lunes, 20 de diciembre de 2010

Paráfrasis opuesta a una declaración de Don Miguel:

No he nacido para la lucha, sino para abismarme en las profundidades recónditas de un sentimiento quintaesenciado.

miércoles, 27 de octubre de 2010

¿Ficciones?


FICCIÓN QUINTA:

Cartas X y XI:
La autora de las cartas siguientes es Marisa de la Fuente del Campo, quien había nacido en Villaverde de Medina, en 1892, y habría de morir en Medina del Campo, en la década de los cincuenta, viuda de Juan Juárez Medina. La primera carta está fechada en noviembre de 1947, cuando contaba con cincuenta y cinco años, dos años después de enviudar. Salvo algunas frases ilegibles, la carta está completa; parece que la destinataria la releía con frecuencia y la conservó con cariño.
Querida Enriqueta:
¿Te acuerdas de cuando veníais a mi pueblo a coger brevas? Siempre a principios del verano llegabais Juan y tú a la aldea a recogerlas del huerto de mis padres. ¡Qué bien lo pasábamos! Llegabais sin avisar, de pronto, muy de mañana, y toda la casa se llenaba de risas. Entonces yo hablaba mucho, no paraba, y Juan y tú me lo lanzabais a la cara: “esta Marisa me pone la cabeza llena de grillos”. Siempre estuve enamorada de Juan, lo sabes, pero ahora... ¡Cómo lo echo de menos, Dios! Me falta... todo, Enriqueta. No paro de llorar, no puedo, no puedo. (...) Si, al menos, hubiésemos tenido hijos (...) no me sentiría tan sola. Ahora ya no hablo casi nada. Ya no sé hablar de lo que no sé o de lo que no me importa. (...) fueron tantas las heridas. Parece como si en este mundo no pudiese encontrarse nada que no esté permanentemente confundido con la maldad, con la mentira, con la burla, con el hambre. Lo que hemos pasado, Enriqueta, y, ahora, cuando todo parecía enderezarse, va... y se me muere. ¿Por qué? ¿Tú lo entiendes? ¿Por qué? Con lo que habíamos pasado. (...) Si buscas la verdad de uno de tus vicios o de tus virtudes corres el riesgo de darte de lleno con el resto de tus virtudes o vicios. (...)
(...) Juan no necesitaba propinas, que bastante tenía consigo mismo (...). Cuando me situaba frente a él, hacía estremecerme desde los pies a la cabeza, sentirme sacudida en mis intimidades más secretas. (...) No sé si era su boca o eran sus ojos lo que lograban descomponerme en un brevísimo instante (...).
(...) Este huerto mío de ahora está tan abandonado.
(...) él sigue siendo la cantera de la que extraigo todos mis recuerdos. Pero sé que amados sólo pueden serlo los vivos, Enriqueta. (...) Yo sé cómo destaca un hombre ante el horizonte romo de este pueblo yermo (...).
¿Por qué nunca te casaste?
La soledad es un páramo inhabitable.
(...) pero ya no tengo nada que decir, Enriqueta, por ello callo.
(...)
Te quiere tu cuñada, Marisa.

De la carta siguiente sólo conservamos una línea incompleta. Está fechada a primeros de marzo de 1948.
(...) Parece como si la inmovilidad me sacara del tiempo (...).

martes, 12 de octubre de 2010

¿Ficciones?


FICCIÓN CUARTA:

Cartas VIII y IX:
La carta siguiente viene firmada por Doña Miguela González Medina, con fecha de 15 de octubre de 1912. Va dirigida a Doña Angélica Medina Arteaga. Miguela o Miguelita había nacido en Medina del Campo en el año de 1889, casóse en 1910 en Valladolid con Don Fernando Martín Hidalgo, natural de la misma capital castellano-leonesa. En mayo del año siguiente les nacerá una hija, Angélica Martín González. Don Fernando y Doña Miguela o Miguelita habrán de morir en Buenos Aires: en 1954, él, y seis años más tarde, ella. Nunca volverán a España. De esta carta sabemos porque, por circunstancias desconocidas, acabó llegando a manos de Doña Enriqueta Juárez Medina. Disponemos de los siguientes fragmentos.
Fragmento número uno:
Querida mamá:
Ya llegó la hora de embarcar. Pero no debe usted preocuparse por nosotros, estamos bien, y sabemos que pronto, en tres o cuatro años, volveremos a casa. Aún no hemos zarpado y ya echamos de menos Las Delicias y eso que es un barrio nada bonito.
(...)
Fragmento número dos:
(...) en el puerto ha amanecido nublado y frío. Estamos en una cafetería esperando a que zarpe el pesquero que nos debe enganchar con el buque que nos lleva al “Nuevo Mundo”. ¿Se da cuenta, madre? El “Nuevo Mundo”. Esto es lo que Fernando necesita, un sitio en el que empezar de nuevo su vida. La situación en la Central eléctrica era insostenible y los puestos de soldador ya no se cubren desde hace meses. Adonde vamos hay trabajo de sobra. Ya le hemos pagado al enganchador y tenemos abonado nuestro peaje en tercera clase, lo que nos autoriza a ser recibidos como inmigrantes legales en la República Argentina: nada más llegar a puerto nos llevarán a un Hotel y nos alojarán por unos días, hasta que Fernando comience a trabajar. Yo no sé lo que haré, porque aunque me encuentro bien y me han contado que hay trabajo en el Servicio doméstico, la verdad es que ya me voy sintiendo bastante pesada. Parece que Angeliquita o Fernandito viene dando guerra.
(...)
Fragmento número tres:
No se preocupe, madre, que conocerá a su nieto más pronto de lo que cree. Dígale a padre que también lo echo de menos, que se cuide, que no se enfade más de lo necesario y que deje de meterse en problemas con los jefes de la Central, que no merece la pena, que no tienen remedio, que se calle, que aguante. Dele un abrazo, madre, de mi parte y de parte de Fernando, que también os quiere.
(...)
Fragmento número cuatro:
Este viaje es un comienzo, madre. Madre, que no voy a volver a tropezar, madre. Que no quiero que este nuevo paso sea un nuevo tropezón. Compréndalo, madre. No podemos seguir en Valladolid. (...) Cuídese, madre. Ponga en alto las piernas, no las fuerce. Y, si necesita algo, acuda a Enriqueta, que aunque está muy sola y lejos, es fuerte y les quiere. Hágame caso, madre.
(...)
Fragmento número cinco:
Estamos viviendo este viaje como si fuéramos el mismo Cristóbal Colón: tenemos el mismo miedo que él tendría o más, pero tenemos también las mismas esperanzas. El “Nuevo Mundo” es como una forma original y apetitosa. Desde que decidimos marcharnos nos sentimos más libres. Sobre todo Fernando, que no para de reír. Es muy nervioso, el pobre. Nos costó mucho tomar la decisión, pero... ¿Sabe, madre? A veces creo que no nos dábamos cuenta de los barrotes que nos rodeaban. Ahora nos sentimos más libres, porque hemos decidido y renunciado, decidido emprender esta aventura y renunciado a nuestras convicciones pasadas, de seguridad, de sujeción a usted y a padre, y a los padres de Fernando, de respirar un aire conocido. Esto es lo que nos ha hecho libres y, madre, más fuertes. Sobre todo Fernando, madre, sobre todo él, que no para de reír. Como él me dice todos los días: “vivir es luchar por ir más allá de los límites de mi horizonte, por ampliar las fronteras de mi mundo”. Ya sabes que es un intelectual, el pobre. Siempre está escribiendo y no ha llegado todavía a Buenos Aires y ya quiere que le publiquen un artículo en El Gallego o en El Almanaque de Galicia. Es incansable.
Fragmento número seis:
Dale muchos besos a padre.
Miguelita y Fernando, que os quieren.

