lunes, 8 de diciembre de 2008

Entre burbujas y barrotes: acerca de un libro titulado "el niño con el pijama de rayas” de John Boyne:


Peter Sloterdijk nos ha advertido de la importancia de las burbujas: algunas nos sirven para hacernos sentir seguros, otras para aislarnos, otras para separarnos del resto, pero todas para identificarnos. Igual que las palabras, metáforas, burbujas de aire, fronteras invisibles: unos las usan para acercarse a los demás, para comunicar, otros para lanzarlas como dardos contra los demás, para marcar las diferencias con los otros.

Bruno vive en Berlín, en su gran burbuja de sinceridad, con sus fronteras muy bien marcadas y definidas. Pero, en principio, estas fronteras le sirven para sentirse fuera de donde en verdad querría estar y es que la mayor de las fronteras es donde aparentemente no hay fronteras: cuídate de las fronteras invisibles, que no las veas no quiere decir que no las haya. ¿Dan seguridad las alambradas? Un sitio vacío, como el fondo de la nada, es inhumano; porque el fondo de la nada no contiene alegrías. Para evitar enfrentar este vacío, Bruno recurre a los lugares comunes: “la experiencia es la madre de la ciencia”. Su madre vive en una burbuja común, la de la vulgaridad. Por ello utiliza a cada momento esa soez expresión que Bruno no entiende: “el futuro inmediato”. Bruno no la entiende porque el futuro nunca es inmediato, siempre esta abierto y a Bruno le aterran los espacios abiertos y el vacío, como a todos. El “futuro inmediato” siempre lo coloca en un borde (filo) intolerable: “- ¿Qué significa exactamente el futuro inmediato? –quiso saber Bruno sentándose en el borde de la cama” (p. 32). Tal vez por ello... penetre tras la alambrada.

No es lo mismo una burbuja de jabón o una manta de lana que una celda con barrotes de hierro: a Bruno le reconfortan las fronteras de que disponía en Berlín, acogedoras, porque visibles, protegían, pero en Os Vais las fronteras son despiadadas, porque más visibles aún, separan. Bruno tiene ansias de burbujas de jabón, por ello “se gira lentamente, describiendo un circulo completo” (p. 23), o “suspiró y abrió la bolsa repleta de ropa interior. Le habría encantado meterse dentro y confiar en que cuando saliera habría despertado y se encontraría de nuevo en su casa” (p. 24). En Auchviz hasta las puertas están enfrentadas dos a dos.

Padre, serio (es lo mismo que triste para un niño de nueve años
[1]) y con la gorra calada amenaza con leerle la cartilla. Esto es lo mismo que tener el poder de sortilegio nefando de convertir una burbuja de jabón en una celda con barrotes. Este es el poder de Padre, esta es su burbuja. La burbuja de Padre y la de Bruno no tienen nada que ver: Padre utiliza las palabras para separar y Bruno para comunicar. Por ello, Padre nunca entenderá a Bruno y Bruno nunca conocerá realmente a Padre. Bruno es una “O” mayúscula a la que le salen brazos abiertos. Padre es una “i” minúscula con un punto firme en el lugar que debería ocupar su cabeza.

La burbuja vulgar y falsa de Gretel es su cuarto de baño o su colección de muñecas. Ambas están llenas de gritos y de normas estúpidas. Bruno no soporta ni aquellos ni éstas. Los gritos y las normas también son fronteras, como es una frontera “la retumbante voz de Padre”. Gretel tampoco entiende la expresión “futuro inmediato”, pero a diferencia de Bruno, no le importa ello.

Auchviz es el nombre de la nada, de la gran burbuja vacía. ¿Vacía? Tarde descubrirá el ingenuo de Bruno que no, que no tan vacía como suponía. Tal vez lo confundió el que el sonido de la casa de Auchviz era hueco.

Y de pronto... la gran alambrada: “Unos seis metros más allá del jardín y las flores y el banco con la placa, todo cambiaba: paralela a la casa discurría una enorme alambrada, con la parte superior inclinada hacia dentro, que se extendía en ambas direcciones hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Era una alambrada muy alta, incluso más que la casa donde se hallaban los niños, y estaba sostenida por gruesos postes de madera, como los de telégrafos, repartidos a intervalos. En lo alto, gruesos rollos de alambre de espino enredados formaban espirales. Gretel sintió un escalofrío al ver las afiladas púas.
”Detrás de la alambrada no crecía hierba; de hecho, a lo lejos no se veía ningún tipo de vegetación. El suelo parecía de arena, y Gretel sólo vio pequeñas cabañas y grandes edificios cuadrados, separados entre ellos, y una o dos columnas de humo a lo lejos. Abrió la boca para decir algo, pero no encontró palabras para expresar su sorpresa, así que hizo lo único sensato que se le ocurrió: volver a cerrarla” (ps. 38-39). La boca abierta de Gretel es otra burbuja, la de su inocencia, la de su sorpresa, la de su miedo, la de su incomprensión. Gretel reacciona poniéndole un nombre (común vulgaridad ésta de confundir el nombre con la cosa) que la reconforta: “- Esto debe ser el campo”.

