Todo
gesto humano algo pretende y dado que no parece inocente el interés
de algunos en despolitizar la economía, debemos preguntarnos ¿a
quiénes beneficia esta despolitización de la economía y, por
extensión, de toda la sociedad? ¿Quiénes lograron el gesto y por
qué?
Quien algo
pretende, lo persigue motivado por una o varias ideas, confesadas o
no. La obsesión es la fuente de la que manan las ideologías. ¿Cuál
es la ideología no confesada y oculta del actual capitalismo
global?
No
soy yo de los que acusan a la belleza de peligrosidad, no, no todo
lo bello es peligroso. Pero hay un tipo de bella metáfora, que sí
que guarda en su seno algo de perversión que, creo, debe ser
aislada y denunciada. Me refiero a la metonimia, tomar la parte por
el todo. A veces la parte de un todo acaba por crecer tanto que
engulle al todo mismo del que formaba parte, quedando ella como si
fuese el único todo. Este reduccionismo puede ser altamente
peligroso si es el caso que la parte del todo excluida de la
parte en crecimiento acaba desapareciendo por el mero hecho de no
ser nombrada. (Otro ejemplo más para ilustrar aquella necedad de
confundir la cosa con el nombre de la cosa.) Toda batalla ideológica
se vence del lado de aquéllos que consigan que su parte del todo
acabe devorando al mismo todo junto a las otras partes que defienden
sus rivales. Especialmente peligrosa es la ideología que defiende
una parte apolítica de un todo político, porque entonces no es
sólo que ocurra que esa parte acabe por usurpar el lugar del todo,
sino que además la parte usurpadora, al ser apolítica, acaba por
despojar del cariz político a todo aquello sobre lo que se va
asentando. Esta expansión de la ideología de lo apolítico es una
perversión que se hace necesario denunciar, primero por usurpadora
de un todo que no deja de existir porque dejemos de nombrar,
segundo, porque elimina lo político de los dominios donde es
primordial (economía, sociedad, educación, cultura,...) y,
tercero, lo más importante, porque no es verdad que esa parte
usurpadora no tenga un cariz político, sino que lo tiene, pero
oculto, disfrazado, profundo.
“Y, ¿cómo
consigue un contenido particular [una
parte de un todo] desplazar otro contenido hasta ocupar la
valencia de lo universal?” Lo
hará aquel “significado [contenido
particular o parte de un todo] que permita a los
individuos traducir de manera eficaz sus propias experiencias de
vida en un discurso coherente”.
Es decir, la demagogia necesaria para hacer triunfar una parte sobre
el todo en el que está acogida consiste en hacer llegar al corazón
de las gentes que esa parte (compartida por muchas experiencias
individuales) es la única o fundamental que debería ser tratada,
corregida, evitada, lograda, suplantada, estimada,...
“Cualquier
universalidad que pretenda ser hegemónica debe incorporar al
menos dos componentes específicos: el contenido popular
'auténtico' y la 'deformación' que del mismo producen las
relaciones de dominación y explotación”.
Es decir, que no podemos negarle a la parte usurpadora el ser una
parte integrante necesaria del todo en el que está comprendida,
pero sí que debemos estar alertas ante el hecho de que pretenda
deformar al todo que la incluye y a las otras partes legítimas a
las que pretende borrar. Esta deformación que pretende la parte
'hegemonizable' no deja de ser básicamente monstruosa: el
crecimiento desproporcionado de una de las partes de un todo es
siempre monstruosa, más aún si crece a costa de las otras partes
necesarias.
Verdaderamente en
una sociedad no suele ocurrir que una parte consiga dominar al todo,
sino que es el todo el que incluye en su seno al menos dos partes
auténticas que rivalizan por conseguir el apoyo popular
presentándose como la más auténtica o legítima o incluyente; es
decir, que las fuerzas dominantes pretenden seductoramente que la
parte que defienden acabe focalizando todos los intereses de las
fuerzas no dominantes o populares y para ello esa parte debe poder
ser presentada como legítima o auténtica.
