sustancia del Arte- el Arcángel destruyó también su necesario e inevitable reverso: la Verdad. Así, este San Miguel de Memling -que se esconde tras la tabla que representa los horrores de la caída al Infierno- es el que da muerte definitiva a la Verdad, a ese monstruo multiforme, de varias cabezas, que decapitadas resurgen de nuevo -incesantemente- y se convierte, por ello, en el líder ideológico de todo lo que va a venir: Renacimiento, Modernidad, Contemporaneidad, Ultramodernidad (donde San Miguel mismo ha muerto, pues su vida ya no tiene sentido).

2.
Cualquier filosofía del arte o cualquier estética seria puede muy bien verse constreñida por un sistema -envilecido o no-, pero de lo que no puedo dudar es de que el Arte -con mayúsculas, en general- pueda ser sistematizado, salvo que la soberbia del filósofo serio o del crítico inepto le ciegue. Ninguna obra de arte tiene límites, más que los físicos: si hablamos de pintura por ejemplo, el marco. Chesterton indicó la paradoja: la esencia de todo cuadro es su marco . Las estéticas pueden convertirnos en eruditos, pero no en artistas. Sólo nuestros ojos, o manos, sólo nuestra alma puede ser educada en el Arte; claro que para ello es necesario que tengamos alma. La desemejanza es el principio del arte, las concomitancias su finalidad. "Puedo estar equivocado, pero lo que diré de Cimabue, de Giotto, de Masaccio, lo he sentido realmente delante de sus obras y las he visto siempre solo. Tengo horror de los cicerones de todas clases. He pasado en Toscana tres años de mi destierro y cada día lo empleé en ver un cuadro."(STENDHAL: Op. cit. Pág. 51.).
2a.
Nuestro afán sistematizador es inagotable. Tan analizador, que nunca termina de completar su sistema. La obra de arte es escurridiza, se multiplica por instantes en todos sus minúsculos sectores: cuanto más análisis, más lejano el fin del diseño de sus posibles sistemas. Por el contrario, la única forma de abarcarla en su totalidad es dejarse llevar por las emociones que provoca en nuestra alma. Nuestros sentimientos son nuestra única guía posible, la única que yo admito en mis ensoñaciones. Si a alguien le sirve lo que cuento, que lo aproveche; si alguien está en desacuerdo con lo que cuento, que no se moleste en evangelizarme, porque ya estoy condenado, pero que tampoco se esfuerce en contradecirme, porque mi única guía es mi alma sensible, amanerada, viciada. Nada se impone más que una sensación.

2b.
Un sistema envilecido es aquel que cree que ha llegado a su fin. La soberbia es su estilo, la excesiva magnificencia, su empeño. ¿Estoy yo envilecido?

2c.
Todo artista sabe que cada pincelada, cada curva, cada letra ocupa un lugar único en la obra por su distinción, por su singularidad. Pero todo usuario, lector o contemplador de arte sabe que lo que admira le retiene por lo que le recuerda, por los lazos que muestra con todos las otras realidades de la obra y de fuera de la obra. Esto es lo extraordinario del arte, que cada obra va más allá de sí, que se evade de su esencia. Todos los grandes personajes de novelas se escapan de las pastas que los contienen, y yo un día llegué a morder una manzana de Velázquez. ¿Alguien puede negarlo? El único sentido de las estatuas es provocar la lujuria.

2d.
No soy ningún iconoclasta.

3.
No es necesario el talento artístico ni para vivir ni para convivir bellamente -en armonía-, virtuosamente -en concordia-. Más bien es al contrario: cuanto más sublime el talento, más difícil la convivencia y más amarga la vida. En cambio, suele ocurrir que cuando el talento aflora virginal durante la adolescencia -a veces incluso en la infancia-, su desarrollo y despliegue es inevitable. Si se educa correctamente -y ya explicaré cómo es ello posible- tenemos un Rafael de Urbino o un Víctor Hugo; pero si se le deja a su antojo, loco, apasionado, desvaído a veces, entonces los resultados pueden ser imprevisibles: tal vez un Van Gogh o un Lermontov, tal vez un Napoleón o un Alejandro Magno. Como una víbora, pequeña, brillante y hermosa -que se abre paso en la maleza por muy densa que ésta sea-, y sigilosamente se acerca a su ingenua y despistada presa, así el talento va abriéndose paso entre la muchedumbre y el desconcierto de sentimientos en el alma del artista, acechando y esperando la oportunidad de hacerse notar ante la multitud de extraños raros sin alma -¿cuerdos? No es cuestión de locuras-. Ni el ocio ni la opulencia ni el dinero pueden frenar a un alma sensible.