Bruno no soporta vivir sin burbujas de jabón, reconfortantes. Por ello habla y habla, también con Gretel.

Las fronteras de Padre: “Vio la puerta del despacho de Padre abierta, y a cinco hombres delante, riendo y estrechándose las manos. Padre estaba en el centro del grupo; iba muy elegante con su uniforme muy bien planchado. Se notaba que se había peinado y puesto fijador en su pelo grueso y oscuro. Mientras lo observaba desde arriba, Bruno sintió miedo y admiración a la vez. El aspecto de los otros hombres le gustó menos. Para empezar, no eran tan atractivos como Padre. Ni llevaban uniformes recién planchados. Ni sus voces eran tan retumbantes. Ni llevaban botas lustradas. Todos sostenían la gorra bajo el brazo y parecían rivalizar por la atención de Padre” (p. 48). Pero su gran burbuja era su despacho, “donde estaba Prohibido Entrar Bajo Ningún Concepto y Sin Excepciones”. Todas son alambradas que separan y es que “Padre no era de la clase de personas que dan abrazos” (p. 51). ¿Hasta qué sabiduría se puede ascender con estos peldaños? “¿Crees que habría tenido tanto éxito en la vida si no hubiera aprendido cuándo he de discutir y cuándo obedecer las órdenes sin rechistar?” (p. 54). “Padre era muy partidario de las reglas básicas” (p. 120).

La gran burbuja de Bruno es la sinceridad. ¿Esto significa no fingir? Veremos. No exactamente. Recuerda que a Bruno le gustan los disfraces. En Auchviz todas las burbujas se quiebran, también la suya de sinceridad. Es sólo cuestión de tiempo. Poderosos insectos de Auchviz que empujan y resquebrajan sus burbujas, que ya no son realmente burbujas, sino celdas, celdas con barrotes de hierro, alambradas de espinos.

Bruno también vive en otra burbuja menor: la de la educación.

María, la criada, vive en su burbuja de silencio.

La premonición: “Salió despacio de la habitación, pero en el pasillo aceleró el paso y bajó la escalera a toda prisa, porque de pronto tenía la impresión de que si no salía de la casa inmediatamente se desmayaría. Unos segundos más tarde estaba fuera y echó a correr de una punta a otra del camino de la casa, porque necesitaba moverse, hacer algo que lo cansara. A lo lejos vio la verja que conducía a la carretera que conducía a la estación del ferrocarril que conducía a su antigua casa, pero la idea de volver a Berlín, la idea de escaparse y quedarse solo, era aún más desagradable que la idea de quedarse en Auchviz” (ps. 68-69). Bruno quería escapar de la celda de Auchviz, pero también quería escapar de la idea de tener que escapar de la celda de Auchviz. Y esta última va venciendo, de momento.

La misteriosa aparición de un personaje extraño: herr Roller, la premonición definitiva. Habla, discute y se pelea con su propia sombra. Bruno también hablará y se perderá con su propia sombra. Shmuel es la sombra de Bruno: “lo mejor que podía hacer era empezar a buscar alguna forma de distraerse, o se volvería loco” (p. 71). “Ahora tuvo la certeza de que si no hacía algo sensato, algo en lo que pudiera emplear su mente, él también acabaría paseando por las calles, peleándose consigo mismo e invitando a los gatos callejeros a reuniones sociales” (p. 73).

La burbuja de Pavel es su humillación con un sustrato material: su gorra: “Pavel sujetó su gorra con ambas manos y asintió, agachando la cabeza más aún de lo que habitualmente la agachaba” (p. 79). Pavel es uno de los insectos de Auchviz que va resquebrajando la burbuja de sinceridad de Bruno: “que uno contemple el cielo por la noche no lo convierte en astrónomo, ¿sabes?” (p.85). También su madre: “- Si el comandante pregunta algo, diremos que yo curé la herida de Bruno” (p.88).