Para
conseguir el mayor apoyo popular o el apoyo de las fuerzas no
dominates, las fuerzas dominantes deben saber presentar aquello que
defienden como una no-ideología, dado que de lo contrario
eliminaría el mayor factor que desarrolla las afinidades, como es
la experiencia individual (ésta es la fuerza de su seducción); es
decir, lo que se presenta como ideologizado acaba
despersonalizándose, desindividualizándose a gran escala y por
tanto indefendible. Sólo a pequeños grupos o a individuos aislados
lo que se presenta muy ideologizado suele convencer y mostrarse
afín. De aquí que la parte 'hegemonizable' sea presentada por sus
defensores o fuerzas dominantes, como desideologizada o
no-ideologizada. Mas no nos engañemos, que se presente asépticamente
no significa que de hecho lo sea: las más atroces ideologías
suelen tener su “momento utópico”,
su atractivo no-ideológico. “En cierto sentido, la
ideología no es otra cosa que la forma aparente de la no-ideología,
su deformación o desplazamiento formal”.
La clase o las
fuerzas dominantes no expresan directamente sus ideas, sino que
aprovechan la tensión que se produce dentro del todo social para
dirigir la victoria de la parte que consideran preferente frente a
su opuesta. En toda sociedad podemos distinguir dos grupos básicos:
“opresores” y “oprimidos”. No es difícil para las fuerzas
dominantes incorporar en la parte preferente que defienden maneras o
modos que muestran su defensa de los “oprimidos” frente a los
“opresores”; una vez conquistados los corazones o las almas de
aquéllos ya sólo tienen que apartarse de la tensión directa y
mantenerse a una prudente distancia para controlar, dar o negar, y
dirigir la lucha hacia la imposición de la parte dominadora frente
a la parte dominada. Y, aún más, lo lograrán con el apoyo,
resultado de la demagogia, del ocultamiento de su ideología y de la
negación de lo político, de la mayor parte de los oprimidos, que,
consecuentemente, seguirán siendo oprimidos, aunque aún no lo
sepan, pero de otra manera, dado que el todo social habrá cambiado
necesariamente.
Esto
es lo que ha terminado por imponerse en este todo social que es el
liberalismo multiculturalista. El multiculturalismo ha sido
presentado en su origen como una tesis que pretendía liberar a los
oprimidos, compartir sus desgracias o sus inferioridades,
ocultándolas o negándolas. Pero realmente, esta era la tesis
preferente para unos opresores acogidos bajo la capa liberal de
capitalistas globales. Finalmente sus tesis se han impuesto y los
oprimidos siguen oprimidos, pero bajo unos opresores que han
deformado sus viejos rostros con nuevas máscaras. Desde el punto de
vista del liberalismo multiculturalista los retornos a los vínculos
orgánicos (étnicos, culturales, religiosos,...) siempre fueron
vistos como focos de diversos 'fascismos', como 'protofascistas'.
Pero realmente, estas fueron las defensas que estableció el
capitalismo global para acabar imponiendo una tesis o parte
dominadora sobre el todo social. De ahí también que el apoyo mayor
de este capitalismo global provenga de quienes más contundentemente
defienden el liberalismo multicultural, como es la 'no-clase' clase
media. 'No-clase' porque no pertenece ni a las grandes
corporaciones, “sin patria ni raíces”,
ni a “los excluidos y empobrecidos inmigrantes y
habitantes de los guetos”. La
'no-clase' clase media es “la falsedad encarnada”
dado que rechaza el antagonismo y se siente ni excluyente ni
excluida, aunque es sistemáticamente oprimida y opresora pese a su
ceguera dado que se mira exclusivamente en el espejo que le muestran
los más empobrecidos.
El núcleo del
acontecimiento verdaderamente político es la interrupción del
mecanismo que eleva a la parte hegemonizada hacia la usurpación del
todo global al que pertenece. Es decir, que la ocultación de lo
político es el motor que mantiene el mecanismo en marcha de hacer
que la parte hegemonizada ocupe el centro de la vida de una
sociedad.
