lunes, 25 de marzo de 2024

Adioses:

 

El siguiente relato está dedicado a la escritora mejicana Daniela Tarazona. Es autora de al menos tres magníficas novelas: El beso de la liebre, El animal sobre la piedra y, más recientemente, Isla Partida. Esta última, Isla partida, es una joya literaria. Editada por Almadía en 2023, en su página 11 aparece la frase “Se fue con las manos desnudas para siempre”.


Se fue con las manos desnudas para siempre”.

(Daniela Tarazona, Isla partida. Madrid; Almadía Aljosan, S. L., 2023. Pág. 11.


Dos versos: un trisílabo y un endecasílabo. "Se fue con las manos desnudas para siempre", pronuncio lentamente. Avergonzado, pienso. ¿De qué o por qué? Con dudas me voy acercando a estas preguntas, tangencialmente; sin tocar el borde que describe la oración; con el mismo miedo que si me acercase al borde de un abismo. ¿Miedo a caer al precipicio? No creo que sea ese. Tal vez sea otro: ¿miedo a arrojarme al precipicio?

La oración se despliega en tres tramos distintos, pero igual de duros y firmes, insistiendo en los tres pasos en su radicalidad. Primero el paso del "se fue". Por sí mismo éste ya sería suficiente para iniciar la renuncia a todo. Cuando alguien, quienquiera, dice o escribe o piensa "se fue", indica que ya todo está concluido, que nada sigue conservando algún sentido, que nada es ya posible. ¿Por qué? Porque ya "se fue". No hay más. Se acabó. Se acabó lo que nunca quise que se acabase. De ahí su, o mí, desolación, la que queda tras la marcha definitiva, sin adiós que suavice la ausencia, la zanja abierta en mitad de la vida, el espejo que te devuelve tu rostro hueco, asimétrico, inútil.

El segundo tramo aparenta suavizar la marcha del primero. "Con las manos desnudas". Pero no lo consigue. Quien se va "con las manos desnudas", lo hace sin mirar atrás, sin querer nada de lo que ahí se queda, sin deudas. También sin anillos, como tú te fuiste, con tus manos desnudas. Sin ningún miedo a dejarse algo atrás o, más bien, queriéndolo dejar todo atrás. La vida, siempre lo dijiste, o es radical o no es vida.

Ese "con las manos desnudas" anticipa el paso final, atroz: "para siempre". "Para siempre" te fuiste, sin decir nada más, sin devolver la mirada, sin escuchar mis súplicas. Con todo perdido o ganado "para siempre". ¡Qué largo es este "siempre"! ¡Y qué corto cuando se dice!

Te fuiste, con tus manos desnudas, para siempre. Tú, a quien tanto amé y a quien sigo amando. Tal vez tú tampoco puedas olvidar el amor que yo sigo volcando hacia ti, hacia tus manos recordadas, hacia tus ojos recordados, hacia tu boca recordada, hacia tu cuerpo recordado. Tal vez. Pero yo me quedé con tu "siempre" y con su eco desde el instante en que te fuiste: desde entonces, desde siempre he sabido que tu marcha era definitiva, aunque intente, sin conseguirlo, alejar de mí este pensamiento.

Tampoco he podido olvidar algunos detalles que al principio me obsesionaron: cerraste la puerta al salir y dejaste tus llaves en el platillo del recibidor. Yo te dije: "Te dejas las llaves". Como había hecho cada vez que las olvidabas. Pero tú no debiste oírme o yo no había querido entender entonces que te marchabas "para siempre". Al principio, después de tu marcha, era yo quien llevaba tus llaves en mi bolsillo. Ya sabes, por si te veía por la calle y te las devolvía. Por si querías volver cuando quisieras, ya sabes, pensaba. Después, a las tres semanas, acabé por dejarlas de nuevo en el platillo del recibidor. Al fin y al cabo eran tuyas y tú las habías debajo ahí, en ese platillo que tanto nos gustó cuando lo compramos en un mercadillo de... ¡Qué más da, si ya nada de aquello existe! Porque te fuiste "para siempre", nada de aquello existe. Y aquello era todo. ¡Qué largo es este "siempre", verdad? También te dejaste olvidado tu bolso. Con tus cosas. Aún no he mirado en su interior. No puedo o no quiero. Tal vez ahí esté la clave de tu marcha o de tu huida, no sé. Por ello quizá no quiera mirarlo, porque no quiera saber nada. ¡Qué más da ya! ¡Qué más da nada después de un "siempre"!


Ya van para dos meses reflejándome en tu ausencia. Me parece que he sobrevivido muchos días desde tu marcha, pero me parecen pocas horas, si lo que necesitabas, me consuelo, era reflexionar. No vivo más que para que tu reflexión se produzca y pueda doblegar tus deseos de partir "para siempre". Ya sé que es inútil, yo que siempre ridiculizaba tus deseos de emprender aventuras imposibles o de defender causas inútiles. Tal vez tú te hayas ido "para siempre", pero yo no sé vivir sin ti o no quiero vivir sin ti. Creo que ya es lo mismo.


Te recuerdo a cada instante: cuando recojo la cocina, cuando tomo un café a la caída de la tarde, cuando leo un libro. Cada párrafo, cada línea te la leo a ti, para que tú me escuches, para que tú me entiendas. Ya sé que no me oyes, ya lo sé, me digo, pero...

Aún hago tu lado de la cama como a ti te gustaba: entremetiendo las sábanas debajo del colchón y doblando el embozo a la altura que tú definías milimétricamente.

A algunos animales les crece parte del cuerpo amputado tras una batalla. ¿También tú me crecerás de nuevo tras tu desgarro?


No puedo más. Con tu marcha dejando tus llaves, dejando tu bolso, te llevaste lo único a lo que no puedo renunciar. Tenías derecho a marcharte. Tú lo sabías y yo lo sabía. Pero tal vez no calculaste con acierto el daño de tus actos. Tú, que siempre fuiste tan previsora. Ya sé que no, que no es verdad esto que te cuento o que me cuento. Siempre viviste a tope, a fondo, radical, sin guardar fuerzas para volver, sabiendo que el único camino era siempre hacia adelante. Tal vez yo no pudiera seguir tu ritmo o no me quisiera alejar tanto o temiese no poder volver no sé adónde. Siempre fuiste audaz. Y, ahora, lo sé, sin mí, tu vuelo será alto. Por esto no te reprocho nada. Pero...


No puedo seguir así. Hacen seis meses desde tu marcha "para siempre". He dejado tus llaves en un cajón del armario, junto a tu bolso. He guardado tu ropa en el baúl del dormitorio. He intentado eliminar todo lo que me recuerda a ti, aunque aún voy por los bares donde te gustaba tomar una cerveza, ya sabes, por si te encuentro. Nadie sabe nada de ti y tal vez sea mejor así.