«Ponte
a salvo; por tu vida, no mires atrás ni te detengas en la vega».
(Génesis,
cap. 19, versículo 17.)
Cuando
Magdalena hizo sonar los crótalos, todos cerraron sus ojos mientras
el cliiiiinnnnng se extendía por la amplia sala. Todos menos
Charlotte Sodom, escultora, cincuenta años y propietaria del taller
blanco en que se encontraban, quien dejó que sus ojos fueran poco a
poco acomodándose a las colinas que podían distinguirse a través
del gran ventanal que se abría frente al numeroso grupo que
comenzaba la sesión de mindfulness. La seductora voz de
Magdalena comenzó a abrirse paso hacia los oídos de todos los
reunidos:
“Imagínate
un paseo. Hoy has salido de casa y has visto los alcorques del camino
repletos de agua. Has deducido: “esta noche debe haber llovido,
pero la acera está seca, luego debe haber dejado de llover hace ya
unas horas...”. Imagina tu vida como un camino y como un paseo.
Ahora puedes ir recorriendo los años pasados como plazas visitadas,
como capítulos leídos o como plantas de un edificio alto. Vas
reencontrándote con rostros que pertenecen a gentes a las que ya no
recuerdas, pero que alguna vez te fueron cercanas, amigas incluso. Tú
misma en otros momentos, en otras plazas, reales o imaginadas, es lo
mismo. Todo es lo mismo, porque todo es único: un solo haz de
sensaciones. Imagínate ahora que vas recorriendo esas plazas,
ascendiendo y descendiendo por esos pisos en una espiral de altitudes
cambiantes. Ya no distingues el pasado -que sabes que vas
recorriendo- del presente o del futuro que apenas puedes vislumbrar.
Imagínate también ahora que el suelo que pisas se vuelve
transparente. No te caes, es sólido o eso parece, pero su
transparencia, insegura, te permite ver las estancias ya pasadas como
si estuvieran delante aunque más bajas o más altas. A veces también
de frente. El pasado se vuelve futuro, y lo no vivido es un mero
recuerdo. Imagina también la nostalgia que sientes por lo que aún
no viviste o la indiferencia ante lo que te afectó poderosamente en
alguna revuelta de tu pasado más íntimo. Imagina que fueras
caminando hacia él o que volvieras de tu futuro. Ninguno existen
aquí y ahora, solo hay presente. Todas las escenas que vas viendo
van cruzándose unas con otras con independencia del momento en que
hubiesen transcurrido o aún no. Presente presente: aquel en el que
el tiempo no existe, aquel que te invade siempre que cierras los ojos
y recuerdas los ojos cerrados de tu primer hijo recién nacido, de tu
primer marido muerto, sus manos grandes, venosas, inútiles, la voz
de un amor no olvidado o tu olor de mujer de ahora.”
La voz de
Magdalena va alejándose y perdiéndose entre las estatuas y bustos
del taller, las colinas y el cielo comienzan a fundirse en una pasta
de cárdeno monocolor, el tiempo que avanza y la mente de Charlotte
que lucha inútilmente sin lograr vencer las distracciones, sin
dejarse caer en la nada prometida y reparadora. Las curvas de las
esculturas tal vez demasiado poderosas como para ser ignoradas.
Recordaba cada preciso golpe de cincel, porque cada golpe era una
excusa para olvidar su presente, un refugio para ocultar cada uno de
sus pensamientos.
“De niña
vivías más allá de las fronteras del tiempo -seguía Magdalena-.
Ahora comprendes que siempre pudo haber sido así. No sabes cuándo
ingresaste en la corriente lineal del tiempo, pero debió ser cuando
tenías siete, tal vez ocho años. Todos te hablaban de cuando seas
mayor esto o lo otro, o te decían que aún eras menor y por eso
aquello o lo demás. Hasta que un día te lo creíste y diste por
buena la existencia del tiempo. Nunca nadie te enseñó que si te
pones unas gafas verdes el mundo se vuelve verde, pero no es que se
haga verde, sino que tú lo ves verde. Nunca comprendiste que el
tiempo es una suerte de gafas que aprendes a utilizar para conocer la
realidad, pero que verdaderamente no son la realidad. Hoy vamos a
aprender que no hay tiempo, que el tiempo es una invención y que
bien haríamos en renunciar a él. Vive el presente”, terminó
Magdalena. Los cliiiinnnnnng de los crótalos volvieron a dilatarse
por la amplia estancia. La sesión había terminado. Todos salieron
del taller, todos menos Charlotte, en el centro, convertida en
estatua de sal. Tal vez ella no supiese o no necesitase o,
simplemente, no quisiese renunciar a su pasado, a su futuro. Quizá
sólo aspirase a lograr su última escultura.