Respuesta
a la pregunta ¿qué es la política?: “La verdadera
política, por tanto, trae siempre consigo una suerte de
cortocircuito entre el universal y el particular: la paradoja de un
singulier universel,
de un singular que aparece ocupando el universal y desestabilizando
el orden operativo “natural”
de las relaciones en el cuerpo social. Esta identificación de la
no-parte con el todo, de la parte de la sociedad sin un verdadero
lugar (o que rechaza la subordinación que le ha sido asignada), con
el universal, es el ademán elemental de la politización, que
reaparece en todos los grandes acontecimientos democráticos, (…).
En este sentido, “política”
y “democracia”
son sinónimos: el objetivo principal de la política
antidemocrática es y siempre ha sido, por definición, la
despolitización, es decir, la exigencia innegociable de que las
cosas “vuelvan a la
normalidad”, que cada cual ocupe su lugar... La
verdadera lucha política, (...), no consiste en una discusión
racional entre intereses múltiples, sino que es la lucha paralela
por conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la
voz de un interlocutor legítimo”
[].
La
postmoderna postpolítica no sólo reprime lo político intentando
contenerlo, sino que además lo excluye. El conflicto político
entre las distintas visiones globales de lo social, de lo
económico,... es sustituido por la colaboración y el acuerdo
consecuente entre los tecnócratas ilustrados y los liberales
multiculturalistas; este acuerdo adquiere, con aparente magia, pero
con evidente truco, el aspecto de un consenso más o menos
universal. “De esta manera, la postpolítica
subraya la necesidad de abandonar las viejas divisiones ideológicas
y de resolver las nuevas problemáticas provistos de la necesaria
competencia del experto y deliberando libremente en función de las
necesidades y exigencias puntuales de la gente”.
Para
los tecnócratas ilustrados y los liberales multiculturalistas las
únicas buenas ideas son las que funcionan.
Pero, y aquí está el centro de todas las cuestiones, “el
verdadero acto
político (la intervención) no es simplemente cualquier cosa que
funcione en el contexto de las relaciones existentes, sino
precisamente aquello que
modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas”.
Las cosas funcionan siempre dentro de un contexto, luego decir que
las buenas ideas son las que funcionan es el intento sutil,
apolítico y oculto de mantener un contexto determinado (cual el
capitalismo global). Por esta razón, gastar dinero en educación es
una idea mala, dado que no funciona, dado que entorpece las
condiciones de ganancias. Es decir, la verdadera política es “el
arte de lo imposible”, el
arte de romper sorprendentemente con el contexto en el que se genera
la pregunta o el problema con una salida no prevista. El acto
político es el acto nuevo.
“Lo que la
postpolítica trata de impedir es, precisamente, esta
universalización metafórica de las reivindicaciones partitulares.
La postpolítica moviliza todo el aparato de expertos, trabajadores
sociales, etc. para asegurarse que la puntual reivindicación (la
queja [de los homosexuales, lesbianas, judíos negros o gitanos
integrados, etc]) de un determinado grupo se quede en eso: en un
reivindicación puntual. No sorprende entonces que este cierre
sofocante acabe generando explosiones de violencia “irracionales”:
son la única vía que queda para expresar esa dimensión que excede
lo particular”. Es decir, la
parte social que algo reivindica, la parte individual de un todo,
debe ser interpretada como universal, si no pierde su sentido
reivindicativo y luchador; negarle su universalidad sólo permite
una salida: la explosión violenta.
Si
nuestro régimen capitalista global, postpolítico,
liberal-democrático sólo prima el no-acto o no-acontecimiento,
¿dónde podemos aún buscar el acto político? Sólo hay un sitio
donde buscarlo: “en los múltiples retornos, apasionados
y a menudo violentos, a las “raíces”, a las distintas formas de
la “sustancia” étnica o religiosa”.
