el teniente salcedo halló el cadáver semienterrado en el campo de los tuertos a las doce y treinta de la tarde del veintitrés de marzo -le dijeron.
el sol caía ya pesado sobre la hammada cuando el teniente vio levantándose sobre el delgado horizonte un remolino de arena –le dijeron.
se acercó con dos de sus hombres el sargento espinosa y el soldado regular millán y encontraron el cadáver semienterrado medio desnudo y manchado de sangre seca por todos los lados –le siguieron diciendo.
ella la mora del barrio de los trozos escuchaba tensa silenciosa. dicen los que allí estaban que en lugar de ojos tenía llamas que sus labios de contornos precisos no se movían que lo que sintiera lo sentía para adentro.
el sargento espinosa cuñado de la mora sí que lloraba y que gritaba –dicen. quería mucho al muchacho. luego otros dijeron que al niño alejandro barrica le faltaba el reloj que lo habían forzado y que le habían segado la garganta.
y más luego dijeron que al zorro lo habían visto alejarse del pueblo con el reloj de plata en su muñeca derecha.
luego todos que querían salir en persecución del zorro moro de mierda. y más luego todavía todos callaron cuando el sargento espinosa dijo que él iría solo detrás del asesino y que solo le daría caza. a esa rata. todos callaron porque el sargento tenía una voz retumbante porque tenía la fuerza de diez hombres porque disparaba mejor que nadie porque nunca reía y porque el sargento era tío del muchacho.
así fue como el sargento espinosa marchó a dar caza al asesino así fue como la madre mora calló y no miró a su cuñado con sus ojos sino con llamas en el lugar de los ojos con los labios inmóviles perfectamente contorneados con los brazos caídos y con las manos en su regazo azul de mora.
esa misma tarde el sargento espinosa lo tenía todo dispuesto para dar caza al asesino: un jeep agua gasoil un rifle dos pistolas municiones. sabía la dirección que había tomado el zorro y sabía que le aventajaba en ocho horas. pero éste iba andando y él en jeep.
antes de salir del pueblo imaginó el camino. no te salgas del camino –decía siempre al niño. muchos ya lo anduvieron. el desierto al que cruza es seductor pero ten cuidado. es un infierno. el niño se había alejado del camino. ¿qué fue lo que pasó? ¿por qué?
el zorro era un tipo alto y de mal gesto agrio pero a alejandro le gustaba retarse con él y nadar hasta las rocas de la carraca a unos dos kilómetros de la orilla. siempre competían. el zorro no le gustaba a nadie más. era fronterizo: moro vivía entre españoles no dormía en el pueblo pero tampoco en el barrio de los trozos. si le pegabas reía y a veces gritaba y se quejaba sin motivo.
había que dar caza al asesino.
frente al camino el sargento sentía vértigo. momentos antes mientras preparaba la caza no lo sintió y tampoco pensó que pudiera sentirlo. por ello se sorprendió parado sentado en el jeep mirando al camino al frente con el pueblo a sus espaldas tal vez sintiese miedo –dijeron. el zorro le llevaba ocho horas por lo menos pero podría darle caza al asesino antes de llegar al otro pueblo antes tal vez de llegar a la alacena de la miguela
con miedo pero a gran velocidad emprendió la marcha
desde el sol eran como dos insectos o puntos moviéndose en un inmenso plano pura geometría. un insecto se desplazaba más rápido que el otro.
antes de llegar a lo de la miguela el zorro se detuvo en mitad del camino. miró al sol. sudaba. miró al reloj. se secó la frente. se giró. no se distinguía nada más que el camino amarillo seco recto. pensó. decidió seguir adelante. más despacio. en media hora estaría en lo de la miguela. sonrió. rió. lloró. continuó. ahora más despacio. atrayendo a la muerte. pensó. como una araña. pensó. ven. pensó.
el sargento espinosa detuvo el jeep y entró a hablar con la miguela y a echar un trago. la miguela estaba sentada en un rincón oscuro del salón sola. miraba. callaba. el sargento preguntó. volvió a preguntar con su voz retumbante. la miguela se levantó fue a la barra pregunto qué queréis sargento. vino. has visto al zorro. sí. huía. no. entonces. yo diría que perseguía. qué quiso. beber. vino. no agua. y qué más. nada. y qué más. llevaba reloj. ya. el sargento miró a los ojos a la miguela pequeños en un rostro enorme gordo inflado. con su fuerza de diez hombres golpeó la barra con la palma de su mano. luego la miguela contó que por un momento pareció gemir. por dónde se fue. por atrás. cómo no se dirigió al pueblo. no. salió por atrás. hará una media hora.
el zorro era fronterizo nunca le gustaron los caminos. salió por atrás y marchó por la hammada por el infierno. se sentó después de un rato sobre unas rocas. una línea era el horizonte en todo su derredor y él era el centro de esa circunferencia. desde el sol el círculo inmenso contendría sólo dos diminutos puntos uno inmóvil el otro aproximándosele lentamente.
el sargento espinosa marchaba en la dirección que le había dicho la miguela. pronto anochecería. debía terminar su trabajo. debía dar caza al zorro moro de mierda. a lo lejos divisó unas rocas y sobre las rocas un hombre. fue acercándose lentamente. era él. de espaldas. el sargento desenfundó el rifle apuntó. antes de disparar meditó. ¿por qué? no obtuvo respuesta. disparó. sonó fuerte en el silencio del desierto. nada se movió. el trueno fue alejándose lentamente. miró. allí seguía el zorro sentado en las rocas de espaldas inmutable. el hombre que disparaba mejor que nadie había errado el tiro pero no erraría una segunda vez. volvió a levantar el rifle. apuntó. no disparó. el zorro no estaba. había desaparecido. bajó el rifle y fue acercándose al berrocal. caía la noche. y el frío. tiró el rifle al suelo. cogió las pistolas las revisó. fue acercándose lentamente a las rocas. algo pareció moverse a la derecha. se giró. algo saltó por la izquierda. se giró. tarde. algo se le introdujo por el pecho. más arriba del corazón. algo se le removió en el pecho. lloró. dijo ya era hora. el moro de mierda había sido rápido como un halcón astuto como un zorro sigiloso como una serpiente. el hombre que nunca reía sonrió.
el sargento espinosa se giró pensó en su cuñada la mora del regazo azul de manos lánguidas de labios contorneados de llamas en el lugar de los ojos pensó en su sobrino que nunca se salía del camino en sus labios contorneados en sus ojos como llamas pensó en el pueblo en su silencio pensó en la noche fría lentamente fue caminando a trompicones hasta el jeep el moro de mierda lo seguía la miguela vio cómo el zorro ponía el reloj en la muñeca izquierda del sargento subieron al jeep volvieron al pueblo llegaron antes de amanecer todos esperaban todos vieron al zorro conducir el jeep del sargento espinosa que yacía recostado en el asiento trasero desangrado ya casi muerto ya casi no decía miraba no a todos no a nadie a ella la mora a sus labios a sus ojos luego el zorro le cerró los suyos murió
domingo, 28 de diciembre de 2008
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