3a.
Sólo la contemplación artística nos enseña a pensar y sentir, y sólo la creación nos muestra que sentir y pensar es lo mismo.

3b.
Una vez vi a un esquizoide dibujando una madonna maravillosa en una servilleta de papel en un bar de copas. A pesar de su estado inhumano, su alma se le salía por los poros.

4.
No creamos que todo el que sienta temor -el más primitivo de los sentimientos de un alma- es un artista dormido. Cualquier tosco sujeto ha sentido miedo. Lo difícil y raro es sentir amor. El artista contemporáneo comienza su arte iniciado por el amor. Una vez leí la historia de un niño enloquecido de amor . ¡Qué gran artista hubiera llegado a ser si la locura no se hubiese adueñado de su alma! Después del amor, todas las pasiones. El artista debe pintar las pasiones a través de actos, pero no nos confundamos: lo que pretende son las pasiones, no los actos que retrata. Estos actos son el marco físico inevitable, la esencia de lo creado, pero lo que verdaderamente importa son los minúsculos y sublimes detalles que revelan las pasiones: un gesto, un ceño, un dedo, una mirada, un mechón de cabellos caídos ocultando a medias un ojo azul que observa intensa e impertinentemente. Todo artista sabe que los detalles que se dejan acariciar son los que lo engrandecerán.

4a.
La pasión se dice de muchas manera, pero sus maneras siempre son detalles minúsculos: una frase, una palabra, una letra,... pueden decir más que un grueso tratado de estética o de filosofía. Todo depende de la emoción y de nuestros sentidos. El arte no se observa con la razón, sino con la médula; nos eriza los bellos de la nuca.

4b.
La eternidad nada puede añadir a la plenitud de un instante.
5.
El poder, la belleza y el obtuso amor forman un triángulo equilátero. La geometría también contribuye a construir la esencia del Arte.

5a.
"¿Cuáles son los límites del Arte?". "Los mismos que los de tu alma, mi Phriné. No los tiene."

6.
Aunque los entiendo, odio a los manipuladores del arte. Sacerdotes, políticos y cuantos predicadores fueron -y serán- se valen del Arte para sus negocios. Si yo fuese como ellos no dudaría en seguirles; pero ¿y si surgiera entre sus tropas un artista? Todos temblando, también yo. Lo que no puede la fuerza, lo pueden la bondad o la belleza. Es fácil olvidar la fórmula de la gravitación universal, pero es imposible que me olvide, mi Phriné, del poder de atracción de tus ojos.

6a.
El verdadero sentido de la historia es mostrarnos cómo la violencia se vuelve siempre contra sí misma.

7.
¿Acaso nada puede alterar al alma? Por supuesto nada puede proporcionarnos un alma si es que carecemos de ella, pero alterarla, excitarla, troquelarla, claro es que sí: una palabra, un guiño, una melodía, un dibujo, una curva, actúan en nuestra alma impresionándola. Y lo que es más sublime aún: la propia alma no puede negarse a ser impresionada, no puede cerrar sus ventanas a sus propias emociones, ensoñaciones: para vivir bien necesitamos ropa limpia y soleada. Crear es recordar, pero solemos olvidar que recordar es también crear, inventar, relacionar. El maravilloso limbo -nimbo- de las concomitancias.
¿Existe algún alma tan fría que no pueda sentir? Existen los salvajes y son tropa. ¡Si enseñar a sentir fuese tan fácil como enseñar matemáticas! Claro que no son pocos los burdos, los bastos, los vulgares, los fariseos; pero qué felicidad cuando percibimos un mínimo gesto de comprensión en alguno de ellos. ¿Dónde está el evangelista que nos enseñe a amar? Si el Paraíso no fuese una invención estúpida e interesada, se parecería mucho a un mundo gobernado por el Arte, donde todos sus habitantes fuesen admiradores y creadores de obras de arte.
El maravilloso mundo de las concomitancias: coto privado para las almas que sienten. Las groseras objeciones del vulgo no logran taladrar sus leves -ausentes- límites.
La imaginación es el instrumento imprescindible de la memoria. Cuanto más fiel el recuerdo, más enmascarada y sublime la imaginación. "- ¿Podemos recordar lo nunca vivido?". "- Sólo podemos recordar lo no vivido, aunque -divina imaginación- lo recordemos como ya sentido."