Es decir, el incesante aparecer de grupos diversos y divergentes que
se reinventan recurriendo a orígenes míticos y prístinos que
reclaman una pertenencia exclusiva de un grupo de originales
auténticos, sólo tiene sentido y es pensable dentro de un régimen
de capitalismo globalizado. Es más, el aparentemente
desideologizado liberalismo multiculturalista nuclear del
capitalismo global contribuye de esta manera a los desarrollos de
nuestros sentimientos de diversas pertenencias étnicas o
comunitarias que aparentemente asevera evitar o corregir. Estas
reivindicaciones grupales no son, pues, realmente actos o
acontecimientos verdaderamente políticos, sino simples
pseudoacontecimientos o pseudoactos. Esta es la desangelada
situación del intelectual medio actual: “Nos
encontramos así cada vez más encerrados en un espacio
claustrofóbico, en el que sólo podemos oscilar entre el
no-acontecimiento del suave discurrir del Nuevo Orden Mundial
liberal-democrático del capitalismo global y los acontecimientos
fundamentalistas (el surgimiento de protofascismos locales, etc),
que vienen a perturbar, por poco tiempo, las tranquilas aguas del
océano capitalista”.
Debemos tener en
cuenta la existencia de tres universales: el universal real, el del
mercado global que impone sus reglas en todas las relaciones
sociales y personales; el universal ficticio, el que rige la
hegemonía ideológica, tal la Iglesia o el Estado, que separan al
individuo de su grupo directo (como su clase social, profesión,
género,...), y el universal ideal, el que alimenta la insurrección
continua contra el orden existente, sin ser absorbida nunca
totalmente por éste.
Finalmente,
el universo del capital superó al Estado-nación. Primero fueron
algunos estados capitalistas quienes colonizaron a otros estados no
capitalistas. Posteriormente, los estados colonizados cortaron su
cordón umbilical con sus respectivos estados colonizadores, con sus
respectivas metrópolis. Finalmente, la multinacional del capital
trata a los que antaño fueran estados colonizadores de la misma
manera que antes las metrópolis trataban a los estados colonizados:
el universo capitalista ha acabado colonizando a todo el planeta.
¿Autocolonización, pues? Tal vez, no sea un mal nombre, sobre todo
porque en él se advierte una especie de trágica justicia poética:
“La paradoja de la colonización: sólo quedan colonias
y desaparecieron los países colonizadores; el estado-nación ya no
encarna el poder colonial, lo hace la empresa glogal”.
Un
texto: “La forma ideológica ideal de este capitalismo
global es, lo sabemos, el multiculturalismo: esa actitud que, desde
una hueca posición global, trata todas
y cada una de las cultural locales de la manera en que el
colonizador suele tratar a sus colonizados: “autóctonos” cuyas
costumbres hay que conocer y “respetar”. La relación entre el
viejo colonialismo imperialista y la actual autocolonización del
capitalismo global es exactamente la misma que la que existe entre
el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo. Al igual
que el capitalismo global supone la paradoja de la colonización sin
Estado-nación colonizador, el multiculturalismo promueve la
eurocéntrica distancia y/o respeto hacia las culturas locales
no-europeas. Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada,
invertida, autoreferencial de racismo, un “racismo que mantiene
las distancias”: “respeta” la identidad del Otro, lo concibe
como una comunidad “auténtica” y cerrada en sí misma respecto
de la cual él, el multiculturalista, mantiene una distancia
asentada sobre el privilegio de su posición universal. El
multiculturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posición
de todo contenido positivo (el multiculturalista no es directamente
racista, por cuanto no contrapone al Otro los valores particulares
de su cultura), pero, no obstante, mantiene esa posición en cuanto
privilegiado punto hueco de
universalidad desde el que se puede apreciar (o
despreciar) las otras culturas. El respeto multicultural por la
especificidad del Otro no es sino la afirmación de la propia
superioridad”.
No
existen comunidades auténticas, todas son necesariamente abiertas
(aunque se empeñen en lo contrario).
En
resumen, el multiculturalismo, con su lenguaje que pretende la
coexistencia de distintos mundos, es la tapadera del capitalismo
global y de su omnipresencia contundente. Es decir, “el
multiculturalismo es la demostración de la homogeneización sin
precedentes del mundo actual”.
Dado que el capitalismo global ha venido para quedarse, la única
válvula, que parece posible para ir liberando las tensiones que
éste acarrea, es la del multiculturalismo. El coste del auge del
multiculturalismo es además la despolitización de la economía y
de todos los sectores sociales: “la verdadera lucha
política se transforma en una batalla cultural por el
reconocimiento de las identidades marginales y por la tolerancia con
las diferencias”.
