domingo, 16 de diciembre de 2012

La nota única:


Mientras escribía sentía cómo le subía la desazón. Conocía a la destinataria. O, más bien, la conoció en otro tiempo, en otra vida ya. Conocía incluso su actual dirección. Pero ni sabría lo que tendría que escribirle ni cómo lo entendería ella ni siquiera si llegaría a leerlo. Una carta larga, después de tanto tiempo de ausencias reiteradas, era imposible. Una nota sería lo mejor. Su nota única. Sintió el vértigo en el estómago, en la garganta. Más tarde también en la nuca. Contemplar la posibilidad de girar la cabeza para descubrir que el camino andado habría desaparecido tras la última pisada, que nunca una huella había sido tan efímera. Decidió no volver la mirada, no recordar. Al fin y al cabo nunca compartieron nada. Ese era el asunto, que nunca habían compartido nada, sólo esta nota que ahora quería escribir y que ella debería leer. Musitó: “el tiempo”. El vértigo acabó por nublarle los ojos. Victoriosamente, surgió, como de la noche una leve luz, lo que siempre había querido decirle. Entonces escribió: “sucede”.

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