8.
Pero a veces un alma sensible se niega a sentir lo que siente. Esta es la mayor de las desgracias: un alma sensible y cobarde. ¡Cuánto sufrimiento inútil! Sólo en este caso y después de repetidos y variados intentos de corregir la cobardía ante sí mismo, está justificado el suicidio. Aunque, bien pensado, merecería este alma el castigo de la vida eterna por ser tan cobarde.
9.
Para ser espectador o usuario de obras de arte, no hace falta ser un sabio.

9a.
Deleitarse requiere conocimientos, pero esos no deben ocultarnos lo fundamental. Es más habitual encontrarse con sabios salvajes que con villanos plañentes.

10.
No es tarea fácil la de amar, y sentirnos amado no nos la facilita.

10a.
Lo bello es amar. Sentirnos amado es sólo una circunstancia feliz, pero innecesaria; a veces, incluso contraproducente.

11.
¿Se puede medir la grandeza de un alma? ¿Se pueden medir la variedad y la calidad de los sentires de un alma? Esta es la investigación que deben iniciar hoy los estetas si quieren dedicar su tiempo a algo interesante y no a monsergas trasnochadas, absurdas, falsas y sin calado intelectual o moral.

12.
Cuando el artista no está contento con su obra o la destruye -lo que lo dignifica- o la adorna inútil y ridículamente con recursos hueros, fáciles y capciosos -lo que dignifica a la obra, pero avergüenza al espectador, que se siente traicionado por el artista-. Si el artista es muy exigente consigo y con su obra, entonces puede llegar a incendiar sus creaciones y a sí mismo con ellas.

12a.
Cuando el gran artista ruso Nikolai Vasilievich Gogol se enfrentó al monstruoso Chíchikov que había creado en la segunda parte de Almas muertas decidió que lo mejor era dejar que el fuego lo consumiese. Algún crítico, cegado por el fogonazo artístico de Gogol, ha llegado a afirmar que éste incendió su afán creador, literario en nombre de los votos piadosos que acababa de tomar.

12b.
El Manuscrito carmesí debió ser incendiado por su autor, y así debe hacerse antes de que la obra lo consuma a él por tanto esfuerzo que requiere su defensa.

13.
A veces incluso pueden las estéticas corromper el gusto. ¿Cómo? Alterando maliciosamente las sensaciones en el alma del usuario. ¡Somos tan moldeables! ¡Tan sutiles! Si calificásemos de locos a todos los que confunden sus sensaciones, entonces no existirían los cuerdos más que en las almas de los locos. ¿Pueden los locos recordar cuando estaban cuerdos?

14.
Cuando el artista imita la naturaleza tiende a exagerarla. ¿Por qué? ¿Es esto, acaso, inevitable? Toda creación es recuerdo y en todo recuerdo se mezclan necesariamente vivencias distantes que se enlazan con sentires apenas parecidos (concomitancias): esto es la imaginación y la inteligencia. Muchos lo llaman idealización. Algunos osan calificarla de ingenua -los muy romos no ven más allá de sus cortas narices-.

14a.
Todo lo que decimos es una idealización, una sustitución. El nombre sustituye al ser que nombra. Y duran más los nombres que los seres. Nosotros mismos somos sustituidos por nuestros nombres. Somos una metáfora que piensa y siente. ¿Es que nunca habéis visto a una metáfora caminando?

15.
El amaneramiento nos da tanta fama como gloria nos resta. No obstante, algunos artista no pueden más que dejarse llevar por su amaneramiento exagerado. A veces, la voluntad no tiene más remedio que plegarse al temperamento.

15a.
De entre los amanerados sólo me gustan mis contemporáneos.

16.
La seca imitación no garantiza el arte, es más nos aleja de él. Toda copia debe ser inteligente. Como vulgares rameras de rancio burdel, las ideas no están sujetas a ningún compromiso de fidelidad. Nadie las tiene en propiedad. Tampoco los actos y sus relatos pertenecen a nadie. Mas todas las almas son dueñas de sus recuerdos y sólo uno mismo puede ser el eje de su memoria. ¿Egocentrismo, egolatría,... solipsismo? Tal vez no sea más que una voluntad delicada, exánime. ¡Ah, si la voluntad tuviera arterias!

