domingo, 16 de febrero de 2020

Incomprensiones en forma de diálogo:


- ¡Mire! Aquí tenía cuatro o cinco añitos. Está tomada... en la primavera de 1983. Cuatro años, entonces.
- Ya. Era lindo, aunque... parece asustado.
- Sí. Está en el parque de María Luisa, en Sevilla, con las palomas. Le daban un miedo... Por eso parece tan asustado. Pepito siempre fue un niño muy sensible. ¡Si usted lo hubiese visto...! Cuando abría el paquete de arvejones y veía cómo todas las palomas se le venían hacia él, tiraba el paquete y todo lo que tuviera en las manos y salía corriendo en busca de su padre, mi hermano. Pepito siempre fue un niño muy inseguro y tímido.
- De niño parecía rubio, ¿no?
- Sí, era muy rubito. Después... le cambió el pelo: castaño y lacio. Y muy limpio.


- Mire ésta otra. Aquí tenía doce años; verano de 1991. ¿Ve usted el pelo? Ya lo tiene distinto, ¿ve?
- Sí. Es verdad. Estaba muy delgado y tenía una mirada... no sé cómo decirle...
- ¿Bobalicona?
- No, no es eso. Parece como si no mirase, o como si mirase hacia otro lado. Como si no estuviese pendiente de lo que debería o de lo que se esperase que estuviera pendiente. No sé si me explico.
- Bueno, ustedes los periodistas siempre ven cosas donde no hay nada y se andan por las ramas. Yo le digo que Pepito, entonces, era un niño muy bueno; muy tímido, pero muy bueno.
- No me malinterprete, señora. No querría ofenderla. No quise decir que su sobrino fuese un ser... extraño. Es solo que en esta fotografía parece que se encuentra aparte del grupo de sus amigos. Distante. Están todos juntos y todos parecen reír por algo, por lo que alguien dijera o por lo que pasara momentos antes, pero..., en cambio, su sobrino parece estar en otro sitio. Está separado del grupo, pero además parece estar pensando en otra cosa, parece estar lejos.
- Bueno..., Pepito siempre quiso... viajar. Le gustaban esos programas de la tele en que salían países lejanos y paisajes raros. Siempre estaba con la monserga esa de que un día se marcharía lejos y de que pasarían meses antes de que volviéramos a verlo.


- Mírelo aquí con veinte años. Era guapo, ¿verdad?
- Verdad. Se le ve alto y fuerte.
- Sí. Entonces le dio por hacer deporte. Sobre todo bicicleta. Mire, aquí hay una fotografía en que se lo ve pedaleando. Salió en la revista del Ayuntamiento. También corría e iba al gimnasio. No fumaba, no bebía. Solo sabía hacer ejercicio y ayudar. Era muy tímido, pero siempre que podía ayudaba a cualquiera. Aunque no lo conociera. Él estaba ahí, dispuesto a echar una mano. Era un sol. Esto debe usted escribirlo en su artículo. Pepito, entonces, era un sol. Después...
- ¿Después?
- Nada. Después la conoció a ella.
- ¿Se refiere usted a Eugenia?
- Sí, a Eugenia.
- ¿Qué edad tenía entonces?
- Mire, aquí hay una fotografía donde se les ve a los dos. Está fechada. Dice: “Para mi tita Rocío. Pepe y Eugenia. 20 de agosto de 2000.” Veintiún años tenía. ¡Qué lindos están!
- Ella era entonces algo... flacucha, ¿no?
- Sí. Ella no es que fuera fea. Es que, la pobre, venía de una familia con muchos problemas. Cuando la conoció estaba, la pobre, canija, canija. Él la traía muchas veces aquí, a mi casa, y aquí se quedaban a merendar o a cenar. Yo creo que ella lo quería mucho. Mi hermano siempre dudó de su amor. Pero mi hermano se equivocaba. Yo creo que ella estaba loca por él, la pobre.
