domingo, 9 de mayo de 2010

¿Ficciones?

FICCIÓN PRIMERA:
Carta I:
Estos textos fueron encontrados en una estrecha caja de caoba olvidada en el fondo de un cajón de la mesita de noche de un dormitorio antiguo en un piso viejo del centro de Madrid. Todo indica que son fragmentos de una carta firmada en 1912 por una mujer de veintisiete años, María Amalia Gómez Gutiérrez, de quien nada sabemos salvo la fecha de su nacimiento (1885) y de su muerte (1920), porque alguna mano -quizá la de quien guardase la carta, quizá la persona anónima a quien iba dirigida-, la había anotado en el sobre que la contenía. La carta está muy deteriorada por el tiempo y la humedad, y sólo se conservan los siguientes trece fragmentos (los puntos suspensivos indican siempre frases ilegibles):
Fragmento número uno:
“Los caminos siempre son inciertos y, por ello, no creo que nadie se sienta absolutamente seguro en ningún momento de su vida. Querer orientarse en medio de un mar desconocido no puede ser una actitud calificada de soberbia, sino más bien de honestidad: al menos yo trato de ponerme en claro a mí misma a cada instante. Afortunadamente cuento con mis prejuicios (¿de dónde vendrán o adónde me conducirán?). Con ellos juzgo y por ellos me distingo. Ellos me definen. Si mis prejuicios fuesen otros, yo misma sería otra: no es lo mismo el mar para un poeta que para un pescador. Lo real ni es uniforme ni unívoco. ¡Tantas realidades, tantos puntos de vista! O, lo que viene a ser lo mismo, toda vida, que se sabe vivida, acaba convertida en alegoría. Ésta, la alegoría, no es más que decir-de-algo (desde fuera de ese algo, como todo decir requiere)...”
Fragmento número dos:
“... pensar lo imposible no consigue hacerlo real, conduce sólo a la melancolía. Pensar la realidad es imposible, como coger agua con las manos. Por ello, la filosofía no puede ser más que melancólica (a no ser que sea un sucedáneo de filosofía), y sin filosofía no hay orientación posible...”
Fragmento número tres:
“... la necesidad de vivir es la fuente de la que manan los recursos...”
Fragmento número cuatro:
“... si a lo lejos veo algo que destaca sobre la línea del horizonte, ¿qué será? Si me voy acercando comienzo a ver con más claridad: configuro el ser de lo que no era todavía más que una mancha borrosa... Así es mi vida: amo y no sé qué ni a quién ni por qué. No sé lo que es el amor,... ¡qué lejos aún!... Vivo y no sé lo que es la vida...”
Fragmento número cinco:
“Quisiera que todos estuviésemos dotados de los mismos instintos, de idénticos prejuicios, de la misma sentimentalidad, pero... esta es la prueba de la inexistencia de Dios.
”Mi ser es mi vida y mi vida son mis relaciones. Si me falta el más leve de mis motivos, yo ya no soy yo... No te puedes ir... Las relaciones son el ser de la vida: cada nuevo paso que damos explota en mil nuevos senderos posibles y tú eres la mayor de mis encrucijadas.”
Fragmento número seis:
“... no estoy triste porque no pueda retenerte, estoy triste porque te vas.
”Éste es el sentido de lo trágico: retenerte me resultaría groseramente fácil, lo trágico es que tú quieras marcharte... Nunca me gustaron los artificios, lo sabes, y si resulto sofisticada es, justamente, por evitar la vulgaridad...”
Fragmento número siete:
“...¿qué suele nacer de una tragedia? ¿Lo sabes tú? ¿Tal vez el arte? No deseo que mi biografía se convierta, con el discurrir de los años, en una obra de arte... ¿En qué instante del pasado nació, inconsciente, oculto, taimado, el deseo de marcharte? ¿Era necesario ese instante o fue una quiebra repentina del destino? ¿Una mirada, una sonrisa, una palabra, un gesto? ¿Qué fue?...”
Fragmento número ocho:
“A veces creo que la más ligera brisa contribuye a la conformación total del Universo, que sería otro sin ella...”
Fragmento número nueve:
“... entonces me gustaba observarte viniendo hacia mí...”
Fragmento número diez:
“¡Qué confusión histórica!”
Fragmento número once:
“... fueron mis besos y mis caricias quienes te hicieron real...”
Fragmento número doce:
“... feliz instante el que nos colocó uno frente al otro. El espacio entre nosotros se estrechó en la misma proporción en que se dilató el que nos rodeaba, separándonos del mundo ¡Y cuán lejos de todos llegamos a estar!... Tú eras todas mis respuestas. Cada uno de tus besos resolvía todos mis enigmas, que volvían a surgir conforme te alejabas... Perdurarás en mí... Me creaste con tus besos y en tus besos.
Fragmento final:
“¿Dónde está el paraíso? ¡Qué pregunta más triste, verdad? ¡Qué vida más miserable la de quien esto indaga! Mi paraíso estuvo contigo...”