La maravillosa burbuja de Abuela: la sinceridad, la claridad, el teatro. Los hay que se disfrazan para contar historias fantásticas y los hay que se disfrazan como marionetas (o burbujas o barrotes).

Herr Listz es un maestro sin enseñanzas, un orientador desorientado.

Y en el capítulo 10 se produce el giro endemoniado, la burbuja diabólica: “El paseo a lo largo de la alambrada duró mucho más de lo que Bruno había imaginado; ésta parecía prolongarse varios kilómetros [la alambrada abarca una burbuja enorme]. Siguió caminando, y cada vez que miraba hacia atrás la casa en que vivía se veía más pequeña, hasta que dejó de verse por completo [la casa debió ir convirtiéndose en una figura que iría convirtiéndose en un borrón que iría convirtiéndose en una manchita que iría convirtiéndose en un punto, hasta que desapareció]. En todo aquel rato nunca vio a nadie cerca de la alambrada; tampoco encontró ninguna puerta por donde entrar, [este terreno vacío y cercado no puede ser más que un terreno fantástico] y empezó a pensar que su exploración iba a ser un fracaso. De hecho, aunque la valla continuaba hasta donde alcanzaba la vista, las cabañas, los edificios y las columnas de humo estaban desapareciendo en la distancia, a su espalda, y el alambre lo separaba de una extensión de terreno vacío” (p.105). Después comenzará Bruno a contemplarse a sí mismo: “poco después se encontraban uno frente al otro” (p.107).

La burbuja de Shmuel es la misma que la de Bruno: la sinceridad. “Cuando el niño lo miró, lo único que vio Bruno fueron unos ojos enormes y tristes que le devolvían la mirada” (p.107).

La premonición de herr Roller, hablando, discutiendo y peleando con su sombra: “Nacimos el mismo día. (...) – Somos como hermanos gemelos –dijo Bruno.”, “- Sí, un poco” (p. 110). Después de ser afeitado... “cuando se vio en el espejo, Bruno no pudo evitar pensar cuánto se parecía a Shmuel, y se preguntó si todos los del otro lado de la alambrada tendrían también piojos y por eso los habían rapado. (...) – Me parezco a ti –dijo Bruno con tristeza, como si aquello fuera algo terrible de admitir” (p.183).

Comienza la labor demoníaca de Shmuel, atraer a Bruno. “- ¿Por qué hay tanta gente al otro lado de la alambrada? –preguntó al fin-. ¿Y qué hacéis allí?” (p. 115). Es la atracción del abismo.

Anécdota: la estrella de David y la cruz esvástica se resuelven ambas con seis trazos.

Sigue la labor atrayente de Shmuel hacia el abismo. Éste odiaba el muro de ghetto porque se sabía en el lado equivocado. ¿Y Bruno, también se sabe en el lado equivocado de la alambrada? Shmuel es la versión trágica de Bruno.

También el autor quiere atraer hacia Shmuel al lector haciendo de Bruno un personaje grotesco: “Quería traer un poco de chocolate, pero se me olvidó” (p.132). Bruno aparece como un imbécil superado por su propia ficción.

Más para la atracción del abismo: Shmuel retrocede nervioso cuando ve a Bruno agacharse y levantar la base de la alambrada.

A Bruno comienza a borrársele el pasado: “Su antigua vida en Berlín ya parecía un lejano recuerdo, y casi no se acordaba del aspecto de Karl, Daniel y martín, salvo que uno de ellos era pelirrojo” (p.149). En la p. 175 ya no recuerda uno de los tres nombres. En la p. 186 ya ha olvidado dos de los tres nombres. Y en la p. 212 ya no recuerda ningún nombre.

La locura de Bruno y la lluvia: los dos lados de la alambrada se confunden cuando arrecia la lluvia: “La lluvia había empezado por la noche y supuso que el ruido lo había despertado, pero no estaba seguro porque una vez despierto no podía saber qué lo había despertado” (p.153). ¿Confunde Bruno el sueño con la vigilia? En la p. 201 la lluvia continua siendo engendradora de fantasmas: “el día siguiente, viernes, también fue lluvioso” (p.201).

La imagen de Shmuel es persistente, ahora está en la cocina (p.165).

Shmuel también es otro insecto de Auchviz: cuando Bruno se siente obligado a renegar de Shmuel ante el teniente Kotler, se le rompe definitivamente su burbuja de sinceridad: “Me avergüenzo de mí mismo, Shmuel” (p. 173).

