Texto número uno:
“Este buen siglo XX, que nos lleva en sus brazos fuertes, de músculos tensos, parece destinado a romper con algunas hipocresías, insistiendo en las diferencias que separan a las cosas.” (Pág. 155)
Texto número dos:
“Adviértase que “significación” no quiere decir sino “referencia a un objeto”; por tanto, “significación idéntica” será “referencia a un mismo objeto o realidad, a un mismo cariz de un objeto o realidad”.” (Pág. 157)
Texto número tres:
“Yo significa, pues, no este hombre a diferencia del otro ni mucho menos el hombre a diferencia de las cosas, sino todo –hombre, cosas, situaciones-, en cuanto verificándose, siendo, ejecutándose. Cada uno de nosotros es yo, según esto, no por pertenecer a una especie zoológica privilegiada, que tiene un aparato de proyecciones llamado conciencia, sino más simplemente porque es algo. Esta caja de piel roja que tengo delante de mí no es yo porque es sólo una imagen mía, y ser imagen equivale justamente a no ser lo imaginado. Imagen, concepto, etc., son siempre imagen, concepto de... y eso de quien son imagen constituye el verdadero ser. La misma diferencia que hay entre un dolor de que se me habla y un dolor que yo siento hay entre el rojo visto por mí y el estar siendo roja esta piel de la caja. Para ella el ser roja es como para mí el dolerme. Como hay un yo Fulano de Tal, hay un yo-rojo, un yo-agua y un yo-estrella.
”Todo, mirado desde dentro de sí mismo, es yo.
”Ahora vemos por qué no podemos situarnos en postura utilitaria ante el “yo”: simplemente porque no podemos situarnos ante él, porque es indisoluble el estado de perfecta compenetración con algo, porque es todo en cuanto intimidad.” (Págs. 158-159)
Texto número cuatro:
“Todo, mirado desde dentro de sí mismo, es yo.
”Esta frase sólo puede servir de puente a la estricta comprensión de lo que buscamos. En rigor es inexacta.
”Cuando yo siento un dolor, cuando amo u odio yo no veo mi dolor ni me veo amando u odiando. Para que yo vea mi dolor es menester que interrumpa mi situación de doliente y me convierta en un yo vidente. Este yo que ve al otro doliente es ahora el yo verdadero, el ejecutivo, el presente. El yo doliente, hablando con precisión, fue, y ahora es sólo una imagen, una cosa u objeto que tengo delante.
”De este modo llegamos al último escalón del análisis: “yo” no es el hombre en oposición a las cosas, “yo” no es este sujeto en oposición al sujeto “tú” o “él”, “yo”, en fin, no es ese “mí mismo”, me ipsum que creo conocer cuando practico el apotegma délfico: “Conócete a ti mismo.” Esto que veo levantarse sobre el horizonte y vacilar sobre las alongadas nubes de alborada como un ánfora de oro, no es el sol, sino una imagen del sol: del mismo modo el “yo” que me parece tener tan inmediato a mí es sólo la imagen de mi “yo”.
”No es este el lugar adecuado para mover guerra al pecado original de la época moderna que, como todos los pecados originales, a decir verdad, fue condición necesaria de no pocas virtudes y triunfos. Me refiero al subjetivismo, la enfermedad mental de la Edad que empieza con el Renacimiento y consiste en la suposición de que lo más cercano a mí soy yo –es decir, lo más cercano a mí en cuanto conocimiento es mi realidad o yo en cuanto realidad. Fichte, que fue antes que nada y sobre todo un hombre excesivo, lo excesivo elevado a la categoría de genio, señala el grado máximo de esta fiebre subjetiva, y bajo su influjo transcurrió una época en que, a cierta hora de la mañana, dentro de las aulas germánicas se sacaba el mundo del yo como se saca uno el pañuelo del bolsillo. Después de que Fichte iniciase el descenso del subjetivismo, y acaso en estos momentos, se anuncia como el vago perfil de una costa, la nueva manera de pensar exenta de aquella preocupación.
”Ese yo, a quien mis conciudadanos llaman Fulano de Tal, y que soy yo mismo, tiene para mí, en definitiva, los mismos secretos que para ellos. Y viceversa: de los demás hombres y de las cosas no tengo noticias menos directas que de mí mismo. Como la luna me muestra sólo su pálido hombro estelar, mi “yo” es un transeúnte embozado, que pasa ante mi conocimiento, dejándome ver sólo su espalda envuelta en el paño de una capa.
”Del dicho al hecho hay un gran trecho –exclama el vulgo. Y Nietzsche: “Es muy fácil pensar las cosas; pero es muy difícil serlas.” Esa distancia que va del dicho al hecho, de pensar algo a ser algo es la misma exactamente que media entre cosa y yo.” (Págs. 159-160)
Texto número cinco:
“De suerte que llegamos al siguiente rígido dilema: no podemos hacer objeto de nuestra comprensión, no puede existir para nosotros nada si no se convierte en imagen, en concepto, en idea –es decir, si no deja de ser lo que es, para transformarse en sombra o esquema de sí mismo. Sólo con una cosa tenemos una relación íntima: esta cosa es nuestro individuo, nuestra vida, pero esta intimidad nuestra al convertirse en imagen deja de ser intimidad. Cuando decía que en el “yo ando” nos referíamos a un andar que fuera visto por un interior, aludía a una relativa interioridad: con respecto a la imagen del moverse un cuerpo en el espacio es la imagen del movimiento de mis sensaciones y sentimientos como una interioridad. Pero la verdadera intimidad que es algo en cuanto ejecutándose está a igual distancia de la imagen de lo externo como de lo interno.
”La intimidad no puede ser objeto nuestro ni en la ciencia, ni en el pensar práctico, ni en el representar imaginativo. Y, sin embargo, es el verdadero ser de cada cosa, lo único suficiente y de quien la contemplación nos satisfaría con plenitud.” (Págs. 160-161)
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