"- Los patronos perciben que yo rechazo sus valores -dio una vuelta en la cama y continuó-: Me tienen miedo. Sospecho que se dan cuenta de que me veo obligado a actuar en un siglo por el que siento aborrecimiento. Eso sucedió hasta cuando trabajé para la Biblioteca Pública de Nueva Orleans.
- Pero, Ignatius, ésa fue la única vez que trabajaste desde que saliste de la universidad, y fueron sólo dos semanas.
- Eso es precisamente lo que quiero decir -contestó Ignatius, lanzando una bola de papel a la araña de cristal opalino.
- Lo único que hacías era pegar aquellas tiritas en los libros.
- Sí, pero yo tenía una visión estética propia sobre el modo de pegar aquellas etiquetas. Algunos días sólo podía pegar tres o cuatro y me sentía satisfecho, al mismo tiempo, con la calidad de mi trabajo. las autoridades bibliotecarias no pudieron soportar mi integridad profesional. Ellos sólo querían un animal que embardurnara de cola sus libracos". (John Kennedy Toole, La conjura de los necios. RBA Editores, S. A., 1992. Traducción de J. M. Álvarez Flores y Ángela Pérez. Segunda parte, secuencia tercera, pág. 57)
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