A Maribel.
"Siempre se adelanta la imaginación a la realidad".
(Baltasar Gracián: El Criticón. Segunda parte, crisi primera).
Esta noche he soñado que alguien me asaltaba por detrás y me rebanaba el cuello. Yo iba por un estrecho sendero entre dos pendientes pedregosas. Sabía que no caminaba solo, pero no veía a nadie. También oía voces, pero ni las entendía ni parecían venir hacia mí. No llegué a caer a tierra, aunque tuviera el cuello completamente cortado, con la yugular sangrando. Notaba la corriente caliente brotar y chorrear por mi cuello y mi pecho, por mi mano izquierda también. Miraba cómo las gotas caían a la tierra, empapándola. Pero yo me mantenía en pie. Sentía que me faltaban las fuerzas y que apenas si podía respirar, pero tanto mal no era suficiente como para hacerme caer. Seguí andando por el estrecho sendero, a pasos cortos y poco firmes, pero con decisión, o tal vez fuera la inercia de mis pasos anteriores. No llegué a ver la cara de mi asaltante, pero recuerdo su olor a sucio, a cabellos quemados, a arena seca.
Después de un par de recodos o tal vez fueran muchos más -en mis sueños nunca distingo con claridad las veces que ocurren los hechos que se repiten, si es que verdaderamente, quiera significar esto último lo que quisiera en un sueño, se repiten- pude ver a una joven con forma de pez en lugar de piernas y con largos cabellos que dirigiéndose a mí me dijo:
Por fin llegaste, caballero. Hace días que te estoy esperando.
¿Hace días? ¿Y vos quién sois? ¿Acaso usted, bella dama, conocía el sendero que yo escogería?
La extraña y bella mujer sonrió mostrando sus dientes. Parecíame menos bella cuando reía. Pronto pude ver que no estaba apoyada sobre las rocas de las paredes. Más bien parecía flotar a un lado del camino. Aprovechando que su falsa sonrisa me advertía de alguna maldad encubierta, seguí caminando sendero abajo, mientras reflexionaba en silencio:
Esta falsa sirena, o Falsirena, algo quiere, pero lo que ella quiera, sea lo que fuera, no se lo puedo dar yo, que todo mi empeño y cuidado están en llegar al final del sendero y poder ver qué puedo hacer con este cuello cortado, porque siento cómo la vida se me va mientras riego con pena la vereda que recorro sin sangre, aunque con honor.
Además, seguí pensando, nunca me convencieron las mujeres bellas que sonríen con la boca cuando penan u odian con los ojos. Tampoco las que no muestran sus piernas, porque en el lugar de ellas lo que las conducen son escamas de peces.
Como pude seguí caminando y al siguiente recodo, tras el ruído de muchas voces sin concierto y sin nadie que las proclamara pudo destacarse un charlatán de luega barba. Su mirada amistosa y su boca cerrada no dejaban de pronunciar en silencio un lema que decía:
Ven hacia mí y sígueme. En mí hallarás el camino que te conducirá a Felícitas.
Después de mirar sus ojos fijamente mientras me iba acercando a él y una vez que las voces se fueron silenciando, pude decirle:
¿Quién eres, venerable anciano? ¿Por qué estás esperándome junto a mi camino y por qué me miras tan fijamente?
Ya te lo he dicho. Soy quien puede conducirte hasta Felícitas. Cree en mí, sígueme y al final hallarás la dicha de las dichas.
¿Y por qué hablas sin abrir la boca? Acaso tienes la virtud de llenar mis pensamientos desde la distancia, sin decir palabras. ¿Acaso puede ser lo que no se puede decir?
No renuncies a mí, llegó a decir, ahora con palabras. No seas ciego.
Confieso que me tienes algo atrapado por tu seductora mirada, pero, verás, no creo que tu amada Felícitas, sea también la mía. ¿Qué sabes tú, por muy sabio que fueses, del sendero que recorro? Apártate de mi camino, que es distinto del tuyo.
Y diciendo esto seguí al paso por el camino de tierra en ese angosto valle entre rocas.
Creo que entonces el camino se hizo largo. Mucho trecho debí recorrer, paso a paso, una larga distancia sin que nadie me acompañase ni me hablase. Ya muy cansado y casi exangüe pude llegar a un arroyo de agua clara. Quise beber, pero esto era negocio imposible: ¿cómo beber con un cuello cortado? Hasta en mis sueños muestro siempre unos delicados trazos de racionalidad.
Decidí sentarme, triste, apenado como Deméter en la roca Agelasta, en una piedra junto a la orilla del arroyo. Recuerdo que estuve meditando largo tiempo, pero nada se me venía a la cabeza. ¿Después de tanto caminar y venir a parar a este pénsil de frangantes aromas y de agua tan clara como fresca, nada se anima a poblar mi mente? Y, en diciendo esto a voz en grito, una joven, desde lejos, fuese acercando con sencillo ropaje y una guirnalda de flores sujetándole el cabello. Ya más de cerca pude contemplar su sonrisa y su mirada, francas, conocidas. Eras tú que me estabas despertando de este pesado sueño con un beso de amor mientras me decías:
Cariño, creo que estás teniendo una pesadilla. Vamos, despierta y abrázame.
Solo entonces comprendí que había llegado al principio de mi sendero.
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