16a.
¡Ah, si pudiéramos prescindir de nuestros recuerdos a voluntad! A veces las imágenes se imponen más que la realidad. A veces las cosas se vuelven transparentes y reflejan lo lejano, lo vivido, lo soñado, lo anhelado, lo que fuimos, lo que somos,... lo que seremos.
17.
No son las ciencias y las artes dos montañas separadas por un valle angosto y un torrente invadeable. Más bien son las dos laderas que conducen a la misma cumbre. El científico es un artista que gusta de replegarse a los hechos, sin percatarse de que los hechos están en su cabeza; el artista es un científico que no puede desprenderse de sus sentimientos, sin percatarse de que éstos son tan reales como los mismos actos que los motivan. Platón, quien nunca dudó de esta verdad, odiaba tanto a los poetas como a los físicos: sólo se admitía a sí mismo: ¿ególatra, entonces? No lo creo: su voluntad debía estar llena de sangre.

18.
¿Acaso hemos olvidado que el arte requiere necesariamente de la geometría?

18a.
El triángulo equilátero es el fulcro para la comprensión del amor.

19.
Los sin alma suelen llamar locas a las almas sensibles. ¡Qué elogio! ¡Qué certificado de desemejanza! ¡Qué título más noble! ¡Pagaría por que me lo llamasen a diario mis toscos vecinos! ¡Cuánto ruido arman! ¿Acaso ignoran que, aunque en silencio, uno respira? Tal vez sus ronquidos y sus rebuznos les impidan oír la música de las esferas cristalinas.

19a.
¿Qué difícil, raro y hermoso es comprender al ajeno?

20.
El único fin de la vida es pensar y sentir (pensar o sentir). El arte es la expresión de lo que pensamos y sentimos. Nada más. Las técnicas diversas que utilizan los artistas no son más que los instrumentos para expresar y comunicar lo pensado y lo sentido. Necesarias, son simples medios. Las almas negras, los pedantes se complacen en la observación de las técnicas y olvidan lo fundamental. Les falta de inteligencia lo que les sobra de soberbia.

20a.
Seguir de cerca las técnicas y sentir sus evoluciones y logros es una exquisitez similar a la degustación de mi licor favorito.

21.
Sólo si se nos es permitido un instante de desamor, podemos juzgar a un artista. Mientras le amemos nuestro juicio estará viciado. Pero el desamor frente al arte no es posible, ni un fugaz instante. El odio, aunque improbable, tampoco nos permitiría un juicio que reflejara el mérito real de la obra.
22.
Muchas veces los detalles sólo se dejan acariciar cuando escasean. Toda expresión es selección. No se trata de invadir la obra de detalles banales.

23.
"¿Qué es el asombro?". "Lo que expresa el artista empequeñecido ante su crítico."
Cada artista tiene su temple y por él -y sólo por él- debe dejarse llevar. No es tarea fácil ir perfilando el estilo propio, la falsedad con que cada artista reproduce sus memorias, su propia imaginación inteligente. Todo arte es engaño y todo artista un embaucador sincero -cree en lo que hace y que lo que hace es realmente-. ¿Hay algo más obtuso que un crítico empeñado en explicar el estilo de un artista al propio artista? Éste permanece indefectiblemente con la boca abierta (tal vez sea esto lo que el profesor Eco quería decir con lo de Opera Aperta).

24.
Ser apasionado es escoger siempre el camino equivocado, empeñarse en perseguir lo huidizo, despeñarse contra el propio destino -pergeñado únicamente por nuestro temperamento-. No todas las almas sensibles son apasionadas, pero sí todas las almas apasionadas son sensibles. Amar lo que no se dejar amar: este es el destino reservado a los extraordinarios y maravillosos desgraciados que ansían lo imposible. ¡Cómo los envidio! El peor desenlace de un alma apasionada no es equivocarse, sino acertar a los ojos de todos los demás: este es el mayor de los equívocos; entonces todos dejan de decirle loco y comienzan a llamarle ridículo. ¿Y qué hay más absurdo que una vida ridícula?

25.
Un niño enamorado nos muestra siempre lo enfermo que estamos, el estado miserable al que hemos llegado. Un niño enamorado provoca en nosotros tanto amor hacia él como odio a nosotros mismos.