lunes, 3 de mayo de 2010

Edmund Husserl, breve continuo para introducirse en su filosofía:

“... no debemos conformarnos de ninguna manera con ‘simples palabras’, i. e., con la mera comprensión simbólica de las palabras... debemos regresar a las ‘cosas en sí’. Deseamos reconocer como evidente en sí el contenido de las intuiciones completas de forma que lo que se da en las abstracciones que se han desarrollado actualmente es lo que los significados de las palabras de nuestra expresión de la ley representan real y verdaderamente” (Husserl, Investigaciones lógicas, Madrid, Alianza Universidad, 1982).
Las Investigaciones lógicas son de 1900.
La filosofía como ciencia estricta es de 1911.
Las Ideas para una fenomenología pura y filosofía fenomenológica son de 1913.
La lógica formal y trascendental es de 1929.
Las meditaciones cartesianas son de 1931.
Experiencia y juicio se publicó póstumamente en 1939.
Edmund Husserl nació en el año 1859 y murió en el 1938. Es el primer gran filósofo del siglo XX. Fue discípulo de Franz Brentano. La tradición que continúa Husserl es la católica, escolástica y griega. En torno a su figura se ha constituido una escuela, la fenomenológica, notable por su rigor, por su precisión y por su enorme fecundidad. Esta escuela se vale, como de órgano de transmisión, del Jahrbuch für Philosophie und phänomenologische Forschung (Anuario de filosofía e investigación fenomenológica). Fue un filósofo en sentido clásico: todos sus esfuerzos están encaminados a establecer las fórmulas que permitan vencer tanto al escepticismo, en todas sus formas, como a cualquier atisbo de relativismo, dado que está convencido de las posibilidades reales del conocimiento a través de una intuición primordial. Su fin es llegar al fundamento incuestionable del conocimiento, refutando para ello a los escépticos y a los relativistas, y liberándose de las trampas del psicologismo y del historicismo.
El filósofo debe saberse responsable de su tarea, que no es otra que hacer que la filosofía vuelva a ser la directriz de cualesquiera otras formas de conocimiento, sin confundirse con ellas, ya sean ciencias, concepciones del mundo o meras jerarquías de valores. De aquí, el carácter serio de la filosofía de Husserl. Todas estas formas diversas de conocimiento afilosófico son instrumentos de dominio sobre el mundo; en cambio, la filosofía es búsqueda y toma de conciencia del sentido de toda acción y de todo conocimiento. Esto, además, bajo el presupuesto de que todo está constituido por y para el ser-sujeto. Husserl es un idealista extremado, con claras resonancias platónicas, que ha intentado hacer de la filosofía una ciencia estricta, apodíctica y, como tal ciencia, debe poder aplicar sus análisis a todos sus ámbitos de conocimiento[1].
Husserl comenzó, pues, reivindicando la filosofía frente al despotismo tiránico de las ciencias empíricas erigidas en las únicas formas de conocimiento riguroso posible. Y, para ello, tuvo, primero, que establecer definitivamente los límites de la conquista que las ciencias empíricas especiales habían colonizado de los territorios filosóficos, y, segundo, que liberar a la filosofía de su aparente frivolidad y arbitrariedad mostrando su rango superior al de la propia racionalidad científica. La filosofía no podía entenderse, porque no lo era, como una mera generalización de los conocimientos científicos, como se pretendía que pareciese. Sus intereses son específicos: indagar los significados y los fundamentos de los conocimientos científicos (frente a la generalización, la fundamentación). En lugar de entender la filosofía como coronación de la ciencia, hay que entenderla como su subsuelo, como su fundamento lógico, porque las ciencias no pueden interpretarse a sí mismas. Fundamentar la epistemología en las ciencias y, más específicamente, en la psicología es un absurdo total. Husserl tiene presente que en la base de la cultura europea se halla, como carácter propio definitivo, la búsqueda de la certeza, búsqueda estrictamente filosófica. Renunciar a este carácter es renunciar a lo más señero de nuestra cultura, procurar su destrucción. La historia de las ciencias y de la filosofía europea no podría entenderse sin esta búsqueda de la verdad, entendida como algo distinto del conocimiento apoyado en la técnica y con fines estrictamente prácticos. No es obvio que la búsqueda de la certeza respecto a cualquier modo de conocimiento sea un parámetro inevitable. Euclides elaboró un sistema geométrico que iba mucho más allá de las necesidades imperiosas de “medir la tierra”: ninguna necesidad práctica le indujo a demostrar tan rigurosa y bellamente la infinitud de la serie de números primos. La verdad era, y es, un valor en sí y por sí.
Así, pues, Husserl se predispuso hacia “una nueva fundamentación de la lógica pura y la epistemología”, enfrentándose a un agresivo psicologismo derivado de las ciencias empíricas y de su apoteosis celebrada. Una cosa son los actos psíquicos y otra los actos psicológicos; éstos últimos pueden ser considerados como hechos objetivos, susceptibles, por tanto, de investigación científica con sus métodos propios, pero aquéllos tienen una naturaleza a priori y pura, porque pertenecen a la lógica y a la epistemología, que son los pilares fundamentales de toda ciencia y de sus procedimientos (incluyendo a la psicología). La psicología científica no puede explicar lo que es pensar, pues ésta es una actividad que depende de principios formales y de reglas lógicas determinantes del pensamiento[2]. Finalmente, la constatación de un reino de objetos escurridizos para la investigación científica, científugos, terminó por “rehabilitar” a la filosofía frente a otros modos de conocimiento.
Para concretar el contexto filosófico y cosgnoscitivo en el que se fragua la filosofía de Husserl, y antes de comenzar su exposición, conviene tener en cuenta que el sustrato en el que brota el método fenomenológico viene compuesto de tres sustancias, esencialmente diferentes, aunque con numerosos vasos comunicantes, como son:
- El dominio de las ciencias del espíritu que se desarrolla a partir de la idea del espíritu objetivo de Hegel en manos del positivismo y que conduce a la irrupción de la sociología como nueva ciencia empírica especial. Contribuyendo a este desarrollo sobresale la filosofía historicista de Wilhelm Dilthey, para quien el fundamento y la constante de la filosofía es la vida: la literatura, el arte, la sociología misma son dimensiones diferentes de la vida del espíritu, siendo la historia la forma de esta vida.
