La tercera acepción de la palabra “rizo” que aparece en el drae es la siguiente: “mechón de pelo que artificial o naturalmente tiene forma de sortija, bucle o tirabuzón”. Así, pues, un rizo es un bucle, una curvatura con forma helicoidal. Y esto es justamente lo que algunos escritores del siglo XX han ido poniendo de moda con maestría cinematográfica, con justificado interés y con elegancia depurada. Voy a poner tres ejemplos de este recurso cada vez más recurrente. Los dos primeros ejemplos los he tomado de dos novelas de José Saramago: Levantado del suelo y El año de la muerte de Ricardo Reis, y el último de Alondra, de Dezső Kosztolányi.
Levantado del suelo (1980) es una novela que recoge con indudable maestría la brutalidad a que a veces puede llevar la miseria humana: miseria económica y moral. En el pasaje citado más abajo observamos cómo el protagonista, arrastrándose con un carro donde cuelgan sus escasos enseres y su pobre familia, llega a un pueblo o aldea. Es de noche. Todo está cerrado, salvo una taberna. Allí penetra el buen hombre y allí mira: Saramago nos describe lo que éste ve, y entre ello observa a los clientes que a su vez miran al recién llegado y lo observan. El protagonista se ve a sí mismo a través de los ojos de quienes lo están mirando. Es un rizo perfecto: una cámara fantasma ha girado por la estancia, aparentemente para mostrar lo que allí ocurre, pero realmente para que el protagonista se vea a sí mismo y para que el lector vea lo que de sí mismo puede llegar a ver el protagonista recién llegado. Efecto magistral produce este bucle horizontal como sólo puede lograr un maestro de la pluma.
El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) es una novela de sorpresas. Ahora el ejemplo es a cielo abierto, o casi. Nos encontramos en una habitación de hotel. En ella se encuentra Ricardo Reis y Lidia, una camarera. El protagonista se acerca a la ventana y observa el muelle de Sodré allá abajo y a lo lejos. El caudal viene muy crecido. Varias son las calles inundadas. Una anciana quiere cruzar una de ellas, pero parece evidente que no lo logrará sola. Necesita ayuda. Ésta viene dada por un individuo que decide alzarla en brazos y cruzarla. Después este San Cristóbal repetirá su acción con otro individuo acicalado. Ricardo Reis observa la escena (no olvidemos que tiene alma de escritor), pero mientras observa, ve que éste último individuo ha alzado la cabeza y lo mira a él fijamente. Pero no sólo lo mira a él, sino que también está viendo a Lidia que, tras el hombro de Ricardo Reis, está igualmente mirando la escena. El protagonista no puede ver lo que está viendo de sí el alzado a borriquillo, puesto que no tiene ojos en su espalda, pero el lector sabe de Ricardo Reis y de su entorno más que él mismo. Bucle magistral por ser ascendente: va a más.
El siguiente ejemplo de este recurso literario lo he rescatado por ser el más antiguo que yo he localizado. No digo que sea la primera vez que algún escritor lo haya utilizado de forma tan consciente y tan imbricada en el relato, sino que, hasta la fecha, es el primero de que yo tenga constancia. Pertenece a la novela Alondra (1924) del escritor húngaro Dezső Kosztolányi. Al final de la misma el padre de Alondra camina en dirección a su casa y observa desde la calle a través del cristal de una taberna a un joven poeta que está escribiendo y meditando sentado a una mesa. Entonces este individuo levanta la cabeza y mira a través de la ventana. Aquí tenemos el rizo. Mira y ve al padre de Alondra que viene caminando, pensando y mirando. Conocemos más del anciano tras la mirada del joven que si éste no hubiese levantado la cabeza para observarlo.
