viernes, 24 de enero de 2025

Obscuridades:

 

Ya desde mucho antes la había presentido, quizá mirado o deseado. Después comencé a andar a trozos, a veces incluso parándome en seco, hacia su habitación, sin haber soltado aún el vaso de ron, sin saber lo que iba o quería hacer. Cuando solté el vaso sobre la repisa del salón aún no sabía lo que iba a hacer ni cómo se lo tomaría ella. Fue entonces cuando noté mi sangre fluyendo por todos los ríos de mi cuerpo, palpitando en mis sienes. El gran salón estaba a oscuras y desierto. Solo un pequeño punto de luz, donde se concentraba todo el universo, brillaba en el pomo de la puerta de su habitación. Acerqué mi mano y lo agarré con decisión, pero necesitando en el fondo salitrero de mis deseos, para evitar la perdición, eso creía entonces, que el pestillo estuviese echado por dentro. Mas el pomo giró y sin ningún obstáculo ni ningún ruido la puerta se abrió. Pude oler el cuerpo de la mulata. Rápidamente, como un felino, pasé el umbral y cerré el pestillo a mi espalda. Escuché silencioso el fluir de su respiración.

Lentamente fui quitándome la ropa mientras la contemplaba en la obscuridad de la noche, sin dejar de mirarla un instante. Ella seguía dormida o eso creía yo. Cuando estaba completamente desnudo me acerqué a la cama. La mulata, de piel de seda, aunque en silencio, tenía los ojos abiertos. Creí que tal vez ella me estuviese esperando. ¿Desde cuándo? ¿Quizá desde que yo la presentiera? Todavía antes pude contemplar la silueta de la mujer yaciendo sobre el lecho. Sus formas eran redondas, como colinas dibujadas por el viento y por el agua. La piel de sus brazos y de sus muslos brillaba en la noche. Hacía calor. Ninguna brisa recorría la habitación, aunque la ventana abierta dejaba penetrar un leve rayo de luna. Sentí con fuerza el deseo de ver el cuerpo desnudo de la mulata. Sentí enorgullecerse el glande liberándose del prepucio, sentí también cómo el pene, comenzaba a cobrar vida, cómo se erguía tal si hubiera sido convocado a una cita ineludible. Con ella desaparecieron definitivamente todas mis dudas si es que en algún momento llegara a tenerlas. No las recordaba entonces. Tampoco las recuerdo ahora.

Cuando me acerqué a la cara de la mulata alargé mi mano derecha para intentar taparle la boca. Pero no llegúé a tocar sus labios, porque ella ya la había tomado con la suya y la había depositado sobre su hombro. Acerqué mis labios a los de ella y noté el vaho caliente que salía de su boca. Su olor a almendras amargas. Nunca había estado tan cerca de ella. Ni de ella ni de ninguna otra mujer, salvo mi esposa. Noté cómo se removían mis testículos en su bolsa.

Mientras le retiraba el camisón empecé a besarla y a pasarle la lengua por toda su piel de seda. Después empezó ella a hacerme lo mismo. Nuestros cuerpos estaban mojados, tal vez sudábamos. No lo recuerdo, porque todo está envuelto en una densa niebla. Sus nalgas, de esto estoy seguro, eran duras, fuertes, incluso musculosas. Estuvimos un largo rato besándonos, chupándonos, mirándonos, deseándonos, acariciándonos, respirándonos, olfateándonos, babeándonos, retorciéndonos, estremeciéndonos, apeteciéndonos, enlazándonos, peleándonos, mordiéndonos, apresándonos, derritiéndonos, calcinándonos, buscándonos, huyéndonos, entregándonos hasta que decidí penetrarla con fuerza por atrás, bien regada mi verga con los flujos de su vagina mientras con mi mano derecha le acariciaba el clítoris, con la misma mano con la que antes quisiera taparle la boca. Me costaba penetrarla, pero ella empujándo me pedía que siguiera, que no retrocediera. Disfrutaba viéndola y sintiéndola disfrutar. El sexo no es ni para cobardes ni para remilgados, creo que llegué a pensar o tal vez esto ocurriese después. Entonces aprendí que es mezcla, mezcla temeraria y audaz, de fluidos, de saliva, de semen, de olores, de alientos, de sudores,... o no es sexo.

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