Parece fácil pasar al otro lado de las cercas, bien por decisión propia, bien por accidente o caída. Y es que las fronteras parecen no existir: ni las burbujas de jabón, ni los barrotes de hierro, ni las burbujas que dan seguridad y confort, que se rompen al menor empuje, ni las cercas de espinos que separan, que se levantan sin esfuerzo. Pero una vez rotas o traspasadas, entonces... caen pesadas sus voluntades, es imposible volver atrás.

Bruno, gracias a Shmuel, ya ha aprendido a manejarse con el futuro inmediato: “- A ver, hoy es jueves. Y nos vamos el sábado. Después de comer” (p. 196).

La atracción del abismo: Shmuel transmutado en el demonio: “- ¿Por qué no pasas? –propuso” (p. 197). El padre de Shmuel era relojero, ¿hacedor de tiempo?

Shmuel seduce a Bruno con la búsqueda de su padre: “- ¿Todavía quieres ayudarme a encontrar a mi padre?” (p. 203). También Bruno desearía encontrarse con su padre. De hecho si cruza la alambrada es para encontrarse con él en su burbuja, donde siempre se refugia. Pero finalmente esto no ocurrirá: el Padre nunca llegará a comprender a Bruno.

La gran enseñanza moral del relato: la Abuela siempre tenía un disfraz adecuado para Bruno. ““Si llevas el atuendo adecuado, te sientes como la persona que finges ser”, solía decirme. Supongo que eso es lo que estoy haciendo ahora, ¿no? Fingir que soy una persona del otro lado de la alambrada” (p. 205). O sea que, ERES LO QUE FINGES SER o SÓLO ERES QUIEN FINGES SER o SIEMPRE CORRES EL RIESGO DE SER QUIEN FINGES SER o CUÍDATE DE LO QUE SUEÑAS.

Realmente Shmuel es un demonio al que “le había gustado que su amigo pasara al otro lado de la alambrada para ver dónde vivía él” (p. 209).

(p. 216) “Acabó sentándose en el suelo y adoptando casi la misma postura que Bruno había adoptado todas las tardes durante un año, aunque sin cruzar las piernas debajo del cuerpo”. Todos somos iguales. Lo que nos diferencia es lo que de hecho fingimos ser. La voluntad schopenhaueriana ejercitándose.

Algunos huecos del relato o algunas preguntas que no encuentran respuesta:
- ¿Por qué el teniente Kotler le resulta a Bruno tan repugnante?
- ¿Por qué escogió el autor estos personajes y esta situación para contar lo que cuenta?
- ¿Qué significa la desaparición de la casa? ¿Por qué para que aparezca Shmuel tiene que desaparecer la casa?
- ¿Cuál es la enseñanza moral del relato?, ¿que hay que establecer cercas firmes para evitar la tentación de dejarnos llevar por nuestra fantasía, por nuestras locuras?
- ¿Por qué Shmuel sí entiende lo que es el futuro: “ella dice que algún día me enseñará inglés” (p. 112)? Más tarde dice que cuando sea mayor quiere trabajar en un zoo (p. 140).
- ¿Por qué si el relato siempre avanza hacia delante, el capítulo 11 es un paso atrás?
- ¿Es importante que el padre de Shmuel fuese relojero? ¿Y el hecho de que al propio Shmuel los soldados le quitasen su reloj? Al final del relato se dice Bruno: “las agujas del reloj seguían avanzando y él no podía remediarlo” (p.201).
- ¿Cuáles son los dos lados reales que separa la alambrada?
- ¿Por qué atraen las alambradas?
- ¿Por qué hace el autor una definición negativa de los que están en uno de los lados de la alambrada: los judíos y los contrarios?
- ¿Qué significa que los piojos no entiendan de alambradas?
- ¿Por qué, después de la escena de la cocina entre Bruno, Shmuel y el teniente Kotler, Shmuel no vuelve a aparecer hasta exactamente el séptimo día? ¿Y cuando idean la aventura final, por qué no aparece hasta el tercer día? ¿El siete y el tres quieren indicar algo?
- ¿Qué importancia tienen los disfraces?
- ¿Qué significa que fuese viernes el día en que cruzó la alambrada?
- ¿Por qué al final Bruno y Shmuel se dan la mano, pero no se abrazan?

[1] Es interesante observar que aunque “serio” y “triste” no son sinónimos más que para una niño de nueve años, en cambio, tienen para todos el mismo antónimo: “alegre”.

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