sábado, 22 de octubre de 2011

Libro de citas: Pedro Juan Gutiérrez: "Trilogía sucia de la Habana": "Anclado en tierra de nadie". “El recuerdo de la ternura”. Editorial Anagrama, Barcelona, 1998. Págs. 15-16:

“En realidad esos atardeceres con ron y luz dorada y poemas duros o melancólicos y cartas a los amigos lejanos, me hacían ganar seguridad en mí mismo. Si tienes ideas propias -aunque sólo sean unas pocas ideas propias- tienes que comprender que encontrarás continuamente malas caras, gente que tratará de irte a la contra, de disminuirte, de «hacerte comprender» que no dices nada, o que debes eludir a aquel tipo porque es un loco, o un maricón, o un gusano, un vago, el otro será pajero y mirahuecos, el otro es ladrón, el otro santero, espiritista, mariguanero, la otra es chusma, indecente, puta, tortillera, mal educada. Ellos reducen el mundo a unas pocas personas híbridas, monótonas, aburridas y «perfectas». Y así quieren convertirte en un excluyente y un mierda. Te meten de cabeza en su secta particular para ignorar y suprimir a todos los demás. Y te dicen: «La vida es así, señor mío, un proceso de selección y rechazo. Nosotros tenemos la verdad. El resto que se joda.» Y si se pasan treinta y cinco años martillándote eso en el cerebro, después que estás aislado te crees el mejor y te empobreces mucho porque pierdes algo hermoso de la vida que es disfrutar la diversidad, aceptar que no todos somos iguales y que si así fuera, esto sería muy aburrido.”

Confidencias:

Cuando rompió el caparazón, la mariposa ya era gusano.

jueves, 9 de junio de 2011

La ordinaria aventura del escalador derrotado. Una historia vulgar:

Mientras ascendía, sólo pensaba en llegar a la cima. Aunque las piernas le temblasen, el ascenso no se interrumpiría. Avanzaba lento, pero avanzaba. A veces caminaba horizontalmente, como si describiese curvas de nivel. Mas la cima ya estaba a su alcance. Ahora se acuerda de sus primeros pasos allá abajo, en la falda de este peñón gigantesco. Entonces eran pasos firmes y fuertes, poderosos, prometedores. En los primeros momentos de la subida sólo se había detenido unos instantes para contemplar una bandada de tordos. Más adelante creyó ver un corzo o un rebeco a lo lejos, cerca de la cima. A quien no perdía de vista era a su habitual acompañante: un cernícalo, volador solitario, acechante, a la caza de algún roedor despistado. Después ya no paró más. Ni para contemplar el paisaje, ni para gozar con la flora y sus perfumes, ni para oír, azorado, su maltrecho corazón. Después sólo imaginó el momento de coronar la cima, esa “V” gigante que se alzaba frente a sí: la gigantesca peña bicéfala. Su objetivo era ese espeso matorral alojado justo en el vértice interno de esa enorme “V”. Las piernas le temblaban y el corazón, trotando, no acababa de insuflar la sangre necesaria para mover sus piernas y hacerlo ascender. Por ello seguía confundiendo a la peña marchando horizontalmente, describiendo curvas de nivel. Apenas faltaban cincuenta metros sobre un piso rocoso y casi vertical. Clavando las puntas de las botas en los salientes de la piedra. Una zancada hacia arriba era seguida a veces de dos o tres hacia abajo. Por ello debía asegurar cada paso. No era menester malgastar fuerzas. Apenas veinte o veinticinco metros más. Ya casi tocaba el vértice de la enorme “V”. Pero su corazón no pudo más. Desquiciado relinchaba dentro de su tórax. Sus piernas no obedecían. Decidió parar, sentarse un momento. Entonces contempló el paisaje. Volvió a percatarse de la bandada de tordos allá abajo y del cernícalo sobre su cabeza. Recobró fuerzas para iniciar el descenso.

Soto voce

I
Anverso: origen de lo infeliz: saber que se ha actuado de forma distinta a como uno mismo supo que debió actuar.
Reverso: origen de lo feliz: saber que se actuó de la forma que uno mismo supo que debió actuar.
Presupuesto básico (o punto de partida): decide.

II
Toda vida es una ilusión. Aire son nuestras palabras, simples gestos nuestras acciones más heroicas, pero gestos y palabras no son más que ficciones que nos conforman y confirman. Nuestra naturaleza es la de un relato escrito con agua: desaparece apenas le da el sol. Todo cambio es para peor.