Texto número 1: Rizo horizontal:
“Había una plazuela, unos árboles con ramas que se agitaban, bruscos. El hombre paró el carro, le dijo a la mujer, Espera ahí, y atravesó bajo los árboles hacia una puerta iluminada. Era una taberna y dentro estaban tres hombres sentados en un banco, otro bebiendo arrimado al mostrador, sosteniendo el vaso entre el pulgar y el índice, como si estuviera posando para un retrato. Y tras el mostrador un viejo flaco, seco, dirigió los ojos hacia la puerta, era el hombre del carro que entraba y decía, Buenas noches a toda la compañía, éste es el saludo de quien llega y quiere la amistad de todos, por fraternidad o por interés de negocio, …” (José Saramago, Levantado del suelo. Suma de Letras, S. L.; Punto de lectura, Madrid, 2004. Traducción de Basilio Losada; pág. 24.)
Texto número 2: Rizo ascendente o en espiral:
“Entró al fin la camarera, Buenos días, señor doctor, y posó la bandeja, con oferta menos pródiga de lo que había imaginado, pero incluso así merece el Bragança mención honorífica, no es extraño que tenga huéspedes tan constantes, algunos no quieren otro hotel cuando vienen a Lisboa. Ricardo Reis responde al saludo, ahora dice, No, gracias, no quiero nada, es la respuesta a la pregunta que una buena camarera hará siempre, Desea algo más, y si le dicen que no, debe retirarse discretamente, a ser posible sin volver la espalda, hacerlo sería faltar al respeto a quien nos paga y hace vivir, pero Lidia, instruida para duplicar las atenciones, dice, No sé si el señor doctor se ha dado cuenta de que está inundado el muelle de Sodré, los hombres son así, tienen un diluvio a la puerta y ni se enteran, había dormido toda la noche de un tirón, despertó y oyó caer la lluvia, fue como quien sólo sueña que está lloviendo y en el mismo sueño duda de lo que sueña, cuando lo cierto es que llovió tanto que el muelle de Sodré está inundado, llega el agua por la rodilla a quien por necesidad lo atraviesa de un lado a otro, descalzo y remangado hasta las ingles, llevando a cuestas en el vado a una mujer de edad, mucho más liviana que el saco de judías entre el carro y el almacén. Aquí en el fondo de la Rua do Alecrim abre la vieja el bolso y saca la moneda con que paga a San Cristóbal, el cual, para que no estemos siempre escribiendo quién, volvió a meterse en el agua pues al otro lado hay ya quien le hace señales urgentes. Éste no es un anciano, edad y buena pierna tendría para atravesar por sus propios medios si quisiera, pero yendo tan puesto, de traje nuevo, no quiere mancharse los fondillos de barro, que más parece esto barro que agua, y no repara en lo ridículo que va, a borriquillo, con las ropas remangadas, las canillas asomándole por las perneras, las ligas verdes sobre los largos calzoncillos blancos, no falta quien se ría del espectáculo, hasta en el Hotel Bragança, en el segundo piso, un huésped de mediana edad sonríe, y tras él, si los ojos no engañan, hay una mujer que ríe también, mujer sin duda, pero no siempre los ojos ven lo que debieran, pues ésta parece una camarera y cuesta creer que lo sea, o están subvirtiéndose peligrosamente las relaciones y posiciones sociales, caso muy de temer, aunque hay ocasiones, y si es verdad que la ocasión, repetimos, hace al ladrón, también puede hacer la revolución, como ésta de haberse atrevido Lidia a asomarse a la ventana tras Ricardo Reis y reír con él igualitariamente ante el espectáculo que a ambos divertía. Son momentos fugaces de la edad de oro, que nacen súbitos, que mueren pronto, por eso la felicidad cansa en seguida. Se fue ésta ya, Ricardo Reis cerró la ventana, Lidia, sólo camarera, retrocedió hacia la puerta, todo se hace ahora con cierta prisa porque las tostadas se están enfriando y pierden gracia, La llamaré luego para que se lleve la bandeja, dice Ricardo Reis, y eso ocurrirá al cabo de media hora, Lidia entra discretamente y se retira sin ruido, más aliviada de carga, mientras Ricardo Reis se finge distraído, en el cuarto, hojeando, sin leer, The god of the labyrinth, obra ya citada.” (José Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis. Suma de Letras, S. L.; Punto de lectura, Madrid, 2004. Traducción de Basilio Losada; págs. 77 y ss.)