Carta de Miguelita a Enriqueta, fechada a 15 de octubre de 1912. Igual que la anterior, estaba en posesión de la propia Enriqueta. Esta carta está completa:
Por favor, Enriqueta, cuida de mis padres. Enriqueta, tengo miedo, tanto miedo, que estoy loca. No sé qué me pasa, pero no entiendo nada. Me veo embarcando en un buque rumbo a un sitio tan lejano y tan diferente. Creo que no voy siquiera a superar el viaje. Pero Fernando es tan empecinado. Nada, que tenemos que irnos, que aquí, en Valladolid no hacemos nada, que la vida está más allá de las fronteras. Tú sabes cómo se pone. Y, yo, embarazada, preocupada. Tengo tanto miedo, Enriqueta, y en este muelle hace tanto frío. Cuida de mi madre, por favor, Enriqueta. Ya te mandaré dinero, lo que necesites, por favor, pídeme lo que necesites. Volveremos pronto, en cinco o seis años. Cuida de mi madre y cuídate tú, prima. Un abrazo muy fuerte y muchos besos.
P.D.: Me acuerdo mucho de tu madre.

sábado, 9 de octubre de 2010

¿Ficciones?

FICCIÓN TERCERA:

Carta VII:
Enriqueta Juárez Medina tenía veintitrés años cuando mandó escribir esta carta a su hermano Juan a principios del verano de 1912. Iba destinada a su tía Angélica que por entonces vivía en Valladolid. La carta se ha conservado íntegra gracias a que permaneció debajo de un trozo de hule que servía de fondo de un cajón de la mesita de noche de la destinataria, doña Angélica Medina Arteaga.
“Hola, tiita. Siento tener que ser yo quien le escriba esta carta. Por el tío Juan o por mi hermano, que viajan a menudo hasta la ciudad, sabrá que su hermana Julia lleva algunas semanas con unas fiebres y unos dolores que nos tienen a todos muy preocupados. El médico no sabe ya qué decirnos. Parece que no va a poder soportar los calores de este verano. Por mi hermano sé que usted no anda muy bien, que las piernas la tienen casi encerrada en casa. Por ello, no le pido que venga al pueblo, pero tenía que contárselo. Su hermana se muere. Padre está como si no estuviera y mi hermano no quiere aparecer por la casa. Parece que le da miedo. Marisa, mi cuñada, sí que viene a echarme una mano con su hermana de usted.
”¿Cómo está el tío Pedro? ¿Y Miguelita, está ya esperando? Me gustaría saber de ustedes, ¡hace tanto que no nos vemos!
”Yo sigo trabajando en Madrid, en la zapatería, recuerde que fue allí donde nos vimos por última vez, hace dos años, cuando fueron ustedes a conocer a la familia de su yerno. Pasamos dos días extraordinarios. ¡Si pudiesen venir al pueblo! ¡Seguro que mamá lo agradecería!
”Cuando pueda escríbame unas letras. Un abrazo. Nos vemos pronto.
”Enriqueta”.

miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Ficciones?

FICCIÓN SEGUNDA:

Cartas II-VI:
Sebastiana González Maldonado había nació en la calle Larios de Málaga en el año de 1890. Los fragmentos legibles de las siguiente cartas están fechados entre el quince de febrero y el veinte de julio de 1912, cuando su autora frisaba los veintidós años. La siguiente es la primera de una corta serie de cinco cartas que se encontraba en un cajón de la cómoda del dormitorio de doña Julia Maldonado Cáceres, madre de Sebastiana. De estas cartas se tuvo conocimiento el 24 de septiembre de 1928, fecha de la muerte de doña Julia. La primera carta consta de los siguientes cinco fragmentos:

Fragmento número uno:
“Hola, madre:
”No es tanto el frío que hace por aquí (...), (...) Madrid es una ciudad tan enorme (...) te cansas de andar antes de que se te acaben las calles. Aunque el trabajo no se termina nunca, el señor Guajardo se porta muy bien conmigo. Pasa mucho tiempo enseñándome todos los rincones de la tienda, todos los tipos de tejidos, todos los hilos y colores,... Creo que dentro de uno o dos meses ya dominaré todos los sectores del negocio (...)”.

