jueves, 8 de febrero de 2024

Dos fotografías:


En 1921, Ludwig Wittgenstein escribió en la primera página de su

Tractatus logico-philosophicus: "Dedicado

a la memoria de mi amigo David H. Pinsent".


Una mano insegura había anotado en el reverso de la primera fotografía una fecha: 10 de julio de 1912, tal vez 14. Posiblemente era la fecha en que había sido tomada. En la imagen podían distinguirse tres figuras: dos hombres y un poni. Uno de los hombres iba sobre el animal y el otro marchaba delante, a un metro de distancia, agarrando una cuerda. Este último iba caminando y llevaba sobre la cabeza una boina o gorra amplia que le tapaba, con su sombra, los ojos, no la boca. El otro hombre, sobre el poni, miraba hacia el horizonte blanquecino. La fotografía fue tomada en Islandia, según indicaba la nota del reverso. La expresión del rostro de la cara del hombre joven que montaba el poni era de felicidad: una leve sonrisa acompañaba una mirada perdida y no muy atenta sobre el horizonte cubierto de pastos. Sus hombros estaban relajados. Sus piernas eran largas, pero no llegaban a rozar la tierra. Su mirada parecía querer abarcar el universo entero, parecía creer entenderlo, parecía estar unida a todo lugar sobre el que se aposentara: las rocas del fondo, tal vez la llanura, el cielo o el aire frío y húmedo del atardecer. El poni, quizá una hembra, esto no puede apreciarse en esta vieja fotografía, mostraba una curva e hinchada panza que caía hacia la tierra y volvía hacia arriba, hacia el origen de unas patas fuertes y bien plantadas sobre la hierba. Su melena caía sobre el lado izquierdo de la imponente musculatura de su cuello. El otro joven, el que comandaba la marcha, muy delgado, fino, incluso, esbelto, parecía caminar mirando al frente. Su boca abierta permite imaginar que bien iba hablando con su interlocutor acomodado (¿qué le estaría diciendo? ¿de qué estaría hablando? o ¿por qué? Tal vez le hablara de lo maravilloso del puro decir, del hecho de poder decir y de poder entender o ser entendido. O de la coloridad de los objetos. Milagroso desafío éste de explicar el mundo con palabras) o bien cantara alguna tonada aprendida en otros tiempos, recreada ahora en estos páramos, inventada para la ocasión. Islandia, a principios del siglo XX no debía ser mal lugar para la dicha.

La segunda fotografía está igualmente fechada en su reverso: el 18 de mayo de 1918. En ella aparecen varias figuras. La principal es un hombre joven, erguido en medio de una sala, de un dormitorio. Lleva la boca cerrada y las manos anudadas ante su vientre. Sus piernas son largas y su mirada, que en otro tiempo hubiera parecido pretender el universo entero, ahora estaba concentrada en el rostro de otro hombre. Este segundo hombre yace acostado sobre un lecho. Una cinta envuelve su cabeza. Sus ojos cerrados no permiten entrever los sueños que contemplaría en otros días de más ajetreo, pasiones y vidas. Detrás del hombre erguido y de mirada triste tres individuos más: dos hombres de oscuro y una mujer sentada y con las piernas cruzadas.

Entre las dos fotografías se esconde a ojos de todos una historia tal vez conocida solo por sus protagonistas y por nadie más: ¿una historia de amor o amistad, una aventura aérea, un accidente, una muerte absurda e inesperada que pondría fin a toda aventura posterior?

El hombre erguido parece preguntarse: ¿Cómo reorganizar una vida a partir de un momento como éste? ¿Cómo evitar el insomnio y volver a dormir en las noches frías y húmedas de esta Inglaterra muerta? ¿Cómo evitar la tristeza desde una vida rota?

Una mano insegura y torpe había anotado en el reverso de la primera fotografía, tras la fecha de la misma, la pregunta que, tal vez, siempre quedará sin respuesta: "¿Íbate tanto en tu aventura?". ¿Qué querría indicar su autor con ella? ¿A quién le preguntaría? ¿Por qué?

En el reverso de la segunda fotografía, la misma mano débil y vacilante había escrito: "¡Íbame tanto en mi aventura!" ¿Quién exclamaría con tanto dolor? ¿Ante quién? ¿Por qué? ¿Cuál era esa aventura? Y sobre todo qué querría decir ese desesperado: "¡Íbame tanto!" 

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