Texto número 3: Rizo primitivo:
“ ... Su desengaño literario se transformó en una tristeza general, profunda, típicamente finisecular, y embargado por ese sentimiento miró hacia la calle, donde vio a los Vajkay caminar juntos detrás de un mozo de cuerda.” (Dezső Kosztolányi. Alondra. Barcelona; Ediciones B, S.A.; 2006. Traducción de Judith Xantús. Introducción de Péter Esterházy (1993). Traducción de la introducción de Marta Pino Moreno. Pág. 193)
El año de la muerte de Ricardo Reis (1984) es una novela de sorpresas. Ahora el ejemplo es a cielo abierto, o casi. Nos encontramos en una habitación de hotel. En ella se encuentra Ricardo Reis y Lidia, una camarera. El protagonista se acerca a la ventana y observa el muelle de Sodré allá abajo y a lo lejos. El caudal viene muy crecido. Varias son las calles inundadas. Una anciana quiere cruzar una de ellas, pero parece evidente que no lo logrará sola. Necesita ayuda. Ésta viene dada por un individuo que decide alzarla en brazos y cruzarla. Después este San Cristóbal repetirá su acción con otro individuo acicalado. Ricardo Reis observa la escena (no olvidemos que tiene alma de escritor), pero mientras observa, ve que éste último individuo ha alzado la cabeza y lo mira a él fijamente. Pero no sólo lo mira a él, sino que también está viendo a Lidia que, tras el hombro de Ricardo Reis, está igualmente mirando la escena. El protagonista no puede ver lo que está viendo de sí el alzado a borriquillo, puesto que no tiene ojos en su espalda, pero el lector sabe de Ricardo Reis y de su entorno más que él mismo. Bucle magistral por ser ascendente: va a más.
El siguiente ejemplo de este recurso literario lo he rescatado por ser el más antiguo que yo he localizado. No digo que sea la primera vez que algún escritor lo haya utilizado de forma tan consciente y tan imbricada en el relato, sino que, hasta la fecha, es el primero de que yo tenga constancia. Pertenece a la novela Alondra (1924) del escritor húngaro Dezső Kosztolányi. Al final de la misma el padre de Alondra camina en dirección a su casa y observa desde la calle a través del cristal de una taberna a un joven poeta que está escribiendo y meditando sentado a una mesa. Entonces este individuo levanta la cabeza y mira a través de la ventana. Aquí tenemos el rizo. Mira y ve al padre de Alondra que viene caminando, pensando y mirando. Conocemos más del anciano tras la mirada del joven que si éste no hubiese levantado la cabeza para observarlo.
Texto número 1: Rizo horizontal:
“Había una plazuela, unos árboles con ramas que se agitaban, bruscos. El hombre paró el carro, le dijo a la mujer, Espera ahí, y atravesó bajo los árboles hacia una puerta iluminada. Era una taberna y dentro estaban tres hombres sentados en un banco, otro bebiendo arrimado al mostrador, sosteniendo el vaso entre el pulgar y el índice, como si estuviera posando para un retrato. Y tras el mostrador un viejo flaco, seco, dirigió los ojos hacia la puerta, era el hombre del carro que entraba y decía, Buenas noches a toda la compañía, éste es el saludo de quien llega y quiere la amistad de todos, por fraternidad o por interés de negocio, …” (José Saramago, Levantado del suelo. Suma de Letras, S. L.; Punto de lectura, Madrid, 2004. Traducción de Basilio Losada; pág. 24.)