Fragmento número dos:
“(...) Me levanto muy temprano, como me dijiste que debía hacer; me lavo un poco, desayuno, me arreglo y salgo para el centro. Andando, andando llego a la tienda a eso de las ocho y media. El señor Guajardo ya está dentro esperándome y haciendo cuentas. Me da un vaso de leche caliente antes de ponernos a ordenar la tienda y a estudiar los alabaranes, los tejidos, (...) Es muy atento.
Cerramos a eso de las dos y vamos a comer a un restaurante que hay dos calles más abajo. Vamos los tres, Marcos, otro dependiente como yo, de unos veinticinco años y algo pálido, Enriqueta, una dependienta de una tienda de zapatos que está al lado de la nuestra y yo. El señor Guajardo no suele venir, pero cuando lo hace lo celebramos mucho, porque comemos mejor (...)”.

Fragmento número tres:
“(...) Para las cuatro ya estamos de vuelta en la tienda.
”Yo suelo salir a eso de las ocho si no hay mucha faena. Marcos se queda algo más, hasta las ocho y media o las nueve”.
Fragmento número cuatro:
“(...) Entonces sí me aburro un poco, porque hasta la hora de dormir no tengo nada que hacer: paseo, ceno algo y después me voy a mi habitación. Doña Consuelo es muy amable y me deja estar en la sala de estar hasta que me entra sueño (...)”.

Fragmento número cinco:
“Ya le seguiré contando, madre. Escríbame a esta misma dirección y cuénteme cómo está usted y padre. Reciba un beso fuerte.
”Sebastiana”.

De la segunda carta sólo es legible el siguiente fragmento:

Fragmento único:
“(...) Ya sé que no es posible penetrar el alma de un hombre a partir del análisis de su sombra y, además Enriqueta me ha dicho que me olvide, que tiene novia formal, que vive con ella y que no están casados. También sé lo que va usted a decirme. (...), pero ¡hoy el amor es tan impopular!. Ayer, le esperé a que cerrara, y salimos juntos. Primero cenamos algo en el bar de Antonio Porras y después fuimos al cinematógrafo. Ponían un film de risa. No parábamos de reír cuando él me echó el brazo por encima del hombro (...)”.

De la tercera carta sólo se conserva la nota siguiente:

Fragmento único:
“(...) Enriqueta no sabe leer. Me dijo que le leyera la carta que le había escrito su hermano desde Medina del Campo. Le contaba que debía volver rápidamente, que su madre llevaba días enferma, que parecía que no se recuperaría, que la llamaba continuamente, que debía volver pronto. Hoy no ha venido a la zapatería. Estoy preocupada por ella. Después de leerle la carta se quedó muda, al principio. Estaba como ida, no triste, sino como si no estuviera dentro de su cuerpo. A Marcos y a mí nos daba una pena enorme. No me había fijado hasta ese momento en lo bonito que son sus ojos. Después le cambió la cara y parecía muy alegre. Sólo quería que la acompañásemos al bar de Antonio Porras a tomar unos vinos. Seguía estando fuera de sí. Marcos y yo la acompañamos a su habitación. Después nos fuimos juntos (...)”.

De la cuarta carta son legibles los tres fragmentos siguientes:

Fragmento número uno:
“Me dijo que mi conducta dejaba mucho que desear para una jovencita como yo. Que mis padres se avergonzarían de mí, dijo. ¡Qué le importará a él! Sólo quiere beneficios, sólo piensa en beneficios. El resto le incomoda, le sobra. Además, que no te lo he dicho, pero huele mal, huele a viejo”.

Fragmento número dos:
“(...) Su madre de ella ha muerto. Está mucho más delgada. Cuando me mira, sé que me riñe. No sé por qué lo hace, no dice palabra, pero sé que me riñe. Tal vez no sea Marcos quien no le caiga bien, tal vez sea yo. Empiezo a no soportar que me mire así. ¿Cómo conocer el destino esencial de una persona, madre (...)?”

Fragmento número tres:
“Los hombres se dividen en dos grupos: aquéllos que no entienden el amor, su naturaleza y su finalidad, y aquéllos que creen entenderlo. Marcos es de los primeros. (...) Si vivo es para vivir más (...)”.

De la quinta y última carta sólo se conserva el fragmento siguiente:

Fragmento único:
“(...) De pronto él se paró y se quedó mirando fijamente al otro extremo de la calle. Yo lo miré a él y luego a ella. Iba con abrigo gris largo, chal y sombrero. Sus ojos eran muy negros. Ella lo miraba a él. Él me miró a mí. Yo también lo miré a él. Seguimos andando hacia ella. Cuando pasamos por su lado ella lo agarró del brazo. Observé sus ojos brillantes. Él se paró, se sacudió de ella y seguimos andando. Noté cómo ella se giraba y nos miraba. Notaba su mirada en mi espalda, sus ojos en mi cuello. Seguimos andando. Nos alejamos de allí. Desde entonces no hemos vuelto a pasar por esa calle. Creo que ella se llama Amalia o Amelia”.

domingo, 9 de mayo de 2010

¿Ficciones?

