Contaba el ya viejito
José María Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo,
que encontrándose en Santiago se lamentaba de tener poca fuerza para
hacer lo que verdaderamente quería. Y quería, por ejemplo, viajar a Montevideo entre otras cosas para saludar a Onetti -que tiembla
armoniosamente en cada palabra-, y estrecharle la mano con que
escribe.
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS:
Los ríos profundos. Barcelona, Editorial Planeta-De Agostini,
S.A., 1985:
“- Si lo hago bailar, y
soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca, ¿llegaría hasta
los oídos de mi padre? -pregunté al “Markask'a”.
”-¡Llega, hermano!
Para él no hay distancia. Enantes subió al sol. Es mentira que en
el sol florezca el pisonay. ¡Creencias de los indios! El sol es un
astro candente, ¿no es cierto? ¿Qué flor puede haber? Pero el
canto no se quema ni se hiela. ¡Un layk'a
winku con púa de
naranjo, bien encordelado! Tú le hablas primero en uno de sus ojos,
le das tu encargo, le orientas el camino y
después cuando está cantando soplas despacio hacia la dirección
que quieres; y sigues dándole tu encargo. Y
el zumbayllu canta al
oído de quien te espera. ¡Haz la prueba ahora, al instante!”
(Pág. 130)
“El
“Markask'a” me llevó siempre a la alameda.
”Cantaban,
como enseñadas, las calandrias, en las moreras. Ellas suelen posarse
en las ramas más altas. Cantaban, también, balanceándose, en las
cimas de los pocos sauces que se alternan con las moras. Los
naturales llaman tuya a
la calandria. Es vistosa, de pico fuerte; huye a lo alto de los
árboles. En la cima de los más oscuros: el lúcumo, el lambra, el
palto, especialmente en el lúcumo, que es recto y coronado de ramas
que forman un círculo, la tuya
canta; su pequeño cuerpo amarillo, de alas negras, se divisa contra
el cielo y el color del árbol; vuela de una rama a otra más alta, o
a otro árbol cercano para cantar. Cambia de tonadas. No sube a las
regiones frías. Su canto transmite los secretos de los valles
profundos. Los hombres del Perú, desde su origen, han compuesto
música, oyéndola, viéndola cruzar el espacio, bajo las montañas y
las nubes, que en ninguna otra región del mundo son tan extremadas.
¡Tuya, tuya! Mientras
oía su canto, que es, seguramente, la materia de que estoy hecho, la
difusa región de donde me arrancaron para lanzarme entre los
hombres, vimos aparecer en la alameda a las dos niñas”. (Pág.
164)