La
única auténtica comunicación entre dos o más culturas viene dada
por el compromiso, por la solidaridad en la lucha común, cuando
alguien descubre que el atolladero, la trampa o la crisis en que
está metido el Otro es el mismo atolladero, trampa o crisis en que
se encuentra uno mismo inmerso. Luego toda identidad es
necesariamente híbrida, pero, atención, excluyendo la forma de
entenderla del individuo occidental que marcha a otras culturas y
las observa y las utiliza desde un plano de superioridad
eurocéntrica, con lo que no hace más que volver a reivindicar las
tesis fundamentales del multiculturalismo, sino desde la óptica del
migrante que malvive en un país diferente del que nació, al que
cínicamente se le advierte que su identidad es fluctuante durante
su vida, inexistente, pues.
La
pregunta decisiva es: “¿cómo reinventar el espacio
político en las actuales condiciones de globalización?”
El objetivo es el proceso global del capital y no cada una de esas
batallas particulares que cada grupo, barrio o etnia pretende
noblemente conquistar. Los obstáculos son los dos polos de la
ideología liberal de tolerancia universalista, por un lado, y los
nuevos fundamentalismos particularistas, por el otro. La única vía
posible parece, pues, la reinvención de la vieja izquierda que
sostenía “la necesidad de suspender el espacio neutral
de la ley”, es decir, en la
terminología kierkegaardiana, acometer una especie de suspensión
política de la ética, es decir, borrar la vigencia del abstracto
marco moral. No olvidemos que la neutralidad nunca es imparcial. Se
hace necesario decir que la suspensión de la ética que propone la
izquierda tiene que ver con la esperanza de la llegada de la
verdadera universalidad ausente hoy día. Dado que la vida social es
radicalmente antagónica, se hace necesario tomar partido,
comprometerse. La izquierda defiende el acto verdaderamente
político, es decir, el cuestionamiento del existente orden global.
Es decir, no combatir por la defensa del inmigrante ilegal, por
ejemplo, sino reivindicar que “todos somos inmigrantes ilegales”.
“En la sociedad estructurada jerárquicamente, el
alcance de la auténtica universalidad radica en el modo en que sus
partes se relacionan con los de 'abajo', con los excluidos de, y por
todos los demás”. “Retomando
el clásico ejemplo de Marx: el 'proletariado' representa la
humanidad entera no por ser la clase más baja y explotada sino
porque su misma existencia es una 'contradicción viviente': encarna
el desequilibrio fundamental y la incoherencia del todo social
capitalista”.
El globalismo del
capitalismo global no es verdaderamente universal: lo híbrido es un
único verdaderamente universal.
Lo que el
capitalismo global aún no ha podido eliminar de la suplantada
ilustración es lo que constituye la esperanza de la liberación: el
sujeto moderno sigue existiendo, es un sujeto capaz de razonar y de
reflexionar libremente, de decidir y de seleccionar sus propia
normas, capaz de gestos políticos. No obstante, este sujeto moderno
está siendo suplantado por otro, por el sujeto narcisista
postmoderno, impedido de gozar, de elegir y de decidir.
Llegamos
al párrafo clave de toda la obra: “La gran novedad de
nuestra época postpolítica del 'fin de la ideología' es la
radical despolitización de la esfera de la economía: el modo en
que funciona la economía (la necesidad de reducir el gasto social,
etc.) se acepta como una simple imposición del estado objetivo de
las cosas. Mientras persista esta esencial despolitización de la
esfera económica, sin embargo, cualquier discurso sobre la
participación activa de los ciudadanos, sobre el debate público
como requisito de la decisión colectiva responsable, etc. quedará
reducido a una cuestión 'cultural' en torno a diferencias
religiosas, sexuales, étnicas o de estilos de vida alternativos y
no podrá incidir en las decisiones de largo alcance que nos afectan
a todos. La única manera de crear una sociedad en la que las
decisiones de alcance y de riesgo sean fruto de un debate público
entre todos los interesados, consiste, en definitiva, en una suerte
de radical limitación de la libertad del capital, en la
subordinación del proceso de producción al control social, es
decir, en una radical
repolitización de la economía”.