domingo, 18 de noviembre de 2018

La "seductriz":


De colores.

Por la mañana es Iván. Pantalón chino gris, negro o, excepcionalmente, azul marino. Camisa de algodón fino blanca, gris, negra,... Americana oscura, corte slim o similar, lisa o a rayas...
Por la tarde es Inés. Pantalones de piel ajustados y de colores brillantes. Blusa o top de llamativas flores, de topos variados -que asaltan-. Chaqueta o blazer informal, cuello beige de piel sintética con cálida pelambre. Colores, muchos colores en el rostro en los labios en los ojos en la frente en los pómulos en las mejillas en el cuello...

Iván conoció a Pedro hacía tres meses, pero a Pedro quien verdaderamente lo enamoró fue Inés. Una noche hecha de humos... Pedro le acercó una copa de vino tinto a Inés. Ella lo miró, le guiñó un ojo, esbozó una sonrisa con sus labios carmesíes levemente ladeada hacia su maquillada mejilla derecha, dobló casi imperceptiblemente la cabeza hacia su izquierda y aceptó la copa levantando su blanca muñeca por encima de su mano lánguida y caída, con los dedos rosas muy finos y largos. Pedro no pudo sino sucumbir al poderoso encanto que, en forma de nimbo luminoso, emanaba de Inés, encanto ingenuo, infantil. Cayó postrado a sus pies, dominado por su nueva angélica ama de ojos verdes, voz grave y secretos misteriosos en demanda de ser revelados.

Van tres meses de convivencia e Iván o Inés y Pedro no pueden imaginarse sus vidas separadas. Su conexión es absoluta, como el verde del cielo al atardecer y el gris del mar, -creen-: sienten que realmente siempre estuvieron juntos, aunque no fueran capaces de conocerse o de dirigirse el uno al otro, pero siempre siempre, aunque en su ignorancia, habían estado el uno al lado del otro, como el azul y el amarillo convergiendo en el verde de sus miradas. Tal vez espalda contra espalda habían sido condenados a no verse nunca. Pero un golpe del destino, un azar en aquella noche secreta, un nudo en el hilo de sus vida, un salto cuántico en una dimensión desconocida había logrado girarlos y colocarlos frente a frente, cara a cara, verde contra verde y ya nunca nada podría hacer que se separasen, nunca nada podría interponerse entrambos, disolverlos, separarlos. Salvo, claro está, la familia de Pedro.

Su madre era una piadosa mujer, conservadora y paciente. Su amarilla piel envejecida conservaba en sus pliegues no solo el tiempo transcurrido, sino también la memoria pasada. En sus surcos podían leerse todas sus experiencias vividas sentidas imaginadas. El padre de Pedro era además un conservador militante verde caqui, porque militar era, coronel del ejército de tierra. Hombre adusto, malencarado, serio, de poblado y rizado bigote. Pedro adoraba a sus padres y quería, necesitaba que conocieran a Inés o a Iván.
Para Iván era un problema, para Inés también. Según él, Pedro debía hablar antes con sus padres, tenerlos informados: tal vez ellos no supieran o sospecharan que su hijo Pedro el albo pudiera enamorarse de un muchacho como él. Según ella, era un mal comienzo no informar desde el principio a los padres de Pedro que por las mañanas se llamaba Iván.
Pedro no quería preámbulos y concertó una cena en casa de sus padres para, según les dijo, presentarles a su pareja, a la persona que más feliz lo hacía, a la persona con la que quería compartir cada minuto cada segundo cada instante de su vida.

Iván o Inés estaban echos un lío. Iván creía que debía ir a la cena como Inés, pero Inés opinaba que tal vez fuese más correcto ir como Iván. Finalmente decidieron ir ambos: vestido como Iván (pantalón chino gris. Camisa de algodón fino blanca. Americana gris, corte delicado, lisa, de hilo de lana muy finamente trenzado), pero maquillado como Inés (colores, muchos colores en el rostro en los labios en los ojos en la frente en los pómulos en las mejillas en el cuello...). Los ojos y los labios de Inés eran verdaderamente más grandes, atractivos y sensuales que los de Iván. De esto no cabía duda alguna.
Pedro estaba encantado esta tarde. Por fin sus padres conocerían a Iván el gris, sobre todo su padre, por fin conocería a la multicolor Inés.

Fue la madre de Pedro quien abrió la puerta, detrás su marido el militar con su vistoso bigote. Pedro hizo las presentaciones: “madre, padre,... ésta es Inés aunque algunos por las mañanas la llaman Iván. Es encantadora y desde hace tres meses no entiendo mi vida sin ella. Espero que os guste”. Los cuatro pasaron al salón, la mesa ya estaba preparada. La ocre madre de Pedro quería sonreír, pero tal vez se le escapase una lagrimita y tal vez por ello marchó a la cocina. Pedro el albo la siguió. Iván o Inés y Pedro-padre-caqui se quedaron solos en el salón, de pie junto a la lujosa mesa preparada para acoger los más deliciosos sabores. Pedro-padre parecía nervioso enfadado sorprendido. Iván o Inés estaba nervioso sorprendido temeroso. De repente Pedro-padre llenó una copa de vino tinto y la alargó hacia Iván o Inés. Ella o él lo miró, le guiñó un ojo verde, esbozó una sonrisa roja con sus labios carmesíes levemente ladeada hacia su mejilla derecha maquillada, dobló casi imperceptiblemente la cabeza hacia su izquierda y aceptó la copa levantando su muñeca por encima de su mano lánguida y caída, con los dedos muy finos, largos y rosas. Pedro-padre no pudo dejar de sucumbir al poderoso encanto que emanaba de Inés o Iván, encanto multicolor con no pequeñas dosis de celeste ingenuidad pero con algunas gotas de misterioso malva. Cayó postrado a sus pies, dominado por su nueva ama de ojos verdes, voz grave y secretos en demanda de ser revelados.


José Manuel Martínez Arias.

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