- El neokantismo, brotado a partir del auge imponente de las ciencias de la naturaleza, representado por Hermann Cohen y Paul Gerhard Natorp. Para los neokantianos la filosofía era básica y únicamente filosofía trascendental, entendida como teoría del método de la ciencia, sin necesidad de preocuparse, de hecho, por lo que las cosas sean, cuestión ésta perteneciente al ámbito de las ciencias positivas.
- La irrupción de la psicología científica: a partir de Wilhelm Maximilian Wundt aparece la psicología explicativa o de laboratorio, más tarde la verstehende Psychologie, la psicología comprensiva o descriptiva que tiene ya como objetivo la comprensión de la vida mental y de su sentido, y finalmente la psicología de Franz Brentano, maestro del propio Husserl, que se introduce en la investigación de la índole propia de la psíquico. Brentano hizo una aportación capital para la fenomenología cuando afirma que lo específico de todo fenómeno de conciencia es el hecho de que envuelve en última instancia la existencia intencional de un objeto; es decir, pensar es pensar acerca de algo, percibir es percibir algo,... La intencionalidad es, pues, según Brentano, la característica específica de todo fenómeno psíquico.
Esta irrupción de la psicología científica, en sus diversas formas, ocasiona la imposición de una manera de hacer filosofía, que ya venía fragüándose desde la ilustración británica, conocida como psicologismo. Para este enfoque, la psicología, ciencia de la naturaleza, teniendo como aliadas a las ciencias del espíritu, era la ciencia fundamental de la filosofía. Husserl descubre el error de todo psicologismo y decide desenmascararlo y liberarse de él tanto como de esa visión general de la filosofía, entendida como concepción de vida, emanada de las ciencias del espíritu, particularmente al modo de Dilthey. El dominio que abre Husserl es el de la fenomenología. En torno a 1900, el psicologismo empantanaba todas las doctrinas filosóficas haciéndolas fracasar: toda lógica, ética o estética, particularmente estas tres áreas, eran reducidas a psicología. La lógica, por ejemplo, era considerada una disciplina normativa de los actos psicológicos del pensar. Husserl dedicó la primera parte de sus Investigaciones lógicas a combatir este psicologismo asfixiante, para comenzar su restauración filosófica. Las leyes lógicas no rigen posibilidades, sino que expresan conexiones objetivas e ideales que, por su esencia, son accesibles íntegramente en la evidencia. Si no es posible aprender filosofía, como advertía Kant y recuerdan los neokantianos, es porque aún no existe la filosofía como ciencia. De ahí que Husserl pretenda una filosofía como ciencia estricta, en la que las cuestiones se decidan apelando a las cosas mismas. Tanto el psicologismo, en el que la psicología es la ciencia fundante de la filosofía, como el historicismo, en el que la historia es el conjunto de movimientos por los que va pasando el espíritu humano según las épocas y culturas, incurren en el mismo error: en fundar una validez absoluta en los hechos, que ni tienen ni pueden tener validez absoluta alguna. Tanto el psicologismo como el historicismo renuncian a la verdad y esto era para Husserl el fin de la cultura europea. Para el psicologismo, por ejemplo, las leyes lógicas nos dicen cómo pensamos y el pensamiento es un proceso psicológico. Pero esto desemboca indefectiblemente en el relativismo y en un posterior escepticismo, porque hace que las leyes lógicas sean relativas a los individuos o a la especie humana, eliminándoseles la validez universal. El psicologismo desconoce la distinción entre el significado del juicio y el acto de juzgar. ¿Acaso el juicio “dos más dos suman cuatro” es verdad porque yo, o la especie humana, así lo piense? ¿Acaso la verdad nace del acto de ser pensada? ¿Acaso el teorema de Pitágoras no era verdadero antes de ser descubierto? ¿o sólo es verdadero porque fue pensado? A semejanza de las matemáticas, la lógica se basa en el significado de categorías ideales, empleadas por el conocimiento humano en todas sus formas. Luego volveremos sobre este tema cuando veamos que estos ideales forman un conjunto de normas trascendentales. Estas entidades ideales son a priori y válidas, por tanto, no sólo para un individuo o la especie humana, sino para todo pensamiento racional. “Dos más dos suman cuatro” es una verdad ideal o eterna, al margen de que alguien lo piense o no. Las leyes lógicas no son más o menos probables, ni pueden ser refutadas por la experiencia, ni necesitan verificación o confirmación empírica: las conocemos a priori, aprehendiendo su necesidad en el momento mismo de su comprensión. La evidencia de sus verdades no es un sentimiento subjetivo, sino que proviene del significado mismo de sus juicios. Las leyes de la lógica ni dependen de las convenciones del lenguaje, ni son tautologías por ser independientes de los hechos empíricos. Recuperar la confianza en la Razón, en la validez del conocimiento y preservar el significado del concepto “verdad”, requiere hallar el fundamento trascendental de las leyes de la lógica. La fenomenología es el método que nos hará descubrir las estructuras necesarias del mundo.
Para acceder verdaderamente a las cosas, como pretende Husserl, debemos lograr una intuición original:
- Que sea independiente del hecho de que el sujeto cognoscente sea una persona psicológica, inserta en unas condiciones sociales o históricas y determinada biológicamente.
- Que trascienda los hechos o fenómenos para saltar hacia la verdad universal, revelando las conexiones necesarias del mundo.
Estas dos características de la intuición quedan recogidas en las expresiones “ir a las cosas mismas” y “la filosofía como ciencia estricta”. La misión de la filosofía es mostrar el significado de las ciencias particulares, revelar los prejuicios filosóficos y extrafilosóficos, y desmontar las abstracciones artificiales o falsas. El lema de la filosofía debe ser “autonomía”, porque la vorágine creciente de los hechos, hipótesis y teorías puede permitirnos predecir los acontecimientos y mejorar nuestra tecnología, pero no aportará nada para comprender el mundo: cuanta más tecnología y más poder sobre la naturaleza, menos comprensión del mundo. La intuición original revela las cosas directamente a la conciencia, sin distinción (Husserl dirá “corporalmente”). Esta intuición no es ni la percepción común ni el conocimiento analítico. La fenomenología es el método que nos permite acceder a esta intuición original, investigar las estructuras significativas esenciales, apodícticamente necesarias, independientes de la experiencia actual.
