“En
realidad esos atardeceres con ron y luz dorada y poemas duros o melancólicos y
cartas a los amigos lejanos, me hacían ganar seguridad en mí mismo. Si tienes
ideas propias -aunque sólo sean unas pocas ideas propias- tienes que comprender
que encontrarás continuamente malas caras, gente que tratará de irte a la
contra, de disminuirte, de «hacerte comprender» que no dices nada, o que debes
eludir a aquel tipo porque es un loco, o un maricón, o un gusano, un vago, el
otro será pajero y mirahuecos, el otro es ladrón, el otro santero, espiritista,
mariguanero, la otra es chusma, indecente, puta, tortillera, mal educada. Ellos
reducen el mundo a unas pocas personas híbridas, monótonas, aburridas y
«perfectas». Y así quieren convertirte en un excluyente y un mierda. Te meten
de cabeza en su secta particular para ignorar y suprimir a todos los demás. Y
te dicen: «La vida es así, señor mío, un proceso de selección y rechazo.
Nosotros tenemos la verdad. El resto que se joda.» Y si se pasan treinta y
cinco años martillándote eso en el cerebro, después que estás aislado te crees el mejor y te
empobreces mucho porque pierdes algo hermoso de la vida que es disfrutar la
diversidad, aceptar que no todos somos iguales y que si así fuera, esto sería
muy aburrido.”
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