FICCIÓN PRIMERA:
Carta I:
Estos textos fueron encontrados en una estrecha caja de caoba olvidada en el fondo de un cajón de la mesita de noche de un dormitorio antiguo en un piso viejo del centro de Madrid. Todo indica que son fragmentos de una carta firmada en 1912 por una mujer de veintisiete años, María Amalia Gómez Gutiérrez, de quien nada sabemos salvo la fecha de su nacimiento (1885) y de su muerte (1920), porque alguna mano -quizá la de quien guardase la carta, quizá la persona anónima a quien iba dirigida-, la había anotado en el sobre que la contenía. La carta está muy deteriorada por el tiempo y la humedad, y sólo se conservan los siguientes trece fragmentos (los puntos suspensivos indican siempre frases ilegibles):
Fragmento número uno:
“Los caminos siempre son inciertos y, por ello, no creo que nadie se sienta absolutamente seguro en ningún momento de su vida. Querer orientarse en medio de un mar desconocido no puede ser una actitud calificada de soberbia, sino más bien de honestidad: al menos yo trato de ponerme en claro a mí misma a cada instante. Afortunadamente cuento con mis prejuicios (¿de dónde vendrán o adónde me conducirán?). Con ellos juzgo y por ellos me distingo. Ellos me definen. Si mis prejuicios fuesen otros, yo misma sería otra: no es lo mismo el mar para un poeta que para un pescador. Lo real ni es uniforme ni unívoco. ¡Tantas realidades, tantos puntos de vista! O, lo que viene a ser lo mismo, toda vida, que se sabe vivida, acaba convertida en alegoría. Ésta, la alegoría, no es más que decir-de-algo (desde fuera de ese algo, como todo decir requiere)...”
Fragmento número dos:
“... pensar lo imposible no consigue hacerlo real, conduce sólo a la melancolía. Pensar la realidad es imposible, como coger agua con las manos. Por ello, la filosofía no puede ser más que melancólica (a no ser que sea un sucedáneo de filosofía), y sin filosofía no hay orientación posible...”
Fragmento número tres:
“... la necesidad de vivir es la fuente de la que manan los recursos...”
Fragmento número cuatro:
“... si a lo lejos veo algo que destaca sobre la línea del horizonte, ¿qué será? Si me voy acercando comienzo a ver con más claridad: configuro el ser de lo que no era todavía más que una mancha borrosa... Así es mi vida: amo y no sé qué ni a quién ni por qué. No sé lo que es el amor,... ¡qué lejos aún!... Vivo y no sé lo que es la vida...”
Fragmento número cinco:
“Quisiera que todos estuviésemos dotados de los mismos instintos, de idénticos prejuicios, de la misma sentimentalidad, pero... esta es la prueba de la inexistencia de Dios.
”Mi ser es mi vida y mi vida son mis relaciones. Si me falta el más leve de mis motivos, yo ya no soy yo... No te puedes ir... Las relaciones son el ser de la vida: cada nuevo paso que damos explota en mil nuevos senderos posibles y tú eres la mayor de mis encrucijadas.”
Fragmento número seis:
“... no estoy triste porque no pueda retenerte, estoy triste porque te vas.
”Éste es el sentido de lo trágico: retenerte me resultaría groseramente fácil, lo trágico es que tú quieras marcharte... Nunca me gustaron los artificios, lo sabes, y si resulto sofisticada es, justamente, por evitar la vulgaridad...”
Fragmento número siete:
“...¿qué suele nacer de una tragedia? ¿Lo sabes tú? ¿Tal vez el arte? No deseo que mi biografía se convierta, con el discurrir de los años, en una obra de arte... ¿En qué instante del pasado nació, inconsciente, oculto, taimado, el deseo de marcharte? ¿Era necesario ese instante o fue una quiebra repentina del destino? ¿Una mirada, una sonrisa, una palabra, un gesto? ¿Qué fue?...”
Fragmento número ocho:
“A veces creo que la más ligera brisa contribuye a la conformación total del Universo, que sería otro sin ella...”
Fragmento número nueve:
“... entonces me gustaba observarte viniendo hacia mí...”
Fragmento número diez:
“¡Qué confusión histórica!”
Fragmento número once:
“... fueron mis besos y mis caricias quienes te hicieron real...”
Fragmento número doce:
“... feliz instante el que nos colocó uno frente al otro. El espacio entre nosotros se estrechó en la misma proporción en que se dilató el que nos rodeaba, separándonos del mundo ¡Y cuán lejos de todos llegamos a estar!... Tú eras todas mis respuestas. Cada uno de tus besos resolvía todos mis enigmas, que volvían a surgir conforme te alejabas... Perdurarás en mí... Me creaste con tus besos y en tus besos.
Fragmento final:
“¿Dónde está el paraíso? ¡Qué pregunta más triste, verdad? ¡Qué vida más miserable la de quien esto indaga! Mi paraíso estuvo contigo...”

lunes, 3 de mayo de 2010

Edmund Husserl, breve continuo para introducirse en su filosofía:

“... no debemos conformarnos de ninguna manera con ‘simples palabras’, i. e., con la mera comprensión simbólica de las palabras... debemos regresar a las ‘cosas en sí’. Deseamos reconocer como evidente en sí el contenido de las intuiciones completas de forma que lo que se da en las abstracciones que se han desarrollado actualmente es lo que los significados de las palabras de nuestra expresión de la ley representan real y verdaderamente” (Husserl, Investigaciones lógicas, Madrid, Alianza Universidad, 1982).
Las Investigaciones lógicas son de 1900.
La filosofía como ciencia estricta es de 1911.
Las Ideas para una fenomenología pura y filosofía fenomenológica son de 1913.
La lógica formal y trascendental es de 1929.
Las meditaciones cartesianas son de 1931.
Experiencia y juicio se publicó póstumamente en 1939.
Edmund Husserl nació en el año 1859 y murió en el 1938. Es el primer gran filósofo del siglo XX. Fue discípulo de Franz Brentano. La tradición que continúa Husserl es la católica, escolástica y griega. En torno a su figura se ha constituido una escuela, la fenomenológica, notable por su rigor, por su precisión y por su enorme fecundidad. Esta escuela se vale, como de órgano de transmisión, del Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung (Anuario de filosofía e investigación fenomenológica). Fue un filósofo en sentido clásico: todos sus esfuerzos están encaminados a establecer las fórmulas que permitan vencer tanto al escepticismo, en todas sus formas, como a cualquier atisbo de relativismo, dado que está convencido de las posibilidades reales del conocimiento a través de una intuición primordial. Su fin es llegar al fundamento incuestionable del conocimiento, refutando para ello a los escépticos y a los relativistas, y liberándose de las trampas del psicologismo y del historicismo.
El filósofo debe saberse responsable de su tarea, que no es otra que hacer que la filosofía vuelva a ser la directriz de cualesquiera otras formas de conocimiento, sin confundirse con ellas, ya sean ciencias, concepciones del mundo o meras jerarquías de valores. De aquí, el carácter serio de la filosofía de Husserl. Todas estas formas diversas de conocimiento afilosófico son instrumentos de dominio sobre el mundo; en cambio, la filosofía es búsqueda y toma de conciencia del sentido de toda acción y de todo conocimiento. Esto, además, bajo el presupuesto de que todo está constituido por y para el ser-sujeto. Husserl es un idealista extremado, con claras resonancias platónicas, que ha intentado hacer de la filosofía una ciencia estricta, apodíctica y, como tal ciencia, debe poder aplicar sus análisis a todos sus ámbitos de conocimiento[1].
Husserl comenzó, pues, reivindicando la filosofía frente al despotismo tiránico de las ciencias empíricas erigidas en las únicas formas de conocimiento riguroso posible. Y, para ello, tuvo, primero, que establecer definitivamente los límites de la conquista que las ciencias empíricas especiales habían colonizado de los territorios filosóficos, y, segundo, que liberar a la filosofía de su aparente frivolidad y arbitrariedad mostrando su rango superior al de la propia racionalidad científica. La filosofía no podía entenderse, porque no lo era, como una mera generalización de los conocimientos científicos, como se pretendía que pareciese. Sus intereses son específicos: indagar los significados y los fundamentos de los conocimientos científicos (frente a la generalización, la fundamentación). En lugar de entender la filosofía como coronación de la ciencia, hay que entenderla como su subsuelo, como su fundamento lógico, porque las ciencias no pueden interpretarse a sí mismas. Fundamentar la epistemología en las ciencias y, más específicamente, en la psicología es un absurdo total. Husserl tiene presente que en la base de la cultura europea se halla, como carácter propio definitivo, la búsqueda de la certeza, búsqueda estrictamente filosófica. Renunciar a este carácter es renunciar a lo más señero de nuestra cultura, procurar su destrucción. La historia de las ciencias y de la filosofía europea no podría entenderse sin esta búsqueda de la verdad, entendida como algo distinto del conocimiento apoyado en la técnica y con fines estrictamente prácticos. No es obvio que la búsqueda de la certeza respecto a cualquier modo de conocimiento sea un parámetro inevitable. Euclides elaboró un sistema geométrico que iba mucho más allá de las necesidades imperiosas de “medir la tierra”: ninguna necesidad práctica le indujo a demostrar tan rigurosa y bellamente la infinitud de la serie de números primos. La verdad era, y es, un valor en sí y por sí.
Así, pues, Husserl se predispuso hacia “una nueva fundamentación de la lógica pura y la epistemología”, enfrentándose a un agresivo psicologismo derivado de las ciencias empíricas y de su apoteosis celebrada. Una cosa son los actos psíquicos y otra los actos psicológicos; éstos últimos pueden ser considerados como hechos objetivos, susceptibles, por tanto, de investigación científica con sus métodos propios, pero aquéllos tienen una naturaleza a priori y pura, porque pertenecen a la lógica y a la epistemología, que son los pilares fundamentales de toda ciencia y de sus procedimientos (incluyendo a la psicología). La psicología científica no puede explicar lo que es pensar, pues ésta es una actividad que depende de principios formales y de reglas lógicas determinantes del pensamiento[2]. Finalmente, la constatación de un reino de objetos escurridizos para la investigación científica, científugos, terminó por “rehabilitar” a la filosofía frente a otros modos de conocimiento.
Para concretar el contexto filosófico y cosgnoscitivo en el que se fragua la filosofía de Husserl, y antes de comenzar su exposición, conviene tener en cuenta que el sustrato en el que brota el método fenomenológico viene compuesto de tres sustancias, esencialmente diferentes, aunque con numerosos vasos comunicantes, como son:
- El dominio de las ciencias del espíritu que se desarrolla a partir de la idea del espíritu objetivo de Hegel en manos del positivismo y que conduce a la irrupción de la sociología como nueva ciencia empírica especial. Contribuyendo a este desarrollo sobresale la filosofía historicista de Wilhelm Dilthey, para quien el fundamento y la constante de la filosofía es la vida: la literatura, el arte, la sociología misma son dimensiones diferentes de la vida del espíritu, siendo la historia la forma de esta vida.
- El neokantismo, brotado a partir del auge imponente de las ciencias de la naturaleza, representado por Hermann Cohen y Paul Gerhard Natorp. Para los neokantianos la filosofía era básica y únicamente filosofía trascendental, entendida como teoría del método de la ciencia, sin necesidad de preocuparse, de hecho, por lo que las cosas sean, cuestión ésta perteneciente al ámbito de las ciencias positivas.
- La irrupción de la psicología científica: a partir de Wilhelm Maximilian Wundt aparece la psicología explicativa o de laboratorio, más tarde la verstehende Psychologie, la psicología comprensiva o descriptiva que tiene ya como objetivo la comprensión de la vida mental y de su sentido, y finalmente la psicología de Franz Brentano, maestro del propio Husserl, que se introduce en la investigación de la índole propia de la psíquico. Brentano hizo una aportación capital para la fenomenología cuando afirma que lo específico de todo fenómeno de conciencia es el hecho de que envuelve en última instancia la existencia intencional de un objeto; es decir, pensar es pensar acerca de algo, percibir es percibir algo,... La intencionalidad es, pues, según Brentano, la característica específica de todo fenómeno psíquico.
Esta irrupción de la psicología científica, en sus diversas formas, ocasiona la imposición de una manera de hacer filosofía, que ya venía fragüándose desde la ilustración británica, conocida como psicologismo. Para este enfoque, la psicología, ciencia de la naturaleza, teniendo como aliadas a las ciencias del espíritu, era la ciencia fundamental de la filosofía. Husserl descubre el error de todo psicologismo y decide desenmascararlo y liberarse de él tanto como de esa visión general de la filosofía, entendida como concepción de vida, emanada de las ciencias del espíritu, particularmente al modo de Dilthey. El dominio que abre Husserl es el de la fenomenología. En torno a 1900, el psicologismo empantanaba todas las doctrinas filosóficas haciéndolas fracasar: toda lógica, ética o estética, particularmente estas tres áreas, eran reducidas a psicología. La lógica, por ejemplo, era considerada una disciplina normativa de los actos psicológicos del pensar. Husserl dedicó la primera parte de sus Investigaciones lógicas a combatir este psicologismo asfixiante, para comenzar su restauración filosófica. Las leyes lógicas no rigen posibilidades, sino que expresan conexiones objetivas e ideales que, por su esencia, son accesibles íntegramente en la evidencia. Si no es posible aprender filosofía, como advertía Kant y recuerdan los neokantianos, es porque aún no existe la filosofía como ciencia. De ahí que Husserl pretenda una filosofía como ciencia estricta, en la que las cuestiones se decidan apelando a las cosas mismas. Tanto el psicologismo, en el que la psicología es la ciencia fundante de la filosofía, como el historicismo, en el que la historia es el conjunto de movimientos por los que va pasando el espíritu humano según las épocas y culturas, incurren en el mismo error: en fundar una validez absoluta en los hechos, que ni tienen ni pueden tener validez absoluta alguna. Tanto el psicologismo como el historicismo renuncian a la verdad y esto era para Husserl el fin de la cultura europea. Para el psicologismo, por ejemplo, las leyes lógicas nos dicen cómo pensamos y el pensamiento es un proceso psicológico. Pero esto desemboca indefectiblemente en el relativismo y en un posterior escepticismo, porque hace que las leyes lógicas sean relativas a los individuos o a la especie humana, eliminándoseles la validez universal. El psicologismo desconoce la distinción entre el significado del juicio y el acto de juzgar. ¿Acaso el juicio “dos más dos suman cuatro” es verdad porque yo, o la especie humana, así lo piense? ¿Acaso la verdad nace del acto de ser pensada? ¿Acaso el teorema de Pitágoras no era verdadero antes de ser descubierto? ¿o sólo es verdadero porque fue pensado? A semejanza de las matemáticas, la lógica se basa en el significado de categorías ideales, empleadas por el conocimiento humano en todas sus formas. Luego volveremos sobre este tema cuando veamos que estos ideales forman un conjunto de normas trascendentales. Estas entidades ideales son a priori y válidas, por tanto, no sólo para un individuo o la especie humana, sino para todo pensamiento racional. “Dos más dos suman cuatro” es una verdad ideal o eterna, al margen de que alguien lo piense o no. Las leyes lógicas no son más o menos probables, ni pueden ser refutadas por la experiencia, ni necesitan verificación o confirmación empírica: las conocemos a priori, aprehendiendo su necesidad en el momento mismo de su comprensión. La evidencia de sus verdades no es un sentimiento subjetivo, sino que proviene del significado mismo de sus juicios. Las leyes de la lógica ni dependen de las convenciones del lenguaje, ni son tautologías por ser independientes de los hechos empíricos. Recuperar la confianza en la Razón, en la validez del conocimiento y preservar el significado del concepto “verdad”, requiere hallar el fundamento trascendental de las leyes de la lógica. La fenomenología es el método que nos hará descubrir las estructuras necesarias del mundo.
Para acceder verdaderamente a las cosas, como pretende Husserl, debemos lograr una intuición original:
- Que sea independiente del hecho de que el sujeto cognoscente sea una persona psicológica, inserta en unas condiciones sociales o históricas y determinada biológicamente.
- Que trascienda los hechos o fenómenos para saltar hacia la verdad universal, revelando las conexiones necesarias del mundo.
Estas dos características de la intuición quedan recogidas en las expresiones “ir a las cosas mismas” y “la filosofía como ciencia estricta”. La misión de la filosofía es mostrar el significado de las ciencias particulares, revelar los prejuicios filosóficos y extrafilosóficos, y desmontar las abstracciones artificiales o falsas. El lema de la filosofía debe ser “autonomía”, porque la vorágine creciente de los hechos, hipótesis y teorías puede permitirnos predecir los acontecimientos y mejorar nuestra tecnología, pero no aportará nada para comprender el mundo: cuanta más tecnología y más poder sobre la naturaleza, menos comprensión del mundo. La intuición original revela las cosas directamente a la conciencia, sin distinción (Husserl dirá “corporalmente”). Esta intuición no es ni la percepción común ni el conocimiento analítico. La fenomenología es el método que nos permite acceder a esta intuición original, investigar las estructuras significativas esenciales, apodícticamente necesarias, independientes de la experiencia actual.
La filosofía, por ser la noble aspiración al conocimiento puro y absoluto debe reflexionar críticamente dejando al margen los resultados de la ciencia, los hechos empíricos “dados” en el mundo, nuestro propio “yo” y la misma existencia del mundo y de sus contenidos.
Aquí vemos cómo la fenomenología de Husserl está penetrada de platonismo, como él mismo reconoce. La filosofía es el camino desde la doxa (entendida como opinión infundada) al eidos (esencias), esto es, un proceso donde se van revelando las “cosas en sí”. El objeto final de la aprehensión total de la estructura esencial de la realidad.
“Regresar a las cosas mismas” es “regresar a los universales”, pero universales como objetos directos de intuición intelectual, no objetos producidos arbitrariamente, no objetos puestos por convención, no objetos pertenecientes a un ámbito separado. Considerados correctamente, los fenómenos puros de la conciencia contienen la esencia de las cosas: sólo si las esencias son accesibles a la intuición, como las apariencias a la percepción, es posible el proceso desde el fenómeno al ideal. ¿Están nuestros conceptos científicos construidos correcta y significativamente, al margen de convenciones o utilidades prácticas? Husserl no puede aceptar un “no”. Ahora bien, ¿cómo asegurarse de que poseemos una certeza esencial? Husserl responde que “o se tiene o no se tiene una intuición”. ¿Y comunicar, podemos comunicar una certeza? Husserl afirma que la certeza se da en el acto de la intuición, no en el del discurso: la descripción no puede sustituir a la intuición.
Así, pues, Husserl redescubrió el ideal: la lógica no es una rama de la psicología; la lógica trata de ideas, de conceptos,... Los psicologistas dirían que el principio de contradicción significa que no podemos pensar que “A” es “A” y “no-A” al mismo tiempo. Husserl corrige diciendo que no puede ser que “A” sea “A” y “no-A” al mismo tiempo. No es lo mismo ser que pensar y la lógica (en general, la filosofía) trata del ser antes que del pensar, es decir trata del ser o de la verdad de lo pensado: los principios lógicos tienen validez objetiva. Pensar es una actividad psíquica acerca de objetos. Esto último es fundamental. Estos objetos sobre los que trata la lógica, la ética y la estética (y toda filosofía) son los ideales. Los objetos reales son espacio-temporales, singulares, pero los objetos-ideales son eternos, universales. La fenomenología es la ciencia de los objetos ideales. Todo acto psíquico es Erlebnis (vivencia). La fenomenología es también el estudio de toda vivencia intencional, dirigida hacia un objeto real. De ellos se extraerán, por intuición, los objetos ideales (números, figuras, especies, colores,...). Estos objetos ideales son irreales porque son eternos y universales, frente a los espacio-temporales y singulares, que son los objetos reales. Lo que caracteriza a la fenomenología es la epoché (abstención), la Einklammerung (puesta entre paréntesis) de la realidad de lo percibido. No interesa ni es oportuno aludir a la existencia o no de los objetos que percibimos en el mundo. Esta epoché es la que nos revelará los ideales.
La ciencia rigurosa que pretende Husserl es un conocimiento que versa sobre un objeto evidente, del que se van extrayendo conocimientos justificados y evidentes igualmente: el dominio de los conocimientos filosóficos debe ser el dominio de mis verdades, de las verdades del ego, la que él vaya fundamentando con carácter absoluto desde su condición de “yo”.
Es el ego quien reduce toda realidad a fenómeno[3]. Esta es la reducción fenomenológica que opera sobre la totalidad del mundo. El ser humano, de forma espontánea, natural, cree en la realidad del mundo, como cree en la realidad de sí mismo. Esta creencia, en verdad es una proto-creencia, la primera y fundamental creencia. Toda ulterior creencia está montada sobre esta. La reducción fenomenológica consiste primeramente en dejar en suspenso esta proto-creencia: la de la existencia de todo, del mundo y del yo. Poner en suspenso no es negar. Es la epoché. Es decir, la reducción fenomenológica consiste en reducir el mundo a algo que no es real, pasando a ser sólo lo que se me aparece a mi conciencia y en tanto que se me aparece[4].
Si suspendemos la proto-creencia, entonces el hecho físico, deja de ser hecho fáctico y esto da paso al eidos. La reducción fenomenológica es una reducción eidética. De otro lado, la reducción fenomenológica hace que el mundo comience a ser irreal (recordemos que las ideas eran irreales). Ahora bien, irreal no es lo mismo que ficticio. Esto no debe suponer una pérdida, sino todo lo contrario: si yo sé lo que es “la” luz, como idea, tengo la medida para saber qué cosas tienen más o menos luz. Con ello, la reducción eidética pasa a ser reducción trascendental por dos motivos:
- Primero, porque el fenómeno, irreal, se da sólo en mi conciencia: la subjetividad constituye a las cosas, es una subjetividad trascendental.
- Segundo, porque “trascendental” significa tradicionalmente la propiedad común en que coinciden todas las cosas por el hecho de ser: la fenomenalidad sería el trascendental supremo.
Ahora podemos entender perfectamente la crítica de Husserl al psicologismo y al neokantismo que expusimos antes:
- Primero: el psicologismo es subjetivismo psicológico, porque llama mundo a mis representaciones subjetivas, que siguen siendo algo fáctico, no eidético. Para el psicologismo, lo fáctico es la medida de lo eidético. Husserl propone lo contrario. La propuesta psicologista pretende “sacar agua de una piedra pómez”. Además, para el psicologismo el sujeto cognoscente y sus procesos psíquicos son reales como lo son las demás cosas que presenta el mundo. Husserl evita la contradicción que esto supone alegando que el sujeto y sus estados también son recogidos y penetrados por la reducción fenomenológica: el sujeto real depende del sujeto eidético.
- Segundo: el kantismo pretende que el sujeto conforme al objeto, pero Husserl dice que no hay conformación, sino correlación: no es que la conciencia haga al objeto, sino que el objeto se manifiesta a mi conciencia. Sólo en cuanto manifiesto en mí muestra el objeto aquello que él es.
Las palabras son palabras, porque significan algo y ese algo que significan son objetos ideales. La significación es la que apunta hacia el objeto. Ante una expresión podemos entenderla, lo que da lugar al pensamiento simbólico o intención significativa, o representárnosla intuitivamente, lo que da lugar al pensamiento intuitivo o impleción significativa. En la impleción se intuye la esencia del objeto. La fenomenología es la ciencia descriptiva de las esencias.
También habla Husserl de las partes en referencia a un todo, distinguiendo entre trozos (o partes independientes, que pueden existir por sí) y momentos (o partes dependientes, que no pueden existir aisladas). Hay dos formas de momentos:
- Cuando una parte está en la otra, bien por implicación o inclusión (como la característica “ser mamífero” está implicada en la característica “ser animal”); esto es lo que Kant llamaba juicios analíticos, porque el predicado estaba implicado en el sujeto; bien por complicación o fundación o fundamentación (como el color, que se da siempre en un cuerpo externo, aunque el color no sea un carácter incluido en la extensión); esto es lo que Kant llamaba juicios sintéticos a priori en los que sujeto y predicado están complicados.
- Cuando las dos partes están en relación (como el concepto “igualdad”).
Aún debemos añadir algo más acerca de la intencionalidad de la conciencia. La conciencia es un mero “darse cuenta de” algo, es siempre y sólo “conciencia de”. El psicologismo puede llegar a explicar cómo llego a darme cuenta de algo, pero no dice nada, ni dirá, en qué consiste el puro darme cuenta. Para responder a esta pregunta está la filosofía y el método fenomenológico. La intencionalidad es el carácter ineludible y fundamental de la conciencia, por ser “conciencia de”. Por una parte la conciencia es una intentio, una nóesis, por ser conciencia “de” otro algo. Pero atención, el objeto al que que dirige la conciencia, no es un añadido, sino que pertenece formalmente a la conciencia en cuanto tal. El “de” es la estructura de la conciencia como intentio. Ahora bien, la conciencia prefija de antemano el modo de presentación del objeto (como percibido, como recordado, como imaginado,...). Es más, no es que la conciencia tenga un objeto, sino que hace que haya objeto intencional para ella, y lo hace desde ella misma. Husserl evita el subjetivismo relativista aludiendo a que es la intentio la que funda la posibilidad de la manifestación del objeto intencional tal como éste es en sí mismo, sin producir el objeto. La intentio es el a priori de la manifestación del objeto, es decir, la conciencia funda desde sí misma la manifestación de su objeto. Esta manifestación del objeto (ya fenómeno) para la conciencia es la vivencia. Por otra parte, la intencionalidad de la conciencia tiene como fin un objeto, un intentum, un noema. No confundamos el noema con el contenido de la conciencia, es sólo el término intencional de la conciencia, algo que es manifiesto en ella, pero que no es ella misma ni parte de ella. Conciencia y objeto son dos partes de un todo en relación de compleción. El noema es independiente de la conciencia (objetivo, por tanto), pero no puede darse sin ella y sólo puede darse en mi conciencia y en virtud de mi conciencia, fundado en ella[5].
La reducción fenomenológica es la reducción es la reducción de los objetos reales a vivencias de la conciencia pura y la reducción eidética es la reducción de estas vivencias a esencias.
La filosofía es la ciencia rigurosa acerca de estas esencias. A ellas se llega por evidenciación intuitiva, no fundada en puntos de vista personales, sino en una apelación objetiva a la propia intuición, en la que encuentra la filosofía la última y estricta verdad absoluta. La intuición es, para Husserl, ver lo manifiesto originalmente manifestado, es decir, como mero correlato intencional de la conciencia pura.
Por ser ciencia eidética descriptiva de las esencias de las vivencias de la conciencia pura, la fenomenología es a priori (porque sólo describe esencias –objetos ideales, no empíricos–) y universal (porque se refiere a todas las vivencias, sin excluir ninguna. Así, pues, la fenomenología es el método cierto, que nos lleva al conocimiento de las esencias, fundado en la intuición eidética.
La fenomenología es también fenomenología constituyente. El ego es subjetividad trascendental, subjetividad que constituye trascendentalmente la objetividad. La conciencia, vivencia tras vivencia, es un constitutivo fluir. Y este fluir es el tiempo. El tiempo al que se refiere Husserl es también un “reducido” fluir: la fluencia misma del fluir.
De todas las vivencias hay una muy especial: la que constituye mi propio ego y el mundo en que este ego vive. Es la autoconstitución o reconstitución evidencial de lo que soy como ego y de lo que es el mundo de este ego. Así, la filosofía pasa a ser también un modo de vivir la vida, de evidenciar la esencia de la propia vida. Ahora entendemos por qué Husserl llamaba a su filosofía “idealismo trascendental”.
Resumiendo: Husserl, que comenzó atacando al subjetivismo (relativista, irracionalista, escéptico) concluye que la objetividad se alcanza dentro de la conciencia trascendental; que comenzó sublimando el racionalismo, concluyó reduciendo el racionalismo y su posibilidad a los límites de su propia conciencia. Pero esto no es una contradicción aberrante: el escepticismo y el relativismo se superan sólo si descubrimos la fuente de la que mana la verdad absoluta. Y esta verdad, o certeza, sólo puede lograrse si eliminamos el abismo que separa las cosas de las percepciones de las cosas, es decir, si hay inmediatez absoluta entre ambas, si el contenido de las percepciones es absolutamente transparente al sujeto o es inmanente a él[[6]].
Para finalizar, unos renglones para añadir a este breve continuo una mención a los valores fundamentales de la filosofía de Husserl:
- Nos mostró el penoso dilema del conocimiento: o empirismo coherente abocado al relativismo y al escepticismo o dogmatismo trascendentalista que pretenda saltar al mundo y temine decidiendo por alguna arbitrariedad (como la existencia de Dios en Descartes).
- Nos mostró que la certeza es una meta que vale por sí misma, como viene demostrando la tradición cultural europea. Sin ella nuestra cultura sería tan miserable como pobre y finalmente abandonada en manos de los escépticos y enterrada por ellos.


[1] Claro está que a principios del siglo XX la filosofía sentía el menoscabo propiciado por los avances enormes de las ciencias empíricas en sus conocimientos y el éxito ante el público. Frente a ellas, ¿qué tenia que decir el pensamiento puro? ¿No eran los problemas filosóficos tradicionales objeto de las investigaciones científicas actuales, convirtiendo este hecho a la filosofía en una reliquia precientífica (como venía pretendiendo el positivismo desde Auguste Comte)? ¿No deriva la filosofía por una pendiente que la conduce hacia su reclusión en una reserva cultural propia de una elite pedagógica (como parece que vuelve a ocurrir en los albores del presente siglo)?
[2] Estos planteamientos los compartía Husser con Gottlob Frege, quien reservaba el sentido lógico de las expresiones a un análisis autónomo resistiendo así a las pretensiones de la psicología: el interés por la pureza de la lógica guió a Husserl hacia el método fenomenológico y a Frege hacia la semántica.
[3] El fenómeno (lo que es manifiesto en tanto que manifiesto), que no es ni lo contrapuesto a la cosa en sí ni estado mental o psíquico, envuelve necesariamente a la conciencia ante la que es fenómeno: todo manifestarse es necesariamente manifestarse a alguien: fenómeno y conciencia son términos correlativos.
[4] La epoché recuerda a la suspensión del juicio de los escépticos, pero no es lo mismo, dado que el escepticismo niega el mundo o su conocimiento, y la reducción recuerda al relativismo gnoseológico, pero tampoco es así, dado que en Husserl no se trata de relativizar, sino de desconectar de la existencia.
[5] La conciencia no tiene sólo aspecto cognoscitivo. Todo modo de conciencia tiene sus noemas propios, por ejemplo, el correlato noemático de la estimación es el valor. De aquí arranca la teoría de los valores de Max Scheler.
[6] Así es como corrige Husserl el problema cartesiano y racionalista de saltar del yo al mundo.