La filosofía, por ser la noble aspiración al conocimiento puro y absoluto debe reflexionar críticamente dejando al margen los resultados de la ciencia, los hechos empíricos “dados” en el mundo, nuestro propio “yo” y la misma existencia del mundo y de sus contenidos.
Aquí vemos cómo la fenomenología de Husserl está penetrada de platonismo, como él mismo reconoce. La filosofía es el camino desde la doxa (entendida como opinión infundada) al eidos (esencias), esto es, un proceso donde se van revelando las “cosas en sí”. El objeto final de la aprehensión total de la estructura esencial de la realidad.
“Regresar a las cosas mismas” es “regresar a los universales”, pero universales como objetos directos de intuición intelectual, no objetos producidos arbitrariamente, no objetos puestos por convención, no objetos pertenecientes a un ámbito separado. Considerados correctamente, los fenómenos puros de la conciencia contienen la esencia de las cosas: sólo si las esencias son accesibles a la intuición, como las apariencias a la percepción, es posible el proceso desde el fenómeno al ideal. ¿Están nuestros conceptos científicos construidos correcta y significativamente, al margen de convenciones o utilidades prácticas? Husserl no puede aceptar un “no”. Ahora bien, ¿cómo asegurarse de que poseemos una certeza esencial? Husserl responde que “o se tiene o no se tiene una intuición”. ¿Y comunicar, podemos comunicar una certeza? Husserl afirma que la certeza se da en el acto de la intuición, no en el del discurso: la descripción no puede sustituir a la intuición.
Así, pues, Husserl redescubrió el ideal: la lógica no es una rama de la psicología; la lógica trata de ideas, de conceptos,... Los psicologistas dirían que el principio de contradicción significa que no podemos pensar que “A” es “A” y “no-A” al mismo tiempo. Husserl corrige diciendo que no puede ser que “A” sea “A” y “no-A” al mismo tiempo. No es lo mismo ser que pensar y la lógica (en general, la filosofía) trata del ser antes que del pensar, es decir trata del ser o de la verdad de lo pensado: los principios lógicos tienen validez objetiva. Pensar es una actividad psíquica acerca de objetos. Esto último es fundamental. Estos objetos sobre los que trata la lógica, la ética y la estética (y toda filosofía) son los ideales. Los objetos reales son espacio-temporales, singulares, pero los objetos-ideales son eternos, universales. La fenomenología es la ciencia de los objetos ideales. Todo acto psíquico es Erlebnis (vivencia). La fenomenología es también el estudio de toda vivencia intencional, dirigida hacia un objeto real. De ellos se extraerán, por intuición, los objetos ideales (números, figuras, especies, colores,...). Estos objetos ideales son irreales porque son eternos y universales, frente a los espacio-temporales y singulares, que son los objetos reales. Lo que caracteriza a la fenomenología es la epoché (abstención), la Einklammerung (puesta entre paréntesis) de la realidad de lo percibido. No interesa ni es oportuno aludir a la existencia o no de los objetos que percibimos en el mundo. Esta epoché es la que nos revelará los ideales.
La ciencia rigurosa que pretende Husserl es un conocimiento que versa sobre un objeto evidente, del que se van extrayendo conocimientos justificados y evidentes igualmente: el dominio de los conocimientos filosóficos debe ser el dominio de mis verdades, de las verdades del ego, la que él vaya fundamentando con carácter absoluto desde su condición de “yo”.
Es el ego quien reduce toda realidad a fenómeno[3]. Esta es la reducción fenomenológica que opera sobre la totalidad del mundo. El ser humano, de forma espontánea, natural, cree en la realidad del mundo, como cree en la realidad de sí mismo. Esta creencia, en verdad es una proto-creencia, la primera y fundamental creencia. Toda ulterior creencia está montada sobre esta. La reducción fenomenológica consiste primeramente en dejar en suspenso esta proto-creencia: la de la existencia de todo, del mundo y del yo. Poner en suspenso no es negar. Es la epoché. Es decir, la reducción fenomenológica consiste en reducir el mundo a algo que no es real, pasando a ser sólo lo que se me aparece a mi conciencia y en tanto que se me aparece[4].
Si suspendemos la proto-creencia, entonces el hecho físico, deja de ser hecho fáctico y esto da paso al eidos. La reducción fenomenológica es una reducción eidética. De otro lado, la reducción fenomenológica hace que el mundo comience a ser irreal (recordemos que las ideas eran irreales). Ahora bien, irreal no es lo mismo que ficticio. Esto no debe suponer una pérdida, sino todo lo contrario: si yo sé lo que es “la” luz, como idea, tengo la medida para saber qué cosas tienen más o menos luz. Con ello, la reducción eidética pasa a ser reducción trascendental por dos motivos:
- Primero, porque el fenómeno, irreal, se da sólo en mi conciencia: la subjetividad constituye a las cosas, es una subjetividad trascendental.
- Segundo, porque “trascendental” significa tradicionalmente la propiedad común en que coinciden todas las cosas por el hecho de ser: la fenomenalidad sería el trascendental supremo.
Ahora podemos entender perfectamente la crítica de Husserl al psicologismo y al neokantismo que expusimos antes:
- Primero: el psicologismo es subjetivismo psicológico, porque llama mundo a mis representaciones subjetivas, que siguen siendo algo fáctico, no eidético. Para el psicologismo, lo fáctico es la medida de lo eidético. Husserl propone lo contrario. La propuesta psicologista pretende “sacar agua de una piedra pómez”. Además, para el psicologismo el sujeto cognoscente y sus procesos psíquicos son reales como lo son las demás cosas que presenta el mundo. Husserl evita la contradicción que esto supone alegando que el sujeto y sus estados también son recogidos y penetrados por la reducción fenomenológica: el sujeto real depende del sujeto eidético.
- Segundo: el kantismo pretende que el sujeto conforme al objeto, pero Husserl dice que no hay conformación, sino correlación: no es que la conciencia haga al objeto, sino que el objeto se manifiesta a mi conciencia. Sólo en cuanto manifiesto en mí muestra el objeto aquello que él es.
