1
- Hijito, duerme tranquilo, que todos somos hijos del amor.
2
Agitaba las manos para llamar sus atenciones, pero no había nadie a quien distraer su atención. Gritaba, pero nadie podía oirle, porque nadie había a su alrededor. Sólo un mar levemente agitado. Primero vio el sol rielando en la superficie, después vio las olas, y después que las olas no eran olas, eran brazos y piernas y ecos, eran dudas. Después vio que nada rielaba en la superficie del mar, porque no había mar, sino rostros y ojos y bocas. Por último, vio que tampoco había sol: sólo un pequeño orificio que cerrándose languidecía, irremediable. Cegóse.
martes, 17 de marzo de 2009
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