Epitafio

Apenas pronunció palabra. A veces asintió. Nunca negó. Tampoco obedeció. Todos recordamos su honestidad y su lealtad... consigo mismo. Sólo oyó su voz y la de sus intuiciones. Mas no fue ni soberbio ni envidioso ni arrogante. Nunca se dejó engañar. Nunca vociferó. Nunca agredió.

domingo, 22 de mayo de 2011

La aventura de Los mares:

A Carmen, Ingrid, Manuel, Miguel Ángel y algún que otro aventurero paciente.
De Platón aprendimos que la belleza era un inmenso mar alcanzable y que el esfuerzo es el requisito inevitable para lograrla.
De Aristóteles que el auténtico conocimiento es el de las causas, que el ser subsiste bajo múltiples apariencias y, sobre todo, que la prudencia nos enseña a elegir lo bueno.
De Epicuro que el futuro no es tan nuestro como tal vez en algún momento quisiéramos desear y que el placer es nuestra última finalidad.
De Marco Aurelio que también los emperadores pueden tener la osadía de dedicarse a la filosofía y que la felicidad sólo puede esconderse allí donde nosotros podemos aprender a mirar.
De Boecio, ¡ah, de Boecio!, que la fortuna es una rueda impredecible, y que tu esperanza y tu temor son las armas más poderosas que puedes otorgar a tu enemigo.
De Tomás de Aquino que el entendimiento es débil.
De Descartes que podemos dudar de casi todo, pero que debemos confiar en la razón libre.
Y de Spinoza...
De John Locke aprendimos que los estados son instituciones que hacen libres a los hombres.
De Hume que si no somos cautos desembocamos en la negación de todo conocimiento.
De Kant que es posible desentrañar los vericuetos del conocimiento de la realidad, que el deber o se impone categóricamente o no es un deber moral y que ya es hora de sabernos responsables de lo que decidimos hacer o no hacer.
De Fichte que tal vez todo no sea más que resultado de nuestras especulaciones.
De Hegel que la historia de la filosofía no es caprichosa.
De Schopenhauer que todo puede ser peor de lo que ya es y que ningún cambio es para mejor.
De Kierkegaard cuán incomprensibles pueden llegar a ser algunas decisiones.
De Marx que es posible corregir los defectos de los sistemas sociales, políticos y económicos, y que debemos comenzar a transformar el mundo.
Y de Nietzsche, ese seductor indomable, que el pensamiento sólo es tal cuando es libre, que sólo el pensamiento libre puede hacernos libres, y que el sufrimiento forma parte de la vida, único valor.
Gracias a todos.

domingo, 15 de mayo de 2011

Una confidencia:

Las diversas formas de realismo propuestas durante la historia no son más que variaciones más o menos sofisticadas de idealismo.

viernes, 1 de abril de 2011

EL BUZO O CUANDO LA REALIDAD TE INTOXICA:

Cuando llegaba la primavera, las aguas que circundaban el muelle de Ostia no eran tan cálidas como el sol exterior pudiera indicar, pero el buzo se enfundaba en su traje y, lentamente, descendía las escaleras de madera del bote y caía, más lentamente aún, hasta alcanzar el fondo. Quince años hundiéndose lentamente en el fango todas las mañanas soleadas de primavera y de verano habían contribuido a despertar primero y a perpetuar después unas constantes tardes de febrículas que invitaban al sueño y a la ensoñación. El buzo nunca había salido de su barrio, pero sus manos habían tocado húmedos tesoros de Cartago, de Etiopía, de la India o de la misma Roma, y sus ojos, enceguecidos por la escasa luz, habíanse posado sobre ánforas, perlas, aparatos metálicos de ignoto uso, cerámicas decoradas que después vendería en el mismo muelle de Ostia. Cierto que en alguna ocasión se las tuvo que ver con alguna inquieta morena o con algún rápido escualo zigzagueante, pruebas de ello conservaba en su piel, pero más cierto es que siempre encontraba, por la mañana, el acicate necesario que le impulsara a saltar al bote en busca de tesoros naufragados. ¿Para qué salir del barrio del muelle de Ostia, si todos los objetos exóticos imaginables permanecían aguardándolo a unos metros de profundidad? Su mirada animal difícilmente dejaba entrever una astucia no aprendida y útil para sortear las adversidades: escualos, pulpos, rocas puntiagudas o enormes veleros de duros cascos. Cierto también que a veces deseaba respirar una amplia y abierta bocanada de aire dulce u oír, aún lejano, los gritos de las gaviotas en lugar de ese silencio ensimismado, ensordecedor, de ese aire sucio y corto que le proporcionaban sus cañas largas, de ese olor penetrante a orines viejos y a pescados podridos.