Texto número 2: Rizo ascendente o en espiral:
“Entró al fin la camarera, Buenos días, señor doctor, y posó la bandeja, con oferta menos pródiga de lo que había imaginado, pero incluso así merece el Bragança mención honorífica, no es extraño que tenga huéspedes tan constantes, algunos no quieren otro hotel cuando vienen a Lisboa. Ricardo Reis responde al saludo, ahora dice, No, gracias, no quiero nada, es la respuesta a la pregunta que una buena camarera hará siempre, Desea algo más, y si le dicen que no, debe retirarse discretamente, a ser posible sin volver la espalda, hacerlo sería faltar al respeto a quien nos paga y hace vivir, pero Lidia, instruida para duplicar las atenciones, dice, No sé si el señor doctor se ha dado cuenta de que está inundado el muelle de Sodré, los hombres son así, tienen un diluvio a la puerta y ni se enteran, había dormido toda la noche de un tirón, despertó y oyó caer la lluvia, fue como quien sólo sueña que está lloviendo y en el mismo sueño duda de lo que sueña, cuando lo cierto es que llovió tanto que el muelle de Sodré está inundado, llega el agua por la rodilla a quien por necesidad lo atraviesa de un lado a otro, descalzo y remangado hasta las ingles, llevando a cuestas en el vado a una mujer de edad, mucho más liviana que el saco de judías entre el carro y el almacén. Aquí en el fondo de la Rua do Alecrim abre la vieja el bolso y saca la moneda con que paga a San Cristóbal, el cual, para que no estemos siempre escribiendo quién, volvió a meterse en el agua pues al otro lado hay ya quien le hace señales urgentes. Éste no es un anciano, edad y buena pierna tendría para atravesar por sus propios medios si quisiera, pero yendo tan puesto, de traje nuevo, no quiere mancharse los fondillos de barro, que más parece esto barro que agua, y no repara en lo ridículo que va, a borriquillo, con las ropas remangadas, las canillas asomándole por las perneras, las ligas verdes sobre los largos calzoncillos blancos, no falta quien se ría del espectáculo, hasta en el Hotel Bragança, en el segundo piso, un huésped de mediana edad sonríe, y tras él, si los ojos no engañan, hay una mujer que ríe también, mujer sin duda, pero no siempre los ojos ven lo que debieran, pues ésta parece una camarera y cuesta creer que lo sea, o están subvirtiéndose peligrosamente las relaciones y posiciones sociales, caso muy de temer, aunque hay ocasiones, y si es verdad que la ocasión, repetimos, hace al ladrón, también puede hacer la revolución, como ésta de haberse atrevido Lidia a asomarse a la ventana tras Ricardo Reis y reír con él igualitariamente ante el espectáculo que a ambos divertía. Son momentos fugaces de la edad de oro, que nacen súbitos, que mueren pronto, por eso la felicidad cansa en seguida. Se fue ésta ya, Ricardo Reis cerró la ventana, Lidia, sólo camarera, retrocedió hacia la puerta, todo se hace ahora con cierta prisa porque las tostadas se están enfriando y pierden gracia, La llamaré luego para que se lleve la bandeja, dice Ricardo Reis, y eso ocurrirá al cabo de media hora, Lidia entra discretamente y se retira sin ruido, más aliviada de carga, mientras Ricardo Reis se finge distraído, en el cuarto, hojeando, sin leer, The god of the labyrinth, obra ya citada.” (José Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis. Suma de Letras, S. L.; Punto de lectura, Madrid, 2004. Traducción de Basilio Losada; págs. 77 y ss.)
Texto número 3: Rizo primitivo:
“ ... Su desengaño literario se transformó en una tristeza general, profunda, típicamente finisecular, y embargado por ese sentimiento miró hacia la calle, donde vio a los Vajkay caminar juntos detrás de un mozo de cuerda.” (Dezső Kosztolányi. Alondra. Barcelona; Ediciones B, S.A.; 2006. Traducción de Judith Xantús. Introducción de Péter Esterházy (1993). Traducción de la introducción de Marta Pino Moreno. Pág. 193)