- Verdaderamente, él estaba espléndido: alto, fuerte, guapo. Pero, disculpe, yo le sigo viendo esa mirada, no sé, ausente, ida, como si su cabeza estuviese lejos.
- Bueno. Puede ser. Si usted ve eso en la fotografía, pues eso será.
- ¿Cómo diría usted que le iba con Eugenia? ¿Diría usted que era feliz?
- ¿Feliz, dice? ... ¿Feliz? No sé. Yo lo veía contento, alegre. Sí. Diría que estaba feliz. Lo que pasa es..., ...
- Diga. ¿Qué es lo que pasaba?
- No lo sé...
- ¿Qué quería decirme? ¿Estaba feliz?
- Quería decirle solo que Pepito siempre fue muy casero. Mi hermano estaba siempre trabajando. Todo el día de viaje con el camión, haciendo portes. Y claro, el pobrecito estaba todo el día conmigo. Ya sabe usted que casi no llegó a conocer a su madre, que la pobrecita falleció a los pocos meses de nacer él. Un cáncer que se la llevó. Prácticamente yo crié a mi Pepito. Mi hermano todo el día fuera y yo todo el día en casa. Aquí no estábamos más que el chiquillo y yo.
- ¿Y...?
- Pues eso, joven. Que cuando conoció a Eugenia, ella empezó a llevárselo poco a poco. Comenzó a salir todos los días. A veces incluso no volvía a casa hasta el día siguiente. Ella empezó por llevarlo junto a sus amigos y después junto a su familia y a su gente. Yo creo que a él no le gustaban mucho esos... ambientes, pero, claro, la quería tanto a ella, que, digo yo, que no supo decirle que no, que no supo mantenerse firme y fue poco a poco cediendo y cediendo... Creo que fue entonces, ahora que ha pasado lo que ya ha pasado..., cuando Pepito empezó a dejar de estar alegre... No sé... Ahora creo que no, que mi sobrino no era feliz. Pero entonces nadie podía ver esto. Nadie. Ni siquiera él, tal vez.
- Pero su noviazgo fue... cómo decirle... normal, ¿no?
- Sí, claro. Ya le he dicho que mi sobrino era encantador, algo tímido y muy sensible, pero un muchacho maravilloso y muy generoso. Un atleta, además. Mire esta fotografía. Es del año 2006. Unas semanas antes de casarse. ¿Lo ve usted bien? ¡Esplendoroso!
- Sí. Es verdad.
- Cuando llegaba del trabajo, si había tenido algún asuntillo con algún compañero, cogía la bicicleta y se marchaba a dar pedales. Horas se llevaba. Volvía nuevo. “Hoy he llegado hasta la cueva de milperdones, treinta kilómetros de ida y otros treinta de vuelta”, me decía. Se duchaba y se ponía a contarme sus salidas. Ya ve usted lo que a mí me podían interesar sus paseos en bici, pero me los contaba con tanto detalle que nada más que por verlo disfrutar, ya merecía la pena. Tenía las piernas duras como el tronco de un castaño.
- ¿Y Eugenia? ¿Era feliz entonces?
- ¡Sí...! Yo creo que no tenía motivos para no serlo. Un novio tan apuesto y tan pendiente de ella... ¡Claro que era feliz! Además él le regalaba muchas cositas. Usted ya me entiende. Ya le he dicho que ella era más bien pobrecilla, pero como él trabajaba y lo ganaba tan bien... pues le compraba, eso, muchas cositas. Y a ella le encantaban, claro.
- Claro, claro.
- Todo cambió después de la boda.
- ¿Cuándo se casaron?
- En el 2007, el 8 de abril, domingo. Un día soleado. Qué guapos estaban. Ella también, pero él... él era un sol. Todos los amigos los querían tanto...
- ¿Qué pasó después de la boda? ¿Qué cambió?
