sábado, 22 de octubre de 2011
Libro de citas: Pedro Juan Gutiérrez: "Trilogía sucia de la Habana": "Anclado en tierra de nadie". “El recuerdo de la ternura”. Editorial Anagrama, Barcelona, 1998. Págs. 15-16:
jueves, 9 de junio de 2011
La ordinaria aventura del escalador derrotado. Una historia vulgar:
Mientras ascendía, sólo pensaba en llegar a la cima. Aunque las piernas le temblasen, el ascenso no se interrumpiría. Avanzaba lento, pero avanzaba. A veces caminaba horizontalmente, como si describiese curvas de nivel. Mas la cima ya estaba a su alcance. Ahora se acuerda de sus primeros pasos allá abajo, en la falda de este peñón gigantesco. Entonces eran pasos firmes y fuertes, poderosos, prometedores. En los primeros momentos de la subida sólo se había detenido unos instantes para contemplar una bandada de tordos. Más adelante creyó ver un corzo o un rebeco a lo lejos, cerca de la cima. A quien no perdía de vista era a su habitual acompañante: un cernícalo, volador solitario, acechante, a la caza de algún roedor despistado. Después ya no paró más. Ni para contemplar el paisaje, ni para gozar con la flora y sus perfumes, ni para oír, azorado, su maltrecho corazón. Después sólo imaginó el momento de coronar la cima, esa “V” gigante que se alzaba frente a sí: la gigantesca peña bicéfala. Su objetivo era ese espeso matorral alojado justo en el vértice interno de esa enorme “V”. Las piernas le temblaban y el corazón, trotando, no acababa de insuflar la sangre necesaria para mover sus piernas y hacerlo ascender. Por ello seguía confundiendo a la peña marchando horizontalmente, describiendo curvas de nivel. Apenas faltaban cincuenta metros sobre un piso rocoso y casi vertical. Clavando las puntas de las botas en los salientes de la piedra. Una zancada hacia arriba era seguida a veces de dos o tres hacia abajo. Por ello debía asegurar cada paso. No era menester malgastar fuerzas. Apenas veinte o veinticinco metros más. Ya casi tocaba el vértice de la enorme “V”. Pero su corazón no pudo más. Desquiciado relinchaba dentro de su tórax. Sus piernas no obedecían. Decidió parar, sentarse un momento. Entonces contempló el paisaje. Volvió a percatarse de la bandada de tordos allá abajo y del cernícalo sobre su cabeza. Recobró fuerzas para iniciar el descenso.
Soto voce
Epitafio
domingo, 22 de mayo de 2011
La aventura de Los mares:
domingo, 15 de mayo de 2011
Una confidencia:
viernes, 1 de abril de 2011
EL BUZO O CUANDO LA REALIDAD TE INTOXICA:
Cuando llegaba la primavera, las aguas que circundaban el muelle de Ostia no eran tan cálidas como el sol exterior pudiera indicar, pero el buzo se enfundaba en su traje y, lentamente, descendía las escaleras de madera del bote y caía, más lentamente aún, hasta alcanzar el fondo. Quince años hundiéndose lentamente en el fango todas las mañanas soleadas de primavera y de verano habían contribuido a despertar primero y a perpetuar después unas constantes tardes de febrículas que invitaban al sueño y a la ensoñación. El buzo nunca había salido de su barrio, pero sus manos habían tocado húmedos tesoros de Cartago, de Etiopía, de la India o de la misma Roma, y sus ojos, enceguecidos por la escasa luz, habíanse posado sobre ánforas, perlas, aparatos metálicos de ignoto uso, cerámicas decoradas que después vendería en el mismo muelle de Ostia. Cierto que en alguna ocasión se las tuvo que ver con alguna inquieta morena o con algún rápido escualo zigzagueante, pruebas de ello conservaba en su piel, pero más cierto es que siempre encontraba, por la mañana, el acicate necesario que le impulsara a saltar al bote en busca de tesoros naufragados. ¿Para qué salir del barrio del muelle de Ostia, si todos los objetos exóticos imaginables permanecían aguardándolo a unos metros de profundidad? Su mirada animal difícilmente dejaba entrever una astucia no aprendida y útil para sortear las adversidades: escualos, pulpos, rocas puntiagudas o enormes veleros de duros cascos. Cierto también que a veces deseaba respirar una amplia y abierta bocanada de aire dulce u oír, aún lejano, los gritos de las gaviotas en lugar de ese silencio ensimismado, ensordecedor, de ese aire sucio y corto que le proporcionaban sus cañas largas, de ese olor penetrante a orines viejos y a pescados podridos.