26.
Me apena pensar en la inexistencia de los innovadores.

27.
Aunque en primer lugar nos encantan los detalles -porque éstos nos elevan sobre la materia-, cuando pasa el tiempo lo que más recordamos de una obra de arte es el barniz embaucador que tiñe de ficciones la realidad representada: el estilo,... el olor, el sabor y el color de cada alma sensible. Después de cinco años yo aún huelo el caldo de pescado en que se convirtió la playa de Gdansk en el excepcional verano de 1.957.

27a.
Todo cuanto ocurre es un acontecimiento extraordinario.

28.
¡Qué penosa es la contemplación de un alma sensible encadenada a la tierra! ¡Ah, la historia científica! ¡Tan ilusa y tan ingenua!

29.
Las almas sensibles son manantiales de alegría en mitad del desierto. Diógenes buscaba a un hombre entre la multitud. Ni con una linterna lo hallaba. Hoy necesitaríamos cientos de linternas -y algún que otro satélite- para encontrar un brote de alegría en mitad del solitario desierto donde yace occidente. ¡Si Diógenes pudiese vernos a través del agujero de su tonel, tal vez ni se molestase en increparnos! ¿Para qué? Sin duda, nosotros no le reconoceríamos.

30.
Para pensar y sentir necesitamos sangre y músculos. Pero que ni la sangre ni los músculos nos cieguen: sólo son instrumentos para pensar y sentir, que es la auténtica finalidad de la existencia. ¡Si en las artes pudiéramos prescindir de los instrumentos! ¡Cuántos ciegos recuperarían la vista y cuántos críticos descubrirían su ceguera!


30a.
¡Qué primitiva y encantadora es la magia simpática! ¡Pero qué ridículos los que hoy la predican! Aunque sí condición necesaria, la técnica no es causa del arte: la sangre no nos hace sentir, manque para sentir haga falta vivir.

31.
Único principio pedagógico.- Todos necesitamos maestros para elevarnos sobre la Tierra, pero para volar sobre ella la libertad del propio temperamento es la única receta. "¡Déjate llevar por tus ensoñaciones! ¡Levita!"

32.
¡Qué chasco cuando nos creíamos ante un alma sensible y sólo era un cuerpo bello!

33.
El estilo no puede ser previo a las creaciones. Se define, definiendo; se conforma, conformando; aparece y se desarrolla, creando.

34.
¿De qué me sirve la gloria si ya he muerto?
¡Vivan las gloriosas almas sensibles! Sin ellas la vida sería una burla, un páramo sin una sombra en la que cobijarse durante las calurosas horas del mediodía.

35.
¿Cuánta risa puede llegar a provocar un esteta en un salón?

36.
Los artistas no tienen ideas, tienen instinto. Reconocer el instinto es el talento. Mostrarlo, el estilo.

37.
Aparte de yo mismo, ¿quién más tiene razón? "Nadie".
La pura sensación y el íntimo reconocimiento del talento, son inatacables. Nunca he pretendido convencer a nadie, sino mostrar en toda su confusión los límites de mi alma, sus babas.
Si amamos a un artista, es porque nos reconocemos en él.

38.
¿Qué puede la falsa razón -apócrifa, demoníaca, mutilada, grosera- frente al arte -angélico-?

39.
Todas las mujeres despiertan o recuperan el alma sensible -que tal vez tenían olvidada- cuando se convierten en madres. Todas se transforman en artistas o en espectadoras felices y privilegiadas de su obra de arte.

40.
Ninguna obra de arte reproduce la realidad: la crea, la recrea.

41.
El límite de la imaginación artística es la verosimilitud.

41a.
La mentira mata al arte.

42.
Alma sensible es aquella que experimenta un placer directo -no vanidoso- ante una obra.

43.
Al levantarme, soy Zenón de Zitio; en el trabajo, Pirrón de Elis, y en la cama, Diógenes, el perro. Tal vez, la única posibilidad de las almas sensibles de hoy: públicamente, escépticas; privadamente, estoicas, e íntimamente, cínicas.

44.
El artista se relame sus propias babas cuando representa los actos de sus personajes. Toda alma sensible no es más que el montón que forman sus miserias.

