martes, 17 de marzo de 2009

Dos cuentos tristes:

1

- Hijito, duerme tranquilo, que todos somos hijos del amor.

2

Agitaba las manos para llamar sus atenciones, pero no había nadie a quien distraer su atención. Gritaba, pero nadie podía oirle, porque nadie había a su alrededor. Sólo un mar levemente agitado. Primero vio el sol rielando en la superficie, después vio las olas, y después que las olas no eran olas, eran brazos y piernas y ecos, eran dudas. Después vio que nada rielaba en la superficie del mar, porque no había mar, sino rostros y ojos y bocas. Por último, vio que tampoco había sol: sólo un pequeño orificio que cerrándose languidecía, irremediable. Cegóse.

Sobre el tiempo y el espacio:

Si añoramos lo que nunca habíamos llegado a experimentar, por qué no renunciamos a lo ya vivido.