- ¿Qué cambió, pregunta? ¿Qué cambió? ¡Todo! Pepito casi dejó de venir a verme. No le importaba que yo estuviese sola todo el día. A los pocos meses, él dejó de salir en bicicleta y de practicar cualquier otro deporte. Creo que a ella no le gustaba mucho que se fuera solo tantas horas o algo así. Después empezó a beber. Un día vino a verme y él solito se bebió, enterita, una botella de brandy que tenía yo ahí, en ese mueble bar, desde hacía años, ya sabe, por si algún día a alguien le apetecía una copa. No terminaba de beberse una copa, cuando ya estaba sirviéndose otra. “¿Qué te pasa, Pepito? ¿Qué te pasa?”, le pregunté. Pero él no decía nada. Se sonreía y me miraba, pero no decía nada. Y yo sabía que algo malo le estaba pasando. Después dijo algo extraño: “Tita. ¡Qué bueno sería desvanecerse. Diluirse y desaparecer en el aire! Dejar de ser sin que nadie notase la ausencia”... Debía estar muy borracho, el pobre... Unos días después fui a verla a ella cuando sabía que él no estaba en casa y le hablé. Me acerqué hasta allá con sigilo, con más miedo que esperanza y... ¡había cambiado tanto! Estaba, no sé, más... rellenita... y muy pintada. Me dijo que no tenía mucho tiempo, que tenía que salir, que había quedado con alguien por un asunto de trabajo o algo así. Yo le dije que no le llevaría mucho tiempo, que solo quería preguntarle qué le estaba pasando a mi Pepito. Y ella me miró y me dijo. “¿A “su” Pepito? Pues si es “su” Pepito, lléveselo. Se lo devuelvo”. ¿Qué se habría creído, la muy canalla? Eso me dijo: que me lo devolvía, que si era mío que me lo llevase. Y, entonces, yo le pregunté que dónde estaba, que si ella no lo quería que yo sí que lo quería y que si me decía dónde estaba, que me lo llevaría ahorita mismo.
- ¿Y qué respondió ella?
- ¿Ella? Nada. Que no estaba en casa y que no sabía cuándo volvería, que a ver si había suerte y no volvía nunca. ¡La muy canalla! ¿Cómo se puede ser tan ignorante y tan idiota como para no ver al tesoro que tenía a su vera? Cuando se marchó me quedé observándola caminar de espaldas. Iba por el centro de la calle moviendo el culo de lado a lado. Todos la miraban. ¡Qué vergüenza! ¡Que vergüenza para mi Pepito, para su padre y para mí!
- ¿Y después? … ¿Ya no volvieron a verse?
- ¿Se refiere usted a Eugenia y a mí? No, ya no volvimos a vernos. Después ya sabe usted lo que pasó mejor que yo.
- Sí. Ya. Lo del...
- Sí, lo del asesinato, según dicen. Dicen que una noche él llegó muy borracho, que lo habían visto beber en el bar ese de la carretera y que, sin mediar palabra, le asestó diecisiete puñaladas a ella mientras dormía. Dicen que ni siquiera la despertó, que no había ningún indicio de violencia. Diecisiete puñaladas limpias. La primera ya fue mortal. El pobrecito. ¡Qué mal lo estaría pasando para llegar a eso! Tan solo... y tan incomprendido. Tan sin nadie, mi niño. Después, dicen, que bajó al salón y que se colgó del cuello junto a la lámpara. De una viga de castaño que hay en el centro del techo. Mi niño, como un pingajo. Dice la policía que parecía que había llorado. ¡Claro, cómo no, mi niño!
- ¿Y de la nota? ¿No puede usted decirme nada?
- ¿De la nota?... ¡Ah, sí, de la nota! Parece que dejó una nota escrita en un trocito de papel que encontraron en un bolsillo de su pantalón. Pero yo no la entiendo. Mi niño era tan tímido y tan sensible. ¿Qué habría querido decir? Nadie puede saberlo ya.
- ¿Qué habría querido decir? ¿No lo sabe? ¿De verdad que no lo sabe?
- …
- ¿Recuerda usted qué decía la nota de su sobrino? ¿Lo recuerda?
- Sí.
- ¿Y qué es lo que decía?
- Decía... “...donde habite el olvido”.