45.
Todos los artistas son traicionados cada mañana por la nueva furcia que alojan cada noche en su corazón.

46.
Algunas leyendas sobre filosofía antigua cuentan anécdotas que narran cómo Platón era poeta antes de conocer -o recordar- a Sócrates. Igual que Kafka, que Gogol y que tantos otros, la Verdad (ese dragón o demonio que el arcángel Miguel nunca llegó a matar definitivamente) le hizo destruir (siempre escogieron los artistas para ello el elemento más fugaz, sutil y mágico: el fuego) sus creaciones.
Estas leyendas pretenden enfrentar la producción filosófica de Platón con la actividad poética de los trágicos, los líricos o los más antiguos épicos griegos. Desde siempre poesía y filosofía estuvieron separadas como las dos jorobas de un camello. Pero toda leyenda supone en su interior otras lecturas interminables, contradictorias y complementarias, que -como matrioshkas rusas- se encierran y se necesitan unas a otras.

46a.
Ha sido necesario que Umberto Eco nos recordase, hace ya casi cuatro décadas, que, aunque muy parecidas, la actividad poética -artística- y la filosófica -científica- han sido de hecho radicalmente opuestas , para que entendamos que el fundamento y la motivación últimas que han incitado sus desarrollos es lo que las escindía, como si fuesen dos mundos opuestos, enfrentados por un chorismós invadeable: el basamento y el logro final de toda actividad científica (empírica -filosófica, por tanto-) fue siempre el descubrimiento de alguna nueva realidad o de alguna nueva explicación de alguna vieja realidad; en cambio, el basamento y el logro final de toda actividad artística fue la creación (la recreación) y su goce.
También le debemos a Eco el que nos aclarase el término creación y le quitara el disfraz que lo enmascara: toda creación no es sino recuerdo, anámnesis. Crear es rememorar. Todo el placer que produce la creación artística se condensa en el regodeo -dulce a veces, otras amargo- de la memoria, en el sueño -rumiante- que se sueña a sí mismo, en el ser disfrazado de pareceres múltiples y cambiantes, y que se pierde a sí mismo en sí mismo.

46b.
De aquí sólo un paso a la interpretación que propongo de la leyenda platónica: Platón nunca dejó de ser poeta o al menos nunca olvidó su talante poético; es más, lo que en realidad hizo fue extender los límites de la poesía, de la creación artística, más allá de lo que hasta entonces y después de entonces nunca nadie osó hacer (ni siquiera hoy estaríamos dispuestos a emprender esta furiosa locura). Para el genio poético -artístico- de Platón todo era poesía, incluso el conocimiento epistémico era poesía: todo conocer es recordar, todo explorador experto sabe que los senderos de sus aventuras son sus propios senderos, y que la huella que descubre en un desierto inexplorado lo es de su propia pisada.

46c.
La anécdota de Platón rompiendo sus poemas encierra con bella emoción la leyenda de que recordar -y recordarse (eterna e incesantemente)- a sí mismo en sí mismo es lo más distintivo y específico de nuestra humanidad. Por ello tuvo luego que expulsar, sin el menor decoro ni remordimiento, a todos los poetas y artistas de su República: sólo uno mismo puede ser el centro de sus memorias. Incluso inventando otros personajes con otros discursos, el poeta sólo consigue reflejarse a sí mismo en múltiples, variados y cambiantes espejos. Todos los personajes platónicos son espejismos más o menos falsos -siempre auténticos (bellos y verdaderos, realmente reales, majestuosamente reales)-, que muestran -a veces turbia, a veces límpidamente- al propio autor regodeándose en la contemplación de su propia huella en su propio y solitario desierto.
46d.
Debemos a Eco -qué ironía del destino o de la suerte llamarse Eco quien rescata del estanque a Narciso, quien induce a pensar que conocer es crear y que crear es escuchar nuestra propia voz repetida incesantemente en nuestra conciencia- que nos haya recordado que hoy día -cuando el arte es inevitable y fundamentalmente abierto; cuando el lector, espectador o usuario de obras de arte es inevitable y fundamentalmente libre- es posible y quizá conveniente interpretar que el conocimiento filosófico -científico- ha dejado de descubrir realidades, incluso de inventarlas, y ha pasado a crear símbolos, imágenes, conceptos, ..., a recordar -recordándose y olvidándose-, a abrirse a espectáculos humanos -demasiado libres necesariamente-, a acostarse en el mismo lecho en el que la creación artística lleva soñando desde los albores de su humana existencia.

46e.
Lo que de lejos parecía un camello con dos gibas; de cerca, desde dentro, aparece como un dromedario con una sola joroba: la de la memoria inteligente. Tal vez sólo era un error de percepción, y tal vez nunca hubo conversión.

47.
¿Quién nos usurpa el íntimo derecho de elegir nuestro destino?