Las palabras son palabras, porque significan algo y ese algo que significan son objetos ideales. La significación es la que apunta hacia el objeto. Ante una expresión podemos entenderla, lo que da lugar al pensamiento simbólico o intención significativa, o representárnosla intuitivamente, lo que da lugar al pensamiento intuitivo o impleción significativa. En la impleción se intuye la esencia del objeto. La fenomenología es la ciencia descriptiva de las esencias.
También habla Husserl de las partes en referencia a un todo, distinguiendo entre trozos (o partes independientes, que pueden existir por sí) y momentos (o partes dependientes, que no pueden existir aisladas). Hay dos formas de momentos:
- Cuando una parte está en la otra, bien por implicación o inclusión (como la característica “ser mamífero” está implicada en la característica “ser animal”); esto es lo que Kant llamaba juicios analíticos, porque el predicado estaba implicado en el sujeto; bien por complicación o fundación o fundamentación (como el color, que se da siempre en un cuerpo externo, aunque el color no sea un carácter incluido en la extensión); esto es lo que Kant llamaba juicios sintéticos a priori en los que sujeto y predicado están complicados.
- Cuando las dos partes están en relación (como el concepto “igualdad”).
Aún debemos añadir algo más acerca de la intencionalidad de la conciencia. La conciencia es un mero “darse cuenta de” algo, es siempre y sólo “conciencia de”. El psicologismo puede llegar a explicar cómo llego a darme cuenta de algo, pero no dice nada, ni dirá, en qué consiste el puro darme cuenta. Para responder a esta pregunta está la filosofía y el método fenomenológico. La intencionalidad es el carácter ineludible y fundamental de la conciencia, por ser “conciencia de”. Por una parte la conciencia es una intentio, una nóesis, por ser conciencia “de” otro algo. Pero atención, el objeto al que que dirige la conciencia, no es un añadido, sino que pertenece formalmente a la conciencia en cuanto tal. El “de” es la estructura de la conciencia como intentio. Ahora bien, la conciencia prefija de antemano el modo de presentación del objeto (como percibido, como recordado, como imaginado,...). Es más, no es que la conciencia tenga un objeto, sino que hace que haya objeto intencional para ella, y lo hace desde ella misma. Husserl evita el subjetivismo relativista aludiendo a que es la intentio la que funda la posibilidad de la manifestación del objeto intencional tal como éste es en sí mismo, sin producir el objeto. La intentio es el a priori de la manifestación del objeto, es decir, la conciencia funda desde sí misma la manifestación de su objeto. Esta manifestación del objeto (ya fenómeno) para la conciencia es la vivencia. Por otra parte, la intencionalidad de la conciencia tiene como fin un objeto, un intentum, un noema. No confundamos el noema con el contenido de la conciencia, es sólo el término intencional de la conciencia, algo que es manifiesto en ella, pero que no es ella misma ni parte de ella. Conciencia y objeto son dos partes de un todo en relación de compleción. El noema es independiente de la conciencia (objetivo, por tanto), pero no puede darse sin ella y sólo puede darse en mi conciencia y en virtud de mi conciencia, fundado en ella[5].
La reducción fenomenológica es la reducción es la reducción de los objetos reales a vivencias de la conciencia pura y la reducción eidética es la reducción de estas vivencias a esencias.
La filosofía es la ciencia rigurosa acerca de estas esencias. A ellas se llega por evidenciación intuitiva, no fundada en puntos de vista personales, sino en una apelación objetiva a la propia intuición, en la que encuentra la filosofía la última y estricta verdad absoluta. La intuición es, para Husserl, ver lo manifiesto originalmente manifestado, es decir, como mero correlato intencional de la conciencia pura.
Por ser ciencia eidética descriptiva de las esencias de las vivencias de la conciencia pura, la fenomenología es a priori (porque sólo describe esencias –objetos ideales, no empíricos–) y universal (porque se refiere a todas las vivencias, sin excluir ninguna. Así, pues, la fenomenología es el método cierto, que nos lleva al conocimiento de las esencias, fundado en la intuición eidética.
La fenomenología es también fenomenología constituyente. El ego es subjetividad trascendental, subjetividad que constituye trascendentalmente la objetividad. La conciencia, vivencia tras vivencia, es un constitutivo fluir. Y este fluir es el tiempo. El tiempo al que se refiere Husserl es también un “reducido” fluir: la fluencia misma del fluir.
De todas las vivencias hay una muy especial: la que constituye mi propio ego y el mundo en que este ego vive. Es la autoconstitución o reconstitución evidencial de lo que soy como ego y de lo que es el mundo de este ego. Así, la filosofía pasa a ser también un modo de vivir la vida, de evidenciar la esencia de la propia vida. Ahora entendemos por qué Husserl llamaba a su filosofía “idealismo trascendental”.
Resumiendo: Husserl, que comenzó atacando al subjetivismo (relativista, irracionalista, escéptico) concluye que la objetividad se alcanza dentro de la conciencia trascendental; que comenzó sublimando el racionalismo, concluyó reduciendo el racionalismo y su posibilidad a los límites de su propia conciencia. Pero esto no es una contradicción aberrante: el escepticismo y el relativismo se superan sólo si descubrimos la fuente de la que mana la verdad absoluta. Y esta verdad, o certeza, sólo puede lograrse si eliminamos el abismo que separa las cosas de las percepciones de las cosas, es decir, si hay inmediatez absoluta entre ambas, si el contenido de las percepciones es absolutamente transparente al sujeto o es inmanente a él[[6]].
Para finalizar, unos renglones para añadir a este breve continuo una mención a los valores fundamentales de la filosofía de Husserl:
- Nos mostró el penoso dilema del conocimiento: o empirismo coherente abocado al relativismo y al escepticismo o dogmatismo trascendentalista que pretenda saltar al mundo y temine decidiendo por alguna arbitrariedad (como la existencia de Dios en Descartes).
- Nos mostró que la certeza es una meta que vale por sí misma, como viene demostrando la tradición cultural europea. Sin ella nuestra cultura sería tan miserable como pobre y finalmente abandonada en manos de los escépticos y enterrada por ellos.


[1] Claro está que a principios del siglo XX la filosofía sentía el menoscabo propiciado por los avances enormes de las ciencias empíricas en sus conocimientos y el éxito ante el público. Frente a ellas, ¿qué tenia que decir el pensamiento puro? ¿No eran los problemas filosóficos tradicionales objeto de las investigaciones científicas actuales, convirtiendo este hecho a la filosofía en una reliquia precientífica (como venía pretendiendo el positivismo desde Auguste Comte)? ¿No deriva la filosofía por una pendiente que la conduce hacia su reclusión en una reserva cultural propia de una elite pedagógica (como parece que vuelve a ocurrir en los albores del presente siglo)?
[2] Estos planteamientos los compartía Husser con Gottlob Frege, quien reservaba el sentido lógico de las expresiones a un análisis autónomo resistiendo así a las pretensiones de la psicología: el interés por la pureza de la lógica guió a Husserl hacia el método fenomenológico y a Frege hacia la semántica.
[3] El fenómeno (lo que es manifiesto en tanto que manifiesto), que no es ni lo contrapuesto a la cosa en sí ni estado mental o psíquico, envuelve necesariamente a la conciencia ante la que es fenómeno: todo manifestarse es necesariamente manifestarse a alguien: fenómeno y conciencia son términos correlativos.
[4] La epoché recuerda a la suspensión del juicio de los escépticos, pero no es lo mismo, dado que el escepticismo niega el mundo o su conocimiento, y la reducción recuerda al relativismo gnoseológico, pero tampoco es así, dado que en Husserl no se trata de relativizar, sino de desconectar de la existencia.
[5] La conciencia no tiene sólo aspecto cognoscitivo. Todo modo de conciencia tiene sus noemas propios, por ejemplo, el correlato noemático de la estimación es el valor. De aquí arranca la teoría de los valores de Max Scheler.
[6] Así es como corrige Husserl el problema cartesiano y racionalista de saltar del yo al mundo.

Libro de citas: José Ortega y Gasset, “Ensayo de estética a manera de prólogo”, incluido en "La deshumanización del arte y otros ensayos de estética":

Texto número uno:

“Este buen siglo XX, que nos lleva en sus brazos fuertes, de músculos tensos, parece destinado a romper con algunas hipocresías, insistiendo en las diferencias que separan a las cosas.” (Pág. 155)

Texto número dos:

“Adviértase que “significación” no quiere decir sino “referencia a un objeto”; por tanto, “significación idéntica” será “referencia a un mismo objeto o realidad, a un mismo cariz de un objeto o realidad”.” (Pág. 157)

Texto número tres:

Yo significa, pues, no este hombre a diferencia del otro ni mucho menos el hombre a diferencia de las cosas, sino todo –hombre, cosas, situaciones-, en cuanto verificándose, siendo, ejecutándose. Cada uno de nosotros es yo, según esto, no por pertenecer a una especie zoológica privilegiada, que tiene un aparato de proyecciones llamado conciencia, sino más simplemente porque es algo. Esta caja de piel roja que tengo delante de mí no es yo porque es sólo una imagen mía, y ser imagen equivale justamente a no ser lo imaginado. Imagen, concepto, etc., son siempre imagen, concepto de... y eso de quien son imagen constituye el verdadero ser. La misma diferencia que hay entre un dolor de que se me habla y un dolor que yo siento hay entre el rojo visto por mí y el estar siendo roja esta piel de la caja. Para ella el ser roja es como para mí el dolerme. Como hay un yo Fulano de Tal, hay un yo-rojo, un yo-agua y un yo-estrella.

”Todo, mirado desde dentro de sí mismo, es yo.

”Ahora vemos por qué no podemos situarnos en postura utilitaria ante el “yo”: simplemente porque no podemos situarnos ante él, porque es indisoluble el estado de perfecta compenetración con algo, porque es todo en cuanto intimidad.” (Págs. 158-159)

Texto número cuatro:

“Todo, mirado desde dentro de sí mismo, es yo.

”Esta frase sólo puede servir de puente a la estricta comprensión de lo que buscamos. En rigor es inexacta.

”Cuando yo siento un dolor, cuando amo u odio yo no veo mi dolor ni me veo amando u odiando. Para que yo vea mi dolor es menester que interrumpa mi situación de doliente y me convierta en un yo vidente. Este yo que ve al otro doliente es ahora el yo verdadero, el ejecutivo, el presente. El yo doliente, hablando con precisión, fue, y ahora es sólo una imagen, una cosa u objeto que tengo delante.

”De este modo llegamos al último escalón del análisis: “yo” no es el hombre en oposición a las cosas, “yo” no es este sujeto en oposición al sujeto “tú” o “él”, “yo”, en fin, no es ese “mí mismo”, me ipsum que creo conocer cuando practico el apotegma délfico: “Conócete a ti mismo.” Esto que veo levantarse sobre el horizonte y vacilar sobre las alongadas nubes de alborada como un ánfora de oro, no es el sol, sino una imagen del sol: del mismo modo el “yo” que me parece tener tan inmediato a mí es sólo la imagen de mi “yo”.

”No es este el lugar adecuado para mover guerra al pecado original de la época moderna que, como todos los pecados originales, a decir verdad, fue condición necesaria de no pocas virtudes y triunfos. Me refiero al subjetivismo, la enfermedad mental de la Edad que empieza con el Renacimiento y consiste en la suposición de que lo más cercano a mí soy yo –es decir, lo más cercano a mí en cuanto conocimiento es mi realidad o yo en cuanto realidad. Fichte, que fue antes que nada y sobre todo un hombre excesivo, lo excesivo elevado a la categoría de genio, señala el grado máximo de esta fiebre subjetiva, y bajo su influjo transcurrió una época en que, a cierta hora de la mañana, dentro de las aulas germánicas se sacaba el mundo del yo como se saca uno el pañuelo del bolsillo. Después de que Fichte iniciase el descenso del subjetivismo, y acaso en estos momentos, se anuncia como el vago perfil de una costa, la nueva manera de pensar exenta de aquella preocupación.

”Ese yo, a quien mis conciudadanos llaman Fulano de Tal, y que soy yo mismo, tiene para mí, en definitiva, los mismos secretos que para ellos. Y viceversa: de los demás hombres y de las cosas no tengo noticias menos directas que de mí mismo. Como la luna me muestra sólo su pálido hombro estelar, mi “yo” es un transeúnte embozado, que pasa ante mi conocimiento, dejándome ver sólo su espalda envuelta en el paño de una capa.

”Del dicho al hecho hay un gran trecho –exclama el vulgo. Y Nietzsche: “Es muy fácil pensar las cosas; pero es muy difícil serlas.” Esa distancia que va del dicho al hecho, de pensar algo a ser algo es la misma exactamente que media entre cosa y yo.” (Págs. 159-160)

Texto número cinco:

“De suerte que llegamos al siguiente rígido dilema: no podemos hacer objeto de nuestra comprensión, no puede existir para nosotros nada si no se convierte en imagen, en concepto, en idea –es decir, si no deja de ser lo que es, para transformarse en sombra o esquema de sí mismo. Sólo con una cosa tenemos una relación íntima: esta cosa es nuestro individuo, nuestra vida, pero esta intimidad nuestra al convertirse en imagen deja de ser intimidad. Cuando decía que en el “yo ando” nos referíamos a un andar que fuera visto por un interior, aludía a una relativa interioridad: con respecto a la imagen del moverse un cuerpo en el espacio es la imagen del movimiento de mis sensaciones y sentimientos como una interioridad. Pero la verdadera intimidad que es algo en cuanto ejecutándose está a igual distancia de la imagen de lo externo como de lo interno.

”La intimidad no puede ser objeto nuestro ni en la ciencia, ni en el pensar práctico, ni en el representar imaginativo. Y, sin embargo, es el verdadero ser de cada cosa, lo único suficiente y de quien la contemplación nos satisfaría